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«Dame algo del tal Fowles, que con lo de sus cartas me picó la curiosidad»

Cada vez que me entero de la publicación o de la subasta de la correspondencia privada de algún escritor se me llevan los demonios. Creo que es algo tan trágico como aberrante, y una sucia traición a los designios de su legítimo autor. Me enferma. Me enerva. Me asquea.

Si de entrada mi ánimo no es especialmente proclive a según qué biografías imaginaos cómo me pongo cuando pisamos el cenagoso campo epistolar. Es especular con jirones de un alma ajena, ¡por las teclas de una Underwood!

Pues estos días le toca el turno al británico John Fowles que, como los reginaexlibrislandianos de pro sabéis por otro post, es uno de los parroquianos de reginaexlibrislandiana, especialmente su soberbia El Coleccionista, seguida muy de cerca (y para muchos de vosotros en orden inverso) por El Mago.

De la maravillosa La mujer del Teniente francés poco os diré, porque es prácticamente imposible conseguir un ejemplar traducido por estos pazos, aunque quizá es el título más conocido por su adaptación cinematográfica de 1981 con las interpretaciones antológicas de sus dos jovencísimos protagonistas: Meryl Streep y Jeremy Irons.

El caso es que hace poco se adentró en mis confines un reginaexlibrislandiano asiduo, lector voraz de títulos de mi sección de Intriga y Terror.

Pero en lugar de enfilar hacia ‘sus baldas’ vino directo a mi:

Cliente: Oye, Regina, Dame algo del tal Fowles, que con lo de sus cartas me pica la curiosidad.
Regina: ¿Cartas de Fowles? ¿De qué cartas hablas?

C.: Leí por ahí que este mes subastarán un lote de cartas subiditas de tono que le envió a una chica de 21 años ¡Y por un precio de salida de casi 40.000 euros!

R.: ¡Ish! Ya estamos especulando con interioridades ajenas. ¡Hatajo de sanguijuelas!

C.: Por lo visto él, ya viudo y discapacitado, se encaprichó de una jovencita de 21 años que rondaba por su casa. La cosa está en que, según leí, la historia que se montaron tenía trozos de las novelas de Fowles, como si interpretaran personajes del escritor, ¿sabes lo que te digo?

R: Hombre, lo de la muchachita y eso suena un poco a La mujer del Teniente Francés, la verdad.

C.: Pero la cosa no queda ahí, porque él era impotente y le contaba en sus cartas lo mucho que la deseaba sin poder materializar físicamente su deseo y lo paradójico que era que ella, que sí podía desear, no le deseaba como hombre, sino como escritor. Algo así.

R.: ¿Ves? Eso ya es más de El Coleccionista.

C.: Bueno, ¿qué me llevo entonces?

R.: Pues siendo tú, con tus inclinaciones góticas y apetencia por el thriller y las tramas inquietantes, te diría que El Mago.

C.: Pus me la llevo.

Y se fue con su ejemplar de El Mago, y yo me quedé rumiando mi desprecio por esa parte de la humanidad aficionada a subastar privacidad ajena.

Aunque os mentiría si no reconociera que algo bueno salió de todo esto si con la comidilla del tráfico epistolar se despierta el apetito lector por la obra de un escritor tan brillante e incisivo como John Fowles.

Y con estas me envuelvo en mi fabulosa capa negra a lo Sarah Woodruff en La Mujer del Teniente Francés y giro sobre mis talones, no sin antes preguntaros qué opináis sobre la subasta de cartas privadas de literatos, queridos.