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Comienza la aventura de Morla, la tortuga viajera

Una de las primeras tortugas liberadas en Almería. © Hombre y Territorio

Una de las primeras tortugas liberadas en Almería. © Hombre y Territorio

El año pasado una tortuga boba (Caretta caretta) eligió las arenas de una playa de Pulpí (Almería) para poner sus huevos. Esta especie se llama boba no porque sea escasamente inteligente y elija para hacer sus nidos en playas destrozadas por la especulación y la burbuja inmobiliaria. Recibe tal nombre porque como reptil de sangre fría que es, tiene por costumbre tomar el sol en la superficie del mar quedándose flotando tan plácidamente que resulta muy fácil de capturar.

El caso es que una familia alertó a la Asociación Equinac a través del 112, cuyos voluntarios vigilaron el nido durante varios días para que nada malo le ocurriera. Por riesgos de inundación, responsables del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio decidieron trasladar los huevos e incubarlos en condiciones controladas en instalaciones de la Estación Biológica de Doñana en Sevilla.

Una vez nacidas, las pequeñas tortugas se trasladaron unas a las instalaciones del Centro de Gestión Sostenible del Medio Marino Andaluz de Algeciras y otras al Acuario de Sevilla. Lee el resto de la entrada »

La moda de la cría en cautividad

Hasta hace apenas cinco décadas en España todo el monte era orégano. Los animales salvajes, o se cazaban y por lo tanto servían, o eran alimañas y no servían. Entonces se pagaba un duro por cada garra de águila matada. Luego descubrimos (gracias sobre todo a Rodríguez de la Fuente) que todas las especies servían al ecosistema, y a nosotros mismos nos hacían felices con sólo verlas, o intuirlas. Empezamos así a protegerlas de escopetas, lazos, venenos, carreteras y tendidos eléctricos. Recientemente hemos dado otro gran paso en la línea correcta. No sólo se trata de conservar la Naturaleza, de cuidar lo escaso, lo amenazado. Pretendemos mejorar lo que nos queda, sacar a esas especies del farolillo rojo del peligro de extinción. Y dentro de esta nueva política de mejora de la biodiversidad, los proyectos de reintroducción tienen un valor estratégico excepcional, hasta el punto de haberse convertido, si no en la principal herramienta de gestión de las administraciones, sí al menos en la de mayor peso mediático.

Osos eslovenos para el Pirineo, quebrantahuesos austriacos para Cazorla, linces de Sierra Morena para Doñana, tortugas bobas de Cabo Verde para Canarias, buitres negros extremeños para Cataluña y Baleares, calamones en Girona, cernícalos primilla, visones europeos, pinzones azules de Gran Canaria, fochas morunas, urogallos, sapillos, peces y docenas de plantas amenazadas. Está claro. Este tipo de conservación ex situ, de cría en cautividad y posterior liberación en terrenos apropiados, está de moda.

Desgraciadamente, no todos los proyectos se están realizando con las mínimas garantías científicas. En algunos casos se derrochan ingentes cantidades de dinero mientras se descuida lo más importante: el hábitat. Por muy bien que estas especies críen en modernos centros especializados, si antes de liberarlas no hemos solucionado los problemas que provocaron su extinción no habrán valido para nada tantos esfuerzos. Las estaremos enviando a una muerte segura. Y eso es algo que nadie quiere.

Muere medio millar de huevos de tortuga traídos de Cabo Verde

El pasado 1 de octubre, 560 huevos de tortuga boba (Caretta caretta) fueron desenterrados de ocho nidos localizados en una playa de Cabo Verde, trasladados en avión a Gran Canaria y desde allí en helicóptero a las playas de Cofete, en el municipio de Pájara (Fuerteventura), donde fueron nuevamente enterrados en la arena. Tan costoso proceso está pagado por el Gobierno de Canarias, empeñado en un ambicioso proyecto de recuperación de las colonias de este animal bajo el paraguas de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC).

El año pasado fue la primera experiencia. Del millar de huevos depositados con todo el cuidado en la arena por el presidente de Canarias y un nutrido número de políticos del partido gobernante en las islas, bajo la atenta mirada de decenas de periodistas, en total nacieron en la playa majorera 143 tortuguitas.

Pero este año ha sido el desastre. De los 560 huevos enterrados, ni uno sólo ha logrado eclosionar. Fracaso total, silencio institucional. Me cuenta una persona cercana al proyecto que los embriones murieron por un problema de temperatura al haberse retrasado demasiado el transporte. Esta vez quisieron hacer las cosas bien, con todos los papeles necesarios para la exportación, evitando así las denuncias que la Guardia Civil y la Agencia Tributaria les impuso nada menos que por contrabando de especies protegidas. Demasiados trámites. Y fallaron.

El profesor de la ULPGC y director del proyecto de reintroducción, Luis Felipe López Jurado, se mostraba hace un año muy satisfecho con un éxito inicial que, en su opinión, confirma la viabilidad del programa:

«Durante 15 años traeremos de Cabo Verde entre 1.000 y 3.000 huevos, dependiendo de cómo vaya el manejo en cada momento, para enterrarlos en las playas de Fuerteventura, esperar a que eclosionen y dejarlos que ganen el mar. Después los mantendremos durante un año en cautividad para reducir el riesgo de la predación antes de liberarlos definitivamente», me explicó López.

El proyecto se desarrolla igualmente en Almería, aquí de la mano de la Junta de Andalucía y con el aval de la Estación Biológica de Doñana. En este caso el secretismo es aún mayor, aunque todo apunta a que el otro medio millar de huevos llevado al Cabo de Gata ha obtenido el mismo estrepitoso fracaso que en Fuerteventura. Con el agravante de que, como han denunciado muchos especialistas, allí se quieren liberar tortugas atlánticas, genéticamente diferentes a las mediterráneas, bajo la pueril explicación de que ayudarán a combatir las plagas de medusa. Hagan cuentas. En 10 años se traen 15.000 huevos de Cabo Verde, donde tampoco sobran tortugas, para lograr con suerte que tras una década de esfuerzos económicos regresen a criar a las playas españolas dos o tres hembras.

Pero en ambos casos las dudas son las mismas. Mientras el mar siga contaminado y sobreexplotado, los aparejos de pesca matando miles de tortugas, las costas urbanizadas, el tráfico marino en aumento ¿qué futuro podemos ofrecer a estos animales? Tan sólo la muerte. De forma lenta, al ritmo silencioso de nuestra destrucción, o rápida, robando huevos en países lejanos que después se secarán al sol en nuestras turísticas playas.

Matanza y expolio de tortugas en Cabo Verde

Más de un millar de tortugas bobas son capturadas ilegalmente estos días en las playas de Cabo Verde, situadas a 600 kilómetros de las costas de Senegal. Las matan las pobres gentes de ese pobre país africano, especialmente en la isla de Boavista, cuando los animales salen por las noches a la superficie para enterrar sus huevos en las finas arenas del litoral. Los caboverdianos llevan 30 años sufriendo una terrible sequía y para ellos no se trata de una especie en peligro de extinción, sencillamente es comida fresca.

En Cabo Verde anidan unas 10.000 tortugas, la tercera población nidificante más importante del mundo. Cuando estuve allí en una ocasión, compré varias que me ofrecieron los pescadores y las solté. Me miraron como quien mira a un loco, o a un bobo. Otros turistas, me consta, se las zampaban en sopa por eso de lo exótico.

Se comprende así que estas capturas ilegales estén poniendo en serio peligro el futuro de la especie. Pero el auténtico problema no está en la costa sino en el mar abierto, donde la pesca del palangre, las nasas, los enganches accidentales en redes a la deriva y la contaminación está diezmando sus poblaciones. Más de 20.000 mueren al año en las costas españolas.

¿Y qué hacemos nosotros para evitarlo? Robarles los huevos.

Por segundo año consecutivo, los científicos españoles han expoliado en las zonas donde desarrollan un programa de protección y vigilancia varios nidos de tortuga boba. Desde allí sus huevos han sido cuidadosamente trasladados en avión y helicóptero a España. Con ellos se pretende que las tortugas vuelvan a criar en dos simbólicos espacios naturales, Jandía en Fuerteventura y Cabo de Gata en Almería.

El proyecto es criticado por distintos colectivos ecologistas, quienes destacan el elevado coste económico del plan, cuya cantidad exacta no ha sido hecha pública, y donde los intereses mediáticos y turísticos están por encima del interés por la recuperación ambiental del entorno. Como ejemplo señalan las poco rigurosas razones dadas respecto a que este proyecto “es una medida de gestión para prevenir las plagas de medusa”, en detrimento de un análisis exhaustivo de las verdaderas causas que provocan las aguas vivas.

Además se están incumpliendo todas las recomendaciones básicas internacionales respecto a las reintroducciones: no se ha hecho un estudio genético previo, no existen datos históricos recientes que indiquen que en los lugares elegidos había antes colonias semejantes, y la pesca y la contaminación las sigue matando en mayor número incluso. Soltar allí tortugas es condenarlas a muerte.

Pero hay más. Los responsables del proyecto de reintroducción calculan que deberán estar trayendo entre 1.000 y 3.000 huevos africanos durante al menos 15 años consecutivos antes de lograr el retorno de los primeros adultos. En Estados Unidos, con colonias en México, han tardado 35 años en conseguirlo. Una llegada que, a pesar de todo, el profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y director del proyecto de reintroducción, Luis Felipe López Jurado, considera “segura”, tras el nacimiento el pasado verano de las primeras 143 crías de tortuga en las playas majoreras de Cofete.

Otro de sus responsables, el investigador de la Estación Biológica de Doñana (CSIC) Adolfo Marco, ha confirmado que sólo una cría de cada mil llega a adulto, lo cual se considera un índice de supervivencia bajísimo. Con estos datos, de las más de 15.000 tortuguitas que puedan nacer en Fuerteventura a lo largo de esos 15 años, tan sólo lograrán regresar a desovar a Cofete apenas una docena de ellas. Un magro resultado, a un precio altísimo, para una especie que no cría en Canarias desde hace varios siglos, mientras otras como el cuervo o la terrera marismeña se extinguen sin que nadie mueva un dedo. Pero claro, esas pobres venden menos, y la biología cada vez más es biopolítica.