Son la pareja del verano: calor y moscas. Sin embargo, este año está resultando atípico. No sé ustedes, pero yo tengo la impresión de que hay menos moscas.
Aprovechando mis viajes estivales por Canarias, León, Burgos y La Rioja no he dejado de profundizar en tan sorprendente sospecha, haciendo la misma pregunta a cuantos amigos me encontraba en pueblos y ciudades: ¿Hay menos moscas este verano?
Lo reconozco. Es un estudio completamente acientífico, trufado de errores metodológicos, pero la mayoría de los encuestados me han dado la razón. Este año hay menos moscas. Y eso es una gran noticia.
¿Lo has notado también tú allá donde vives?
El descenso poblacional mosquil puede estar relacionado con la primavera tan lluviosa y fría que hemos sufrido este año, a la que ha seguido un verano especialmente seco.
De todas formas, el descenso será necesariamente pasajero. Ya lo dice el refrán castellano: «Lluvia y sol, mosca la vaca y el pastor». Todavía tienen tiempo suficiente para convertirse una vez más en plaga.
Y aunque en menor número, serán siempre suficientes como para despertarnos durante la siesta o caerse en la sopa.
¿Por qué tenemos tanta manía a las moscas?
No por piconas, pues sólo son chuponas. Tan sólo, y no es poco, las odiamos por pesadas. Un sentimiento que viene de antiguo. De hecho la propia palabra, «mosca», procede del sánscrito «makshika» o «maçika», que viene a significar «insecto que molesta».
Estos dípteros «inexorablemente domésticos» se caracterizan ante todo por su escaso, si no nulo, sentido común. Se posan una y otra vez en el mismo lugar, ajenos al peligro de nuestros obsesivos intentos por aniquilarlos. No existe criatura más pesada en todo el reino animal.
Tan sólo viven un mes, pero es tiempo suficiente para molestarnos hasta la exasperación.
Cada hembra de mosca doméstica (Musca domestica) puede poner hasta 500 huevos de una vez. 36 horas después de haber nacido sus crías, éstas ya pueden a su vez poner huevos. Es lógica tanta prisa, pues desde que nacen como huevo hasta que mueren apenas pasan 22 días. En ese momento, antes de dejar este mundo, habrán sido abuelas varias miles de veces. Y si a finales de agosto todos sus descendientes sobrevivieran a insecticidas y pájaros, el planeta estaría cubierto por una espesa capa de estos insectos de 10 metros de profundidad.
De todas formas, como ya os conté hace un par de años, habrá que esperar al menos hasta el 25 de octubre para poner fin a tan pesado sufrimiento pues, como reza el dicho popular, «el día de San Crisanto, las moscas al campo santo».