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Un millón de años sin nosotros

¿A qué huele un millón de años? A calor, a humedad, pero sobre todo a geología, a tiempos pretéritos.

Una excavadora desmontaba la pasada semana una ladera en la turística localidad de Caleta de Fuste (Fuerteventura), primera fase de la construcción de una urbanización de chalés adosados. De repente, la máquina dejó al descubierto la entrada a un tubo volcánico cuya existencia era desconocida. Una extraña fumarola surgida de las profundidades marcó el descubrimiento. En realidad era vapor de agua. Humedad de milenios condensada en el interior de una cueva formada por una antigua erupción volcánica hace un millón de años, sellada desde entonces al mundo exterior, indiferente al discurrir de la historia, a la aparición y extinción de nuevas especies, a la llegada y dominio de un homínido dotado de tanta inteligencia como violencia, de nosotros mismos.

Como se decía en las viejas crónicas, el periodista estaba allí. Al día siguiente del descubrimiento tuve la inmensa suerte de acompañar a un geólogo y a un técnico de medioambiente en la primera exploración de la caverna. Ajenos al peligro de hundimiento de su inestable techo y a las posibles emanaciones de gases tóxicos, ante nuestros ojos se abrió un extraordinario mundo subterráneo, sellado al exterior cuando esta vieja isla canaria todavía se estaba formando. Fue como profanar un espacio sagrado, iniciar un viaje julioverniano al centro de la tierra. Nuestros pies hollaban por primera vez un terreno ignoto, virginal, nunca antes pisado por el hombre. Un suelo cubierto por sales minerales de extrañas coloraciones, por rojizos nódulos de hierro y manganeso, por finísimos limos amarillos, por negros basaltos, por durmientes lavas.

No fue la única sorpresa. En el suelo descubrimos infinidad de huesos pertenecientes a extraños animales. Correspondían a especies extinguidas del mundo hace varios milenios, coincidiendo con la llegada de los primeros hombres a Canarias: el ratón del malpaís (Malpaisomys insularis) y la pardela de la lava (Puffinus olsoni). También encontramos restos de una musaraña canaria (Crocidura canariensis), ésta todavía presente en la isla.

Pero lo más importante está todavía por descubrir. Su fauna netamente cavernícola, pequeños insectos ciegos, quizá algunos de ellos únicos en el mundo como la arañita (opilión) Maiorerus randoi, exclusiva de una cueva localizada en el norte de Fuerteventura. Un trabajo para futuros especialistas… si antes no se destruye todo este paraíso.

Porque lo previsible es la construcción sobre la cueva de las proyectadas viviendas. De momento el Cabildo ha paralizado los trabajos, aunque no me hago demasiadas ilusiones. Y en realidad, el cierre de la caverna bajo toneladas de hormigón puede ser la mejor protección para este delicado mundo de las profundidades. Han vivido un millón de años sin nosotros y, sinceramente, no nos necesitan.

El geólogo Juan Miguel Torres comprueba la temperatura en el interior del tubo volcánico recién descubierto, varios grados más alta que en el exterior, mientras el técnico medioambiental José Antonio Vera toma fotografías de la cueva.