Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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‘¿Tiene el libro del Borbón sin cabeza?’

Como librera escucho cada día las formulaciones más surrealistas en lo que a peticiones de libros y sucedáneos respecta. Pero lo de hace unas horas…

Lo de hace unas horas me dejó literalmente agarrotada y descabezada, queridos, justo como en su día debió quedar la maltrecha y excesiva María Antonieta tras su paseillo letal por el cadalso. Palabra de Regina.

Para colmo no fue un verdugo monstruoso, ni un despiadado bibliófobo ni mucho menos un revolucionario sediento de sangre azul quien activó la guilliotina verbal que me separó el pelucón del cráneo. Queeee vaaaaa.

Fue una entrañable octogenaria de pelo nacarado que, aferrada a un bastón con mango de marfil, llegó trabajosamente hasta el rincón de reginaexlibrislandia donde me atrincheraba en mi escritorio.

Tras un leve carraspeo la buena señora fue directa al grano:

 

– Clienta: Oiga, ¿tiene el libro del Borbón sin cabeza?- Regina: ¿Perdóooooonnnnnnnn?

– C.: Si, el libro ese sobre el Borbón que era Duque de algo y que murió hace varios años ya porque se decapitó en la nieve. El que estuvo casado con la nieta de Franco.

– R.: ¿El Duque de Cádiz?

– C.: Sí, ese, ¿no murió sin cabeza?

– R.: Ah, sí, en un accidente en la nieve, creo.

– C.: Ese, ese… pues sacaron un libro sobre él.

– R.: Mmmm, sí, ahora que lo dice algo me suena. Déme un segundo.

 

A velocidad titánica recogí me pelucón del suelo y, tras recomponerme, inicié una frenética búsqueda hasta dar con la referencia mientras ella me contaba cómo descubrió el libro:

 

– Clienta: Es que al salir de Misa el domingo doña Eulalia, que lee mucho, me contó que existía este libro y que a ella se lo regalaron por Reyes. Pero no me dijo más y ya se fue a pasar lo que queda de invierno con su hijo pequeño. Y al pasar por aquí me acordé y entré a ver…- Regina: Sí, creo que el que busca es El Borbón non grato: la vida silenciada y la muerte violenta del Duque de Cádiz, de Zavala, que editó Altera a finales de 2008.

– C.: Sí, sí, ese es. Ahora que dice eso de ‘non grato’ lo recuerdo… ¿Y lo tiene?

– R.: Aquí no, pero si no le corre prisa se lo pido a la editorial y la llamo cuando me llegue.

– C.: Ah, pues muy bien. Pídamelo, pídamelo…

Y tras darme su teléfono se dio media vuelta y deshizo su trabajoso caminar hasta la puerta de reginaexlibrislandia, dejándome con la sinopsis del libro del ‘Borbón descabezado’ parpadeando en mi monitor:

 

 

Tras digerir con dificultad el texto y con el pelucón aún mal asentado sobre mi regia cabeza me entregué a la reflexión antopológicolibrera partiendo de la manera en que la buena señora me pidió el libro.

¿Mi conclusión? Una vez más se corrobora lo que ya sabía: el ser humano es gloriosamente imprevisible.

Y vosotros, regianexlibrislandianos de pro, ¿qué os parece la petición de la mujer? ¿Cómo creéis que hubierais reaccionado si hubiérais estado bajo mi pelucón librero? ¿Habíais oído hablar del libro del Borbón non grato?

Aprovecho mi paso fugaz por la figura de Maria Antonieta para sugeriros el glorioso perfil que sobre ella trazó en su día Stefan Zweig, santo patrón de Reginaexlibrislandia, novelista, ensayista y biógrafo de la talla de esos que convirtieron en Letra todo lo que destilaban.

El título es homónimo, María Antonieta, y lo edita DeBolsillo.

«¿Y el libro por el que ponen candados en un puente?»

Bajo la piel de un buen librero deben cohabitar un detective, un psicólogo, un antropólogo y, por supuesto, un bibliófilo nato. Sí, somos lo más parecido a una matrioska de biblioteca que os podáis imaginar, queridos.

Solo así se entiende que, cuando la Providencia Librera pone en reginaexlibrislandia un reto en forma de cliente con peticiones surrealistas, salgamos airosos del apuro.

Ni mis libreros ni yo sabemos el secreto, pero la experiencia entre baldas nos enseña a diario que ante esas situaciones de presión librera se nos agudizan el oficio, el ingenio y el instinto, y no paramos hasta dar con el codiciado título, por muy disparatadas o difusas que sean las pistas.

Por ejemplo, esta mañana otro librero me sacó de mi bacanal de papeleo semanal para pedir auxilio:

– Librero 2: Estooo, Regina, perdona…- Regina: ¿Siiiii?

– L2: Verás, me piden un libro y no sé muy bien como dar con él.

– R.: ¿Qué tienes?

– L2: Es para estas dos señoras. Me dicen que es «el libro por el que ponen candados en un puente de Roma».

– R.: ¿Cóooomooooo?

– L2: Lo que oyes. ¡Ah! También que creen que el autor es italiano y que es para una chica joven.

– R.: Uff, lo de los candados me ha dejado loca.

– L2: Si, la verdad es que tiene telita la cosa.

– R.: Mmmm, como no sea alguno de Moccia. A ver, dame un segundo…

Y partiendo de las pistas «Moccia» y de «candados en un puente de Roma» me zambullí en la Red y al instante di con:

La realidad imita a la literatura en el puente Milvio de Roma, donde miles de parejas han colocado un candado para sellar su relación siguiendo el ejemplo de los personajes de Federico Moccia, quien ha presentado en este escenario la versión española de su última novela, «Perdona si te llamo amor».Moccia (Roma, 1963) ha conectado con una generación de adolescentes que se reconocen en Niki, la estudiante de diecisiete años que protagoniza en las casi setecientas páginas de esta novela un intenso romance en las calles de la Ciudad Eterna con Alessandro, un publicista veinte años mayor que ella.

Entonces correteé a darle el soplo a Librero2 que, a su vez, se deslizó como yendo sobre raíles a la balda donde tenemos los dos títulos de Federico Moccia: Tres metros sobre el suelo, en rústica y en bolsillo, y Perdona si te llamo amor, que se editó en España en febrero de este año, y que era el que buscaban sin saberlo las dos mujeres que aguardaban expectantes su misterioso ejemplar.

Ellas se fueron tan contentas y a nosotros aún nos dura el subidón librero.

De nuevo… ¡así da gusto echar el cierre en reginaexlibrislandia, queridos, Y HOY CON CANDADO Y TODO!

Y vosotros, mis reginaexlibrislandianos de pro, ¿conocíais los libros de Federico Moccia, Tres metros sobre el suelo y Perdona si te llamo amor? ¿Qué os parecen? ¿Sabíais la afición de sus lectores de poner candados en el Puente Milvio? ¿Lo habéis hecho, visto o sabéis de alguien que lo haya hecho?

‘A 84 Charing Cross Road, por favor’

Hay libros y LIBROS, y la norteamericana Helene Hanff firmó uno de éstos últimos cuando editó la correspondencia que mantuvo durante dos décadas con los empleados de una librería de viejo londinense.

Así nació 84 Charing Cross Road, uno de los libros de cabecera de todo bibliófilo de corazón que, además de ir de mano en mano, de tener adaptaciones cinematográficas, televisivas, como musical en Broadway y hasta videojuego, hoy un reginaexlibrislandiano asiduo me pidió en mi librería para hacer un regalo especial.

Y sin quererlo eso dio pie a que la novelita llegara a una tercera persona que se paseaba por entre mis baldas sin saber que lo que realmente había venido a buscar era un ejemplar, el que sin duda la Providencia Librera le tenía reservado, de 84 Charing Cross Road:

– Cliente: ¡Hola, Regina! ¿Qué tal?- Regina: Aquí, con la Navidad al acecho…

– C.: Sí, este año tampoco nos libramos

– R.: Tendremos que llevarlo con dignidad, me temo. ¿Buscas algo?

– C.: Pues mira, sí. Quiero 84 Charing Cross Road, pero imagino que no tendrás ejemplares aquí.

– R.: Me subestimas. De según qué libros siempre tengo ejemplares en mi recámara

– C.: ¡No me digas! Yo ya contaba con encargártelo…

– R.: Aquí lo tienes, y aún me quedan dos más.

– C.: La quiero para alguien especial, ¿sabes? Alguien que adora los libros y las librerías.

– R.: Es una maravilla… la historia, los personajes, los diálogos, ¡todo!

– C.: ¡Y encima real! ¿Viste la película con la misma de Mr. Robinson?

– R.: Sí, con Anne Bancroft y Anthony Hopkins. Otra joya, la película.

– C.: Pues nada, me lo llevo. ¡Gracias, Regina!

Y se fue, y yo me quedé con la mirada clavada en la portada de uno de los dos ejemplares del libro que aún tenía en mi poder, recordando el subidón bibliófilo que supuso para mi su lectura en su día, cuando una voz de mujer me sacó de mis cavilaciones helenehanffianas:

– Cliente2: Estooo, disculpe- Regina: ¿Si? Ah, hola, ¿dígame?

– C2: No pude evitar oír su conversación con el señor que se acaba de ir… y, bueno, me preguntaba sobre el libro del que hablaban, el que se llevó

– R.: ¿84 Charing Cross Road, de Helene Hanff?

– C2: Sí, sí, ese mismo. ¿Es realmente tan bueno?

– R.: Para mi es de lo mejorcito que hay, uno de esos libros que te reconcilian con el universo

– C2: ¿Y de qué va?

– R.: La novela epistolar de Helene Hanff, que lleva circulando de mano en mano desde hace casi cuatro décadas, recoge la correspondencia que durante veinte años mantuvieron una extravagante, irónica y brillante guionista norteamericana y los libreros de una librería de viejo londinense al término de la II Guerra Mundial. La insaciable sed de ella por hacerse con los libros más imposibles y el empeño de ellos, especialmente de Frank Doel, por conseguírselos, da pie, con los años, a una intimidad cargada de ternura e ironías proyectadas sobre el fondo de una misma pasión: los libros y las librerías.

– C2: Suena bien, sí señor, pero que muy bien

– R.: Además tiene una carga de ironía y humor que no te borra la sonrisa de la cara prácticamente de principio a fin, aunque tiene su parte dura también. ¡El justo equilibrio!

– C2: Definitivamente me la quiero leer. ¿Tiene otro ejemplar?

– R.: Sí, aquí mismo. ¡Que la disfrute!

Y ella también abandonó mis confines con su 84 Charing Cross Road bajo el brazo, y me dejó a mi sola con el último ejemplar de mi reserva y una sonrisa escandalosa plantada en la cara pensando en el bombazo literario que tienen entre manos ahora mismo esos dos inocentes destinatarios de mis ejemplares… ¡Así da gusto echar el cierre, queridos!

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿leísteis 84 Charing Cross Road? ¿Conocíais a su autora, Helene Hanff? ¿Habíais oído hablar de la novela? ¿Y de sus adaptaciones varias?

Como colofón el trailer a la película homónima rodada en 1987 y protagonizada, como dije, por Anne Bancroft y Anthony Hopkins:

¿Y por qué La elegancia del erizo?

Mi pelucón y yo llevamos horas en ‘modo peonza’, dándole vueltas y más vueltas a un reginaexlibrislandazo que hemos dado esta mañana.

El miedo a haber patinado en la elección de una sugerencia bibliófila nos tiene total y absolutamente paralizadas, con la mirada fija en la nada y disparándole al vacío la misma frase, como si en lugar de boca tuviéramos una escopeta de repetición y necesitáramos vaciar el cargador a toda costa:

¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo?…

Ha sido otro de mis libreros el que se ha decidido a arrancarme de mi estado de flagelación mántico-librera:

– Librero: ¿Regina? ¡OYE, RE-GI-NAA!- Regina: ¿Qué, qué, QUEEEEEEEE?

– L.: ¿Te pasa algo? Llevas ahí un rato, farfullando algo de un erizo. Cualquiera que te vea te toma por chiflada.

– R.: Es que no se me va de la cabeza, no se me va, ¿te lo puedes creer?

– L.: ¿El qué?

– R.: Pues esta mañana, que ha venido una chica con ojos llorosos a pedirme un libro.

– L.: ¿Y?

– R.: Me dijo que no era para ella, sino para un primo suyo que tiene leucemia y que esta tarde se internaba para someterse a un tratamiento. No sabía qué libro llevarle, a ella no le gustaba mucho leer, pero por lo visto a él si.

– L.: Vaya. ¿Y te dijo algo más?

– R.: Que le dijera uno yo, que no podía pensar. Me contó que como su primo sí lee no quería algo ‘muy bestseller’, y tampoco algo que le hundiera. Literalmente me dijo: ‘algo divertido, oh, bueno, irónico. Juan es muy irónico. Y profundo.’

– L.: Bueno, ¿y qué le diste?

– R.: Pues La elegancia del erizo, de Muriel Barbery. No sé por qué, sólo podía pensar en él. Otras veces se me ocurren varios y dejo que la otra persona opine, pero ésta vez no sé por qué lo único que veía cuando volvía la mirada hacia adentro era La elegancia del erizo.

– L.: ¿Y se lo llevó?

– R.: Si. Pero antes me preguntó: ¿crees de veras que a él le gustará, que le irá bien ahora?

– L.: ¿Y qué respondiste?

– R.: Que sí, que creía de veras que, por lo que ella me había dicho, era el libro adecuado para su primo.

– L.: Entonces, ¿cuál es el problema?

– R.: No sé, estaba muy segura. Pero fue irse ella y a mi se me agrietó el firme suelo librero sobre el que suelo corretear. Me aterra que no le guste o que no sea el libro adecuado para su estado anímico, que si está en un precario equilibrio emocional una lectura inadecuada le remate…

– L.: Regina, eso no está en tu mano. Tú has hecho lo que has podido y con la mejor intención, ¿no?

– R.: Si

– L.: ¡Pues ya está!

Decidí sacudirme la inquietud espiritual moviendo unas cuantas cajas.

Mientras lo hacía reflexioné sobre el fenómeno de La elegancia del erizo, una de las lecturas que más me ha impresionado en los últimos dos años y que, por suerte, sigue circulando sin cesar y por obra y gracia del ‘boca a boca’ y del ‘ojo al ojo’, que es como llamo yo al fenómeno de recomendación silenciosa y anónima vía ver un desconocido enfrascado en la novelita en cuestión.

Y vosotros, queridos, ¿leísteis La elegancia del erizo? ¿Cómo llegasteis a ella? ¿Qué lectura le hubierais sugerido a la chica? ¿Acerté? ¿Patiné?

NOTA DE REGINA EXLIBRIS: El gran milagro de la Literatura se agazapa como en pocas en La elegancia del erizo, una novelita de esas que te cauteriza la melancolía y te cautiva a golpes de ironía, ternura, humor y píldoras sobre el amor, la sociedad, la amistad, el Arte y la felicidad. Sus dos protagonistas, la portera de un edificio del París burgués y la niña superdotada de uno de los apartamentos, diseccionan su entorno mientras se empeñan en pasar inadvertidas para el resto del mundo, hasta que aparece un nuevo vecino que desencadenará la catarsis espiritual de estas dos almas gemelas. Muriel Barbery teje una trama maravillosa y tremendamente divertida, cargada de esas verdades veladas que todos miramos pero que sólo algunos ven a la que vuelves una y otra vez con la certeza de una sonrisa y el temor del inevitable punto y final. Conmovedora y deliciosamente inesperada.

«Busco un libro para hacerme un reloj»

El día en que un señor me pidió un libro para ‘construirse un submarino’ aprendí una lección librera crucial. Me dije:

«Hay libros de todo, y sobre todo te pueden pedir libros, querida. Sobre TO-DO TO-DO. Así que agudiza el ingenio, refrénate ese rictus y afílate la capacidad de reacción en situaciones bibliófilas extremas.»

Pero, claro, ni en reginaexlibrislandia hay sitio para todos los libros ni en mi pelucón caben infinitas referencias. Por eso capeo como puedo cada temporal que azota mis plácidas costas libreras. Como el de hace unas horas, que se materializó en la forma de un simpático sexagenario:

Cliente: Señorita, perdone…Regina: Sí, dígame, caballero.

C.: ¿Tiene libros de relojes?

R.: Se refiere a novelas sobre relojes o a libros prácticos, como de historia de relojes, fotografías o cosas así.

C.: No, no, verá… busco un libro para fabricarme un reloj.

R.: Ah, pues no, de eso me temo que no tengo nada.

C.: Ya me lo figuraba. Llevo bastante tiempo entrando en cada librería que veo para preguntar, y nunca tienen algo como lo que necesito.

R.: Pero, ¿tiene alguna referencia o recomendación?

C.: Pues no, la verdad. Y tampoco supieron dármela.

R.: Claro, es que es algo muy específico…

C.: Nada, nada, no se preocupe, ya le digo que pregunto por preguntar.

R.: Estooo, no sé. ¿Ha probado en preguntarle a algún relojero? Imagino que quien es profesional sabe de manuales y cosas así, ¿no?

C.: ¡Uy! Eso sí que no se me había ocurrido. ¡Claro, si alguien sabe del tema serán los relojeros! ¡Gracias, señorita, me ha ayudado mucho!

Y se marchó.

Y yo decidí que buscaría referencias de manuales de relojería y de relojeros para saber y, quizá, para engrosar alguna que otra de mis baldas de libro práctico con algún ejemplar dedicado al tema. Pero antes me acechaban montones de albaranes, facturas, encargos de clientes y demás quehaceres libreros diarios, así que me puse a lo mío.

Pues el buen señor me ahorró la investigación. Horas más tarde regresó a mis confines con paso firme, sonrisa radiante y un papelito que dejó sobre mi escritorio, diciendo:

«Vengo a encargarle estos dos libros: Manual de relojería, de Pedro Germán Belda González, editado por Xandró; y Manual suizo del relojero reparador, de H. Jendritzki, editado por Scriptar. Tenía usted razón, señorita, el relojero de mi barrio me dio estas dos referencias, pero en agradecimiento a su ayuda vine para comprárselas a usted. ¿me avisará cuando le lleguen?»

Claro que le avisaré… Ya están pedidos y, sinceramente, estoy deseando que lleguen para que el buen señor venga a recogerlos. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Este tipo de detalles le hacen a una más feliz, si cabe. Tanto que no volveré a mirar igual a un reloj, ni a un relojero.

Y vosotros, queridos, ¿sabéis de manuales de relojería? ¿habéis dejado alguna vez al librero de turno petrificado ante una de vuestras peticiones? ¿Hay algo sobre lo que busquéis un libro y no dais con referencias bibliográficas?

¡Guerra a las etiquetas adhesivas con el precio en los libros!

Como amanecí absolutista a puntito estoy de erradicar de reginaexlibrislandia las etiquetas adhesivas con las que marco el precio de mis libros.

Me resultan odiosas y terriblemente molestas, no solo para mi, sino para mi clientela y, como no, para mis libros, que son mis tesoros y no mis ‘reses’.

Por la parte que me toca como librera resultan un incordio -etiquetar cada libro que entra, desetiquetarlo cuando sale, bien porque se ha vendido bien porque va de vuelta a su editorial- y un gasto en tiempo -hacerlas y pegarlas/despegarlas- y en dinero -los rollos de papel y la tinta de la impresora.

Ese es el pan nuestro de cada día, pero queridos, paraos un segundo a pensar que con cada variación de precios los libreros tenemos que cambiar las etiquetas de todos los libros de nuestro fondo. Y hablamos de miles y decenas de miles de ejemplares hasta en las más modestas.

En cuanto a mis reginaexlibrislandianos de pro asiduos o esporádicos más allá del indicativo puntual del precio del libro de poco creo yo que les sirven, salvo para dañar la portada trasera del ejemplar. Según sea ésta, o sale a la primera o la superficie quedará marcada a perpetuidad con una odiosa escarificación o con jirones pegajosos, recuerdo de la dichosa etiqueta.

Sed unos ángeles y tomaos un segundo para responder a esto: ¿qué porcentaje de las etiquetas que quitáis a un libro recién adquirido salen sin dejar secuelas en vuestro ejemplar?

Y claro, es justo ahí, en el daño que infieren a mis libros, cuando a mi me tocan el pelucón. Y por ahí no paso.

¿Solución? Máquinas lectoras de códigos de barras estratégicamente colocadas por toda reginaexlibrislandia. Adiós al trabajito manual, a la impresión de miles de etiquetas y un daño menos a mis criaturas de papel y tinta. Para saber el precio de un libro sin consultar al librero de turno basta con acercar el ejemplar al lector óptico y ¡tachan! precio actualizado al instante.

¿El problema? Bueno, supongo que el miedo a una mala acogida de la iniciativa entre la clientela. Aunque puestos a sincerarnos os diré que, aún teniendo todos y cada uno de los libros que pueblan reginaexlibrislandia perfectamente etiquetados por detrás, el 70% de quienes se adentran en mis confines vienen a preguntarme el precio con el ejemplar en la mano. Entonces entre los dos le damos la vuelta y leemos el precio.

Así que si esa es mi realidad, ¿qué más da que les diga el precio pasando el código de barras por el lector de pared, por el de mi ordenador o leyéndolo de la puñetera etiquetita?

Pero como no hago nada sin consultar a mi consejo de sabios decidme, queridos, ¿os molestaría encontraros con lectores de esos en vuestra librería, en lugar de las etiquetas con el precio? Como cuando me obceco en algo no veo más allá de este mi regio pelucón, ¿veis vosotros alguna ventaja en el etiquetado que a mi se me escape?

«Si me llevo esos libros no como»

Años y años atrincherada en un mundo de letra impresa y resulta que es justo ahora, que por fin vivo con, de y por los libros, cuando las historias y dobleces más asombrosas me llegan del tú a tú con desconocidos que respiran, caminan y me hablan.

La trama de una de las últimas apariciones que más me ha impactado se desarrolló en tres actos.

Acto I. SE ABRE EL TELÓN: Reginaexlibrislandia una pacífica mañana de martes, y Regina plumero en mano en la eterna batalla contra el polvo.

El desafortunado empujón de unas cajas provoca una densa cortina de ácaros, y tras ella se materializa una mujer de cuarenta y pocos años, con la mirada llena de abatimiento, el pelo recogido en una trenza y que blande un papel arrugado en la mano derecha.

– Regina: Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?- Clienta: Querría que me consiguiese los libros de ésta lista.

– R.: Claro, déjeme ver. Son A photographer’s life 1990-2005. Anne Leibovitz; Africa, de Sebastiao Salgado; Arte y fotografía, de David Campany; Bette Davis, Amarga victoria, de Ed Sikov; Cazadores de Luz, de National Geographic y Cocinar de cine, de Xabier y Juan Miguel Gutiérrez. Bueno, aquí tengo el de Bette Davis y el de Cocinar de Cine, y el resto tendríá que pedírselos. ¿Le corren prisa?

– C.: No, no. Además prefiero recogerlos todos juntos, así que pídamelos y cuando estén todos me llama y vengo. ¿Le parece?

– R.: Claro, como quiera.

Acto II. SE ABRE EL TELÓN: Poco más de una semana después Regina recibe por fin el último de los libros del encargo de la misteriosa mujer; es el de Sebastiao Salgado, que ha sido el más remolón en llegar a mis confines.

Cotejo los libros con los de la lista y apunto sus precios:

A photographer’s life 1990-2005. Anne Leibovitz: Random House, 108,75 euros; Africa, de Sebastiao Salgado: Taschen, 49,99 euros; Arte y fotografía, de David Campany: Phaidon, 44,95 euros; Bette Davis, Amarga victoria, de Ed Sikov: T&B, 24 euros; Cazadores de Luz, de National Geographic, 45 euros; y Cocinar de cine, de Xabier y Juan Miguel Gutiérrez: Everest, 42 euros. Total: 314,69 euros.

Dejo la pluma y marco el número telefónico que me dejó la mujer:

– C.: ¿Hola?- R.: Mire, perdone si la molesto; le llamo de Reginaexlibrislandia, la librería, porque ya tengo todos los libros que me encargó.

– C.: ¿Todos? ¿De veras?

– R.: Si, pero…

– C.: ¡Esta misma tarde me paso a por ellos!

– R.: Como quiera, aquí estaré. Lo que sí me gustaría decirle es que el total son 314,69 euros, porque se trata de títulos caros…

– C.: Ah, no se preocupe, contaba con ello. Llevaba tiempo queríendome regalármelos.

– R.: Perfecto, pues no la entretengo más. Hasta luego.

Acto III. SE ABRE EL TELÓN: A primera hora de la tarde ella aparece. Llevaba el pelo suelto y se había dibujado la sonrisa en un rojo intenso, aunque no se quitó las gafas de sol. Saqué sus libros.

Con un ligero temblor de manos cogió el de Anne Leibovitz, y como en ese momento entró un cliente yo me excusé para ir a atender.

De pronto, ¡PLAF! oímos el sonido de un libro pesado desplomándose sobre el cristal de mi mesa, pasos apresurados y el golpe seco de la puerta al cerrarse.

Corrí a mi escritorio. Allí estaban los seis ejemplares, pero ni rastro de la mujer.

Al fijarme un poco más me topé con la factura que había preparado para ella. Sobre mis números me escribió una nota con una barrita de pintalabios rojo, que se dejó olvidada:

«Lo siento. Si me llevo esos libros no como».

Se cierra el telón.

Y yo, queridos, ¿cómo me como yo eso?

«Tiene perro en el título, no sé más»

Hay días en que la euforia librera me posee de tal manera que me entran unas ansias irrefrenables de irme a París para traerme de vuelta a la mismísima Emmanuelle disimulada en el pelucón.

«Cielo, me aconsejo, es justo lo que le falta a Reginaexlibrislandia».

En esos momentos el que se trate de una campanita de trece toneladas con un badajo de quinientos kilos es un detalle sin importancia, lo mismo que su discreta ubicación: la Torre Sur de la Catedral de Notre Dame. «Bah, nimiedades», me digo.

A mi lo que me importa es llenar ese enorme vacío con la forma y el tamaño exactos de Emmanuelle que pendula sobre mi regia cabeza, y dejarme llevar en un frenético campaneo con cuerda a lo Quasimodo cada vez que se obre el milagro librero en mis confines.

Como hace unas horas, cuando llegaron dos mujeres casi tan tímidas como encantadoras (Clienta 1 y Clienta 2):

– Clienta 1: Buenos días, señorita, espero no molestarla.- Regina: ¡Hola! Claro que no molesta, dígame.

– C1: La verdad es que me da un poco de apuro decirle esto…

– R.: Tranquila, mujer

– C1: Verá, quiero un libro que le vi a una conocida y del que he oído hablar, pero lo único que sé es que el título tiene la palabra ‘Perro’.

– Clienta2: Ya le he dicho yo que con esa seña no podía venir, que no iba a poder ayudarla, pero es que vamos a pasar una temporada en el hospital y se le ha ocurrido ahora, cuando íbamos de camino, que lo quería.

– R: Mmmm, ¿Perro en el título? Pero, ¿recuerda si es novela o si se trataba de otro tipo de libro?

– C1: Yo creo que era novela, y algo especial, me dijo mi conocida. No sé si era nuevo, pero que se habló mucho de él el año pasado.

– C2: ¡Desde luego, vaya apuro me haces pasar y en qué aprieto has puesto a la muchacha!

Aquí a esta Regina, no se muy bien por qué ni cómo, se me iluminó la pelambrera y el título de un libro y su circunstancia me atravesaron como una descarga eléctrica:

– R: El curioso incidente del perro a media noche, de Mark Haddon.- C1: ¿Cómo dice?

– R: Que puede ser El curioso incidente del perro a media noche. Tiene ya unos años, pero su autor sacó otro libro el año pasado y se volvió a hablar mucho del otro que, además, salió en bolsillo.

– C2: ¿Es ese?

– C1: Puede ser, pero no estoy segura. ¿Me lo enseña?

Mientras íbamos de camino a la balda expliqué a la pareja que se trata de un librito, como poco, entrañable y para mi fascinante. Su joven protagonista sufre una variante leve del autismo, por lo que las emociones ajenas son un misterio, su interpretación del mundo es literal y apenas soporta el contacto físico.

Un día el perro del vecino aparece asesinado, y el chico decide investigar, lo que le obligará a salir de su burbuja para entrar en una realidad más abrupta, la del resto de los mortales, que él socavará a golpe de inocencia.

– C1: ¡MÍRALO! Si, si es este, seguro. Por la portada pensé que era una novela de crímenes, pero ya me contaron que no, que todo lo contrario.- C2: Si no lo veo no lo creo, la verdad.

– C1: ¡Qué barbaridad, menos mal que entramos!

Y se fueron. Y allí me quedé yo, como petrificada, sin entender muy bien lo que se cuece a veces bajo mi pelucón ni cómo. Eso hasta un segundo después, cuando me subieron oleadas de euforia y orgullo desde los higadillos.

¿Lo veis, queridos? De haber tenido a la Emmanuelle en reginaexlibrislandia le hubiera hecho saber al mundo a campanazo limpio el pequeño milagro librero que se acababa de obrar en mis confines

¿Alguno de vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, leyó El misterioso incidente del perro a media noche?