Chistes de toda la vida para el chavalerío de Internet, que aún no se los sabe

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Dos novios y un funeral



Grandeza Española

El callejero de Madrid está repleto de sorpresas. Por ejemplo, la calle Grandeza Española, escondida en el proletario barrio de Campamento:

Con ese nombre tan imperial uno imagina unos Campos Elíseos, un King’s Road o una Quinta Avenida. Pero no. Grandeza Española luce de esta guisa:

En Grandeza Española no hay neones ni tiendas de postín, pero abundan esos letreros directos y amenazantes que tanto gustan en esta casa:

Esto es lo que queda de la grandeza española.



Cómo calibrar una peli por el pelo de sus protagonistas

A un cinéfilo experimentado le basta con echar un vistazo al cartel, el reparto y el director de una película para saber qué le están vendiendo. De hecho, más de un crítico se ahorra un par de horas de penoso visionado con conocer esos tres datos; muy mal se tienen que dar las cosas para que no atine en el estrellado.

Nosotros vamos a ir más lejos: podemos –y vamos a demostrarlo- anticipar la calidad y la temática de la película tan sólo con saber las trazas del artista protagonista. ¿Que no? Vean, vean…

Samuel L. Jackson: a menos pelo, peor peli

“A mí me gusta mucho Samuel L. Jackson porque hace muy bien de negro”. Exacto: en ese terreno es imbatible. Samuel saltó a la fama en la piel del sentencioso Jules Winnfield en “Pulp Fiction”, donde lucía un hermoso peinado afro. Tampoco andaba mal de pelo en la nunca bien ponderada “El protegido”, mientras que lucía una extraña trenza en la muy notable “Jackie Brown”. Ahora bien, cuando el bueno de Samuel aparece afeitado en el póster es mejor echarse a temblar: “SWAT”, “Shaft” (que no es la misma, es otra), “La venganza de los Sith” –si incluimos cine infantil- o la recién estrenada “Regreso al infierno” (del productor de “Uno de los nuestros”, como dice el cartel con sorna). A cual peor.

Cameron Díaz: las rubias SÍ somos tontas

La pizpireta Cameron Díaz tiene dos opciones si no quiere encasillarse como florero: teñirse de morena o interpretar a una handicapada. Ella optó por el doblete: en “Cosas que diría con sólo mirarla” hace de ciega con cabellera castaña. En “Cómo ser John Malkovich” intentó el más difícil todavía: hacer de fea. Para ello se tiñó de moreno, claro. En “Gangs of New York” recurrió al tinte caoba a ver si caía un Óscar. Desde luego no se lo llevará por sus mejores –y más blondos- papeles: “La máscara”, “Algo pasa con Mary”, “Los Angeles de Charlie” y “Very bad things”.

Bigotes que hacen reír -Kevin Kline y Burt Reynolds- o no: Alfredo Landa

Como bien sabían Chaplin, Groucho Marx o Aznar, el bigote es un recurso cómico infalible: plántale un buen bigote al más soso de los actores y cosecharás las carcajadas del respetable. Este recurso lo ha aprovechado hasta la saciedad Kevin Kline, cuya filmografía puede dividirse en dos hemistiquios con la precisión de un cirujano plástico: comedias con bigote y dramas sin bigote. Bigotudo y jacarandoso apararece en “Un pez llamado Wanda”, “Te amaré hasta que te mate”, “French kiss” y “La pantera rosa”. Rasurado y sufriente en “Dobles parejas”, “La tormenta de hielo” y “Gran cañón”.

Otro tanto le pasa a Burt Reynolds, un actor que técnicamente no se puede considerar un cómico, en tanto no es que haga reír al público sino que siempre sale descojonado en las películas. El hirsuto actor es más bien un golferas, como se decía antes, o un tunante, como dice hoy la muchachada. Pero a lo que vamos: Reynolds acreditó el mostacho más célebre de Hollywood durante los 70 y los 80: “Los locos de Cannonball”, “Gator el confidente”, “Vuelven los caraduras” o, más recientemente, “Boogie nights”. Cuando se afeita el bigote es indicio de que se pone serio. Ahí están “Deliverance” y “Comenzar de nuevo”, donde interpreta a un escritor deprimido (y muy apurado).

En estos casos, Burt Reynolds prestaba su bigote a Alfredo Landa, que por llevar la contraria lo utilizaba como elemento dramático: véase “El Crack”. Garci sabe de sobras que un Landa rasurado no da miedo sino risa, como le sucedía a Manuel Alexandre cuando Fendetestas intenta darle el palo en “El bosque animado”.

Cuando los pantalones de la Keaton veas subir, al cine debes acudir

Diane Keaton es probablemente la mujer peor vestida sobre el planeta Tierra. No obstante, esta peculiaridad suya también sirve de infalible indicador de la calidad de las películas en las que participa: cuanto más se sube los pantalones, mejor es la cinta. Este hecho se aprecia fácilmente después de observar la trilogía de “El Padrino”, donde hay escenas en las que el pantalón le llega, literalmente, a los sobacos. Nadie negará la categoría de la saga Corleone, ¿verdad? Otro tanto sucede con “Annie Hall”, una de las mejores de su ex, Woody Allen, y en la que el pantalón le llega a las costillas flotantes. En “Misterioso asesinato en Manhattan” repite con Allen y con su querido pantalón. No será hasta “Cuando menos te lo esperas” cuando la Keaton empiece a llevar los pantacas como las personas.

Dado que cada título aquí citado es un poco peor que el anterior, si algún día Diane Keaton interpreta a la novia de Eminem aventuramos que la peli será un fiasco.



Jeroglífico inusualmente complicado

Más pasatiempos para pasar el ratín.



No me hagas un Terelu, que me da un Marichalar*

*Este artículo aparece en la edición impresa de 20 Minutos bajo el título «Pásame un Clinton o te arreo un Zidane», recortado por motivos de espacio. He aquí el original:

A veces al idioma le falta un neologismo que atrape la realidad cambiante. Entonces llega la actualidad al rescate.

¡Qué te va a dar un Marichalar! El castellano no tenía una palabra que describa el jamacuco que le da a alguien cuando pasa de una divertida reunión de amigos a una sesión de bicicleta estática sin un sueño reparador de por medio. Pero hete aquí que a esa rocambolesca y arriesgada sucesión de eventos se le llama ahora “un Marichalar”, por ser el duque de Lugo su primer usuario conocido.

¿Nunca te han hecho un Terelu? Una cámara de infrarrojos de Aquí hay Tomate captó a Terelu haciéndole una paja a la remanguillé a su novio, Pipi. Desde entonces, la cultura popular ha bautizado esta práctica como “hacer un Terelu”. Cuando el Terelu es recíproco, lo que se hace es un Krampack, como todo el mundo sabe.

Pásame un Clinton. Para un ex fumador resulta tortuoso ver cómo sus compañeros de parranda circulan el porro que no puede catar. Para calmar la ansiedad sin traicionar la promesa, nada como «hacer un Clinton«, es decir, darle una calada pero sin tragarse el humo. Como un futuro presidente, sí señor.

Y, claro, le tuve que arrear un Zidane. Si algún villano te menta a la madre o te habla en italiano o, simplemente, lleva unas patillas dibujadas al milímetro te está provocando, así que lánzale «un Zidane«, ese certero cabezazo en mitad del pecho, la frente o donde venga a caer.

Hazme un cuñaíto… Como su propio nombre indica “hacer un cuñao” es gritar “¡cuñaaaooo!” con un diente hecho con servilletas insertado entre el labio superior y la encía. La otra opción es perder todos los dientes menos el incisivo central, pero es más dolorosa y tampoco gana mucho en gracia.

Otros consejos del profesor Gao.



Nace Farla, la revista para el joven nerviosete

Otras novedades editoriales de El Desternillablog: Lugares con espanto, Ñapa, Vastagus y Costras.



¡Opera tu fimosis!

Sí, sí: ¡Opera tu fimosis!



Cristo de la Benemérita

El montaje no es nuestro, sino de un fotógrafo que responde al sugerente nombre de David Trullo. La postal estaba en un bar. Somos inocentes, no tenéis pruebas y este blog no está subvencionado, así que las reclamaciones al maestro armero.



Para cerveza, para vino, para cocaína…

Los mendigos vagos llevan una temporadita por Madrid. Esta mañana me los encontré por aquí.

La foto no me ha costado 278 euros, sino 45 céntimos, repartidos así:

-20 para whisky.

-20 para cerveza.

-5 para la resaca.

Han abierto una página web, donde se les puede ingresar la propina vía PayPal. Por pedir, que no quede.



Tele-Nart, ¿dígame?