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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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¿Son capaces de sentir los árboles?

Ferdinand_Hodler_-_O_Lenhador,_1910

Son muchos quienes critican a las personas más sensibles con la naturaleza acusándonos de sensibleros, de ñoños, de tratar a los animales como si fueran personas, simplificando como un exceso de empatía nuestras posiciones vegetarianas, en contra de la caza o de las corridas de toros. Y concluyen quejándose: ¡Cuánto daño ha hecho Walt Disney!

Aunque sólo sea como historiador, me gustaría dejar claro que este sentimiento de amor por la naturaleza, supuestamente reciente y hasta progre, viene de lejos. Muy anterior al estreno de Bambi en 1942 e incluso a la publicación de la novela en que se basaba,  Bambi, una vida en el bosque escrita por Felix Salten y publicada en 1923. Y no sólo con animales. También con los vegetales.

Estos días ha caído en mis manos el libro Árboles, del periodista grancanario Francisco González Díez (1866-1945). Uno de los artículos se titula: ¿Sienten los árboles? Reproduzco aquí algunos hermosos extractos:

¿Será o no cierto que los árboles sienten y sufren, que hay en estos un principio oscuro de personalidad?

(…)

Los árboles para mí, soñador sempiterno, viven… Viven y padecen.

(…)

¿Por qué no han de llorar y plañir también los árboles? Cuando el invierno los desnuda envejeciéndolos, el frío los estremece; cuando la primavera los viste remozándolos, el júbilo los transporta. Cuando el salvajismo criminal del hombre los hiere y los derriba, se quejan.

No es el suyo un lirismo decimonónico. Conocido como «el apóstol del árbol«, Francisco González Díaz dedicó toda su vida a promover la plantación masiva de árboles en una España por entonces terriblemente deforestada, pero también de una cultura del árbol que reconociera la importancia de estos seres para nuestras vidas y haciendas. Sus escritos, un siglo después, siguen desgraciadamente de actualidad, como éste último que cualquiera de nosotros firmaría:

“Todos tenemos algo que plantar en esta tierra profanada por las luchas del odio; todos tenemos nuestro árbol que plantar y nuestros votos, nuestros cuidados, nuestros afanes paternales, nuestros deberes tutelares para ese árbol. Representantes del pueblo, plantad el árbol de la libertad, de la probidad y de la equidad, procurando que sus raíces ahonden hasta la última capa del alma popular, inmensamente fecundas; jueces y magistrados, afirmad el árbol de la justicia y esforzaos porque sus ramas abriguen por igual a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los fuertes y a los débiles; maestros y preceptores, plantad el árbol de la instrucción y acercad su fruto a los que están hambrientos y sedientos del pan y del licor de la vida; sacerdotes, fieles, hombres, plantad el árbol de la caridad que desarma el rayo de la cólera y florece con las flores del amor; ciudadanos, plantad el árbol del civismo que ennoblece y levanta los pueblos, que encumbra la santidad de la patria sobre todas las santidades de la tierra”.

Fragmento del discurso pronunciado con motivo de la Fiesta del Árbol, celebrada el 27-11-1910 en Las Palmas de Gran Canaria.
En El Apóstol, nº 1, 10-12-1910 [Recopilado en la revista Rincones del Atlántico]

Imagen: El leñador. Ferdinand Hodler, 1910. Wikimedia Commons.

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