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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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¿Fuman tabaco los murciélagos?

¿La estupidez humana se hereda? Sin lugar a dudas. Se comprende así que las mismas barbaridades que hacían nuestros abuelos con los animales las sigamos repitiendo miméticamente ahora nosotros.

Ocurre con los pobres murciélagos. Las mismas risas tontas, los mismos miedos inútiles para cazar a uno de estos fascinantes seres de la noche, crucificarlo en el tronco de un árbol y meterle un cigarro en su pequeña boca para obligarlo a fumar.

La primera vez que vi en mi vida un murciélago fue así, martirizado, fumando compulsivamente en un intento imposible por aspirar oxígeno entre tanto humo dañino. Sentí una pena enorme por él. Tendría cinco años, estaba en el pueblo y esa visión me dejó aterrorizado durante mucho tiempo.

¡Cuántos murciélagos siguen hoy en día fumando en nuestros pueblos!

Tan popular es esta salvajada que hemos acuñado la frase de «fumar como un murciélago» para señalar a aquellos que, como los pobres quirópteros, fuman sin parar hasta reventar.

Insectívoros, sigilosos, inofensivos, aliados nuestros, a lo largo de la historia de la Humanidad los murciélagos sólo han recibido nuestro rechazo. ¿Por ser feos pero poder volar incluso en la noche más oscura? ¿Les tenemos envidia o sólo asco?

Confieso que a mi me apasionan. Por eso me duele tanto comprobar que todavía ahora, en pleno siglo XXI, seguimos torturándolos, acusándolos de ser aliados del demonio, de enredarse en el pelo largo de las mujeres, de chupar la sangre, de contagiar la rabia.

¿No te gustan los murciélagos? Pues déjalos vivir en paz, no se meten contigo y están protegidos.

¿Te parecen preciosos? Pues aprende a conocerlos, a identificar sus muchas especies incluso por la frecuencia de sus ultrasonidos, disfruta viéndolos salir por la noche a la caza de esos insectos que tanto nos incomodan.

Pero por favor, nunca les pongas a fumar.

¿Te lo había dicho? Los murciélagos no fuman. En eso son más listos que la mayoría de nosotros.

Os dejo aquí un vídeo de YouTube, donde unos bestias se empeñan en hacer fumar a un pobre murciélago.

Vuelven los pajaritos fritos

Algo debe de tener lo prohibido que tanto nos atrae. Tenemos los hipermercados repletos de todo tipo de comidas procedentes de todo el mundo, pero las ilegales nos gustan especialmente.

El venado se puede comer en muchos restaurantes, aunque si ha sido cazado por furtivos y logrado de estrangis sabe diferente, mucho mejor. Los cangrejos de río se venden en las pescaderías, pero esos son americanos, y siempre hay gente con tanto dinero como poco seso dispuesta a comprar los últimos cangrejos autóctonos españoles.

¿Se acuerdan de los pajaritos fritos? Fueron durante siglos la tapa más famosa de nuestras tabernas, especialmente de Madrid hacia el sur, tan popular como barata. Cazados con redes y cepos, se atrapaban por millares todo tipo de aves, la mayoría insectívoras como las currucas o los escribanos. Desplumadas y fritas en aceite bien caliente, se comían en cazuelas de barro, cubiertas con sombreretes de papel. Por suerte, la Unión Europea nos obligó a desterrar tan salvaje opción gastronómica.Pero se siguen comiendo.

Sin ir más lejos, Irene Ruiz se encontró este invierno en Posadas(Córdoba) decenas de cepos de costilla bajo los que encontró recién muertos numerosos mirlos, colirrojos y petirrojos.

Y Juan Ramón ha localizado este verano dos mesones en Granada en cuyas cartas de tapas se anuncian sin complejos raciones de pajarillos fritos por 12 euros. Respecto a estos últimos quiero creer que en realidad sean codornices a modo de ecológico sucedáneo, aunque tengo mis dudas.

¿Cuándo nos quitaremos de encima tan perversa atracción por lo prohibido? ¿O será nostalgia de los tiempos del hambre, la cazurronería y el estraperlo? En todo caso, quien come pajaritos fritos es que, definitivamente, tiene el cerebro frito.

En el siglo XVII se preparaban en hatillos de seis «paxarillos» lardeados con tocino y asados todos ellos juntos a la sartén con unos dientes de ajo y algo de pan rallado y perejil finamente picado. Así se puede ver en un antiguo grabado decimonónico que me he encontrado este año en la biblioteca de la Fundación Joaquín Díaz en Urueña (Valladolid) y que os reproduzco bajo estas líneas. Eran otras épocas ¿definitivamente superadas?