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Reflexiones de una librera
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6 remedios literarios para brotes neoyorquinóticos

Si pudiérais husmear dentro de mi caja torácica no veríais una patata. Tampoco un libro porque, por muy de ficción pura que sea, mi bibliofilia se reconcentra en el pelucón. Así que nada de tubérculos ni de libros palpitantes. Si me abrieras en canal veríais una gran manzana de neón rojo. Soy, literal y literariamente, neoyorquina de corazón.

(New York, New York 1977 / MGM)

(New York, New York 1977 / MGM)

Y esa cualidad amanzanada de mi músculo central responde con curiosas arritmias cardíacas a según qué estímulos externos, que a su vez me envenenan la sangre y provocan lo que yo llamo mis brotes neoyorquinóticos.

Por ejemplo, mi estupenda decisión de barrer reginaexlibrislandia esta mañana con la mítica New York, New York de fondo devino en un dueto a garganta abierta entre Liza Minelli y servidora que se repitió en bucle durante una hora. Para cuando me quedé sin voz Liza y yo ya éramos una única criatura, y mi pelucón lucía un glorioso recogido al más puro estilo finales de la IIGM. Por cierto que, aunque la popularizó a escala planetaria Frank Sinatra, la canción fue compuesta para la película musical homónima de 1977, cuyo cartel encabezaban la Minelli y Robert de Niro.

Como ya no podía seguir cantando, tampoco me podía coger un avión y era hora de abrir la librería decidí hacer lo que mejor sé: sacudirme el brote neoyorquinótico masacrando a librazos el gusano de mi corazón amanzanado.

Y en apenas una caída de pestañas monté una mesa con seis libros que, para mi, son la terapia libresca más efectiva para esos momentos críticos:

1. Nueva York. Edward Rutherfurd. Roca. Aunque en sí mismo el libro es ya un recorrido alucinante a través de los cuatro siglos de historia de Nueva York, su grandeza estriba en que todo el peso de la trama recae sobre las gentes anónimas que hicieron de ella lo que hoy es: un glorioso crisol humano encorsetado en hormigón, madera y hierro. A través de hechos históricos, datos curiosos y verídicos, de múltiples personajes de todos los orígenes imaginables –indios manhatos, colonos holandeses, comerciantes británicos, esclavos africanos, trabajadores germanos, irlandeses, judíos e italianos llegados con escala en Ellis Island, puertorriqueños y chinos, gente honrada y gánsteres, elegantes damas y prostitutas, borrachos y eruditos– y con el hilo conductor de varias generaciones de distintas familias,  Rutherfurd dibuja un mosaico vívido, ameno y apasionante de la Gran Manzana desde sus orígenes hasta el siglo XX. Un libro recomendable al 100% para cualquier paladar libresco.

Nueva York, Rutherfurd

Nueva York, Rutherfurd

2. Historias de Nueva York. O’Henry. Nórdica. Hablar del Nueva York en la literatura es prácticamente sinónimo de hablar de un titán de la narrativa breve: William Sidney Porter, alias O. Henry. Estaba genéticamente dotado no sólo para retratar al americano medio sin tapujos y con mucha ironía, sino para calzar finales de órdago; tanto que pronto se acuñó eso de escribir “un final a lo O. Henry”. Y no sólo eso, ya que muchas de sus grandes piezas aparecen reunidas en este Historias de Nueva York, donde las vidas de neoyorquinos de todo pelaje se engarzan sobre una ciudad siempre vibrante para ir articulando ante la mirada entre atónita y embobada del lector una fabulosa y original cartografía neoyorquina de principios del S XX. Un singular y alucinante viaje en el tiempo a una de las ciudades más magnéticas del mundo que se nutre del siempre imprevisible plancton de la cotidianidad y de una milagrosa simbiosis entre O. Henry y su ciudad de adopción.

Historias de Nueva York

Historias de Nueva York

3. Caperucita en Manhattan. Carmen Martín Gaite. Siruela. Que Caperucita y el lobo dejen el bosque para pasearse por Nueva York y que la abuela, con varios maridos a la espalda, recuerde sus éxitos en el music-hall es algo grande, pero si lo hacen guiados por la magia de Carmen Martín Gaite y su fascinación por la ciudad se obra el milagro en forma de un libro llamado Caperucita en Manhattan. Una auténtica joya que recrea el clásico de Charles Perrault. La pequeña Sara Allen, embutida en su capita roja, decide ir sola desde su casa en Brooklyn hasta Manhattan para llevarle a su abuela una suculenta tarta de fresa. Así arranca una aventura junto al turbio pastelero mister Woolf y a la exquisita miss Lunatic, un ser nocturno que habita en las entrañas de la estatua de la Libertad y que será el hada madrina de la pequeña Sara en su periplo por la Gran Manzana. Un delicioso recorrido que esconde un mapa de Manhattan muy particular.

Caperucita en Manhattan

Caperucita en Manhattan

4. Brooklyn Follies. Paul Auster. Anagrama. Plantearse viajar entre líneas a Nueva York y no ponerse en manos de su cicerone contemporáneo por excelencia es poco más que una blasfemia literaria. Por eso Paul Auster  es de obligada lectura en el marco que nos ocupa y, especialmente, con Brooklyn Follies, novela ambientada en uno de sus barrios más emblemáticos: Brooklyn. En ella, el mago de lo cotidiano y demiurgo de personajes con un magnetismo sobrecogedor que es Auster nos introduce a Nathan Glass, un hombre quebrado que, tras sobrevivir a un cáncer y a un divorcio agónico, regresa al vecindario donde creció para apurar su ridícula existencia escribiendo sobre disparates y locuras ajenas. Pero a medida que empieza a escribir conoce a una troupe de personajes que pulverizan sus planes y de cadáver inminente pasa a ser un hombre casi enamorado, con mucho que hacer y muchas ganas de vivir.

Brooklyn follies

Brooklyn follies

5. Ventanas de Manhattan. Antonio Muñoz Molina. Booket. Fragmentos de Nueva York, la ciudad que esconde tantas ventanas como exhibe: las de los decorados de Broadway, de los edificios al otro lado de Central Park, el Harlem y la magia del Village, el jazz y centenares de curosidades y pequeños misterios de la Gran Manzana. A ellas se asoma un Muñoz Molina en su peregrinaje a las entrañas de una ciudad que le acoje con curiosidad recíproca, le susurra anécdotas y le revela secretos en boca de fantasmas unas veces y de neoyorquinos contemporáneos otras. La inmersión literaria que nos propone Muñóz Molina a su Manhattan es, en todos y cada uno de los itinerarios que dibuja, tan reposada, intensa, envolvente y reconfortante como un bourbon deslizándose por tu gaznate en un día gélido.

Ventanas de Manhattan

Ventanas de Manhattan

6. El guardián entre el Centeno. J.D. Salinger. Alianza. Holden Cauldfiel es un adolescente cercado por su fracaso escolar, la rigidez de su familia, la muerte de su hermano, el sexo y las dudas, que decide pasar unos días solo en Manhattan antes de regresar a su casa para enfrentarse con su familia tras su expulsión del internado en el que residía. De esta forma y en ese estado de confusión, desconcierto y ansiedad Holden recorre la gélida Manhattan del invierno de 1949 con inolvidables escalas en el Edmont Hotel, el Greenwich Village, el Radio City Music Hall, la Grand Central Station, el Rockefeller Center, Central Park, el Museo de Historia Natural… y algún que otro tugurio cargado de humo, testosterona y alcohol. El guardián entre el centeno es su confesión a quemarropa y sin tapujos, la disección de su mente y alma adolescentes destiladas con su propio lenguaje, y la radiografía de Salinger de un muchacho devorado por las contradicciones que entrañan el cambio de piel de chico a hombre.

El guardian entre el centeno

El guardián entre el centeno

Los citados son la mejor alternativa o complemento a las guías de viaje y una manera de, o bien revisitar Nueva York, o bien entrar a la ciudad por la puerta grande: la de la literatura. Sí, para dejarte guiar por cicerones de lujo escritores neoyorquinos de nacimiento o de adopción que la ficcionaron como a un personaje más: Hay muchos más, queridos, pero en esta ocasión estos seis títulos son suficientes para matar el gusanillo neoyorquino a librazos.

  • Y vosotros, queridos, ¿qué novela recomendaríais como alternativa a una guía para alguien que va a viajar a Nueva York? 
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