Hoy estoy contento. La protección del lince ibérico, el felino más amenazado del planeta, va por muy buen camino.
Conocemos tan en detalle los movimientos de los dos centenares de ejemplares de su menguada población salvaje que prácticamente los tenemos individualizados uno a uno, perfectamente identificados por las diferentes manchas de su cuerpo o
por sus cicatrices. También se sabe qué hacen muchos de ellos minuto a minuto gracias a los collares de radioseguimiento colocados por los técnicos en sus cuellos.
De esta forma, cada vez que uno de ellos se accidenta o tiene algún problema, los técnicos del programa de conservación, cual ángeles de la guarda, se enteran y ponen en marcha un amplio operativo de ayuda.
Un macho adulto de Andújar (Jaén) acaba de beneficiarse de tanta dedicación. Resultó gravemente herido en el rostro, probablemente por haber luchado ferozmente contra otro lince en la defensa de su poderío sexual. En condiciones normales hubiera muerto. Pero para una especie amenazada un ejemplar reproductor es un tesoro genético de incalculable valor. Había que salvarlo.
Conocido su mal estado de salud gracias a fotografías procedentes del sistema de vigilancia y control de la especie, los veterinarios procedieron a su captura el pasado 12 de febrero como único método posible para poder curarle las heridas. Tan sólo 15 días después, totalmente recuperado, sus doctores personales le acaban de dar el alta y han autorizado su liberación en el mismo lugar donde vivía, aunque con un aparatoso collar para poder controlar su evolución.
Lo mismo sucedió hace dos años con Viciosa, una hembra de Doñana. También medio muerta a causa de una pelea, volvió al Parque Nacional tras pasar por el hospital veterinario. Regresó con tiempo suficiente como para aparearse y sacar adelante dos precisos cachorrillos machos, ahora fogosos jóvenes explorando retamas y jaguarzos en busca de un futuro prometedor.
Es la maravilla y la desgracia de estas especies tan amenazadas. Son tan pocos los ejemplares vivos que cada uno de ellos tiene nombre propio. Y sus andanzas, sus problemas y sus alegrías, son también los nuestros. Pero crucemos los dedos. Con un poco de suerte y todos los esfuerzos desarrollados, dentro de unos años serán tantos que volverán al anonimato. En ese momento sabremos que ya no están en peligro.