Mi hermana me preguntó esta semana si puedo ir a un concierto en febrero. Quiere reservar las entradas ahora, ya que es posible que se agoten muy pronto.
Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando me di cuenta de que no puedo reservar algo para febrero. Ni siquiera sé si voy a estar en Madrid. Por primera vez en mi vida no tengo ningún plan certero. ¿Mi jefe sigue dispuesto a pagarme por trabajar a distancia? En ese caso, ¿mi inquilino en Estocolmo todavía querrá alquilar mi apartamento? Y si eso ocurre… ¿me quedo en Madrid?
Esto me ha hecho pensar acerca de las diferencias de estar aquí, en Madrid, y en mi ‘hogar’, Estocolmo, y en lo que realmente es un hogar.
Recuerdo cuando compré mi apartamento en Estocolmo. No hace ni siquiera un año desde que mi ex y yo tuvimos una gran bronca. Tras dos años juntos, nos íbamos a ir a vivir juntos a un apartamento más grande. Dos meses antes de que esto ocurriera, él cambió de opinión. Quería vivir solo. Y yo barajé todas las opciones: ¿Alquilar? ¿Compartir casa? ¿Comprar? No, comprar una casa me convierte en adulta -pensaba-; además, ¿qué banco va a dejar dinero a una joven escritora que no tiene ninguna seguridad económica? Pero tras estudiar las alternativas, llegué a la conclusión de que me saldría tan caro alquilar como comprar un apartamento. Encontré uno cerca del Globe Arena de Estocolmo, utilicé argumentos pobres, pero bien armados, con el banco y compré mi propia casa.
Pero cuando me planté allí y empecé a retirar el papel pintado de varias generaciones mientras escuchaba ‘All The Single Ladies’, de Beyonce, no me sentí feliz. ¿Por qué? Porque no era realmente lo que yo había decidido. Vivir sola en esta casa no era lo que yo quería. Era su deseo. Su último paso fue no dar ni un paso más en nuestra relación. Su obra maestra. Su triunfo. Su soledad.
Por eso no siento ese apartamento como mi hogar. Para mí representa los restos de una relación disfuncional en la que uno presiona para convertirse en soltero y el otro hace lo propio para sentirse más vinculado a su propia isla. Cada pared es una traición, el suelo está frío, el techo es destructivo.
Tuve que pagar mucho por mi casa. Dinero que recuperaré. Lo que él ganó fue una vida en común, pero en su empresa.
Lo que más deseo, por encima de todo, es poder reservar las entradas para el concierto de febrero y hacer mías las canciones que allí suenen. Quiero borrar de mi memora «All the single ladies’ y dejar que las paredes de Madrid se conviertan en mis propias paredes.