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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El águila pescadora se hace especie ibérica

Águila pescadora

Hace tres años, en este mismo blog, os daba una buena noticia: el águila pescadora ha recolonizado la península Ibérica. La de entonces era apenas una esperanza. Las dos primeras parejas de esta hermosa rapaz habían logrado sacar adelante pollos. Hacía más de medio siglo que algo así no ocurría.

Este año los datos son aún mejores. La población ibérica se consolida. Según ha informado la Junta de Andalucía [Boletín Geobio], en 2013 han criado 12 parejas en esa región. En Huelva se han reproducido 3 parejas y se ha localizado otra pareja territorial, mientras que en Cádiz han sido 4 las parejas reproductoras y 4 más las que han formado territorios estables. En total han volado 15 pollos.

Su aparición no es casual. Para lograr este número ha sido necesario desarrollar a lo largo de los últimos 10 años un costoso proyecto en colaboración con la Fundación Migres y la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC). Mediante la técnica del hacking o cría campestre se han traído pollos de poblaciones norte europeas (Alemania, Finlandia y Escocia) para que cuando alcanzaran la madurez sexual pudieran volver a sus lugares de suelta incorporándose a la población reproductora natural, en aquellos momentos inexistente. Así, desde 2003 se han soltado en Andalucía un total de 164 ejemplares, 86 en el sur de Cádiz y 78 en las onubenses Marismas del Odiel. Muchos, la gran mayoría, han muerto antes de hacerse adultos, pues la mortalidad juvenil es altísima.

Los censos y estudios de seguimiento de la especie confirman lo que ya se temía. Hay comida de sobra para esta rapaz, pero su verdadero peligro son los aerogeneradores y los tendidos eléctricos. Esa es la mala noticia de la buena noticia.

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Buscan nombre para el primer guirre nacido en cautividad en Canarias

Guirre

El Centro de Recuperación de Fauna Salvaje del Cabildo de Gran Canaria acaba de obtener un fabuloso éxito. Lograr el primer guirre nacido en cautividad de la historia, el primer alimoche canario (Neophron percnopterus majorensis) que viene al mundo en esa isla desde hace al menos medio siglo.

Hijo de dos aves tullidas, el pequeño buitre nació en una incubadora el pasado 19 de junio. Al principio fue necesario alimentarlo a través de un muñeco emplumado que imitaba a los adultos, para de esta manera evitar su troquelado, manteniendo así su natural desconfianza hacia los humanos. Transcurrido un mes, su padre biológico lo ha adoptado como lo que es, su hijo, y no se despega de él, mientras que su madre, menos maternal, se mantiene ajena a la familia.

No tiene nombre, pero en realidad tiene cuatro. El técnico es Npm 01/2013. Los otros tres son más familiares: Alex Romualdo Tamarán. Alex en honor a Alex Llopis, coordinador en España del Programa Europeo de Conservación de Especies Amenazadas del Quebrantahuesos y cuyos expertos consejos han permitido el feliz natalicio. Romualdo por San Romualdo, el día de su santo. Y Tamarán por ser el nombre aborigen de la isla que le vio nacer y donde no nacía un guirre desde que estos se extinguieran allá por los años setenta del pasado siglo.

Le faltaría un quinto nombre, el más merecido de todos ellos: Pascual. En honor a Pascual Calabuig, querido amigo y director del Centro de Recuperación de Fauna Salvaje. Experto biólogo y veterinario, lleva décadas empeñado en salvar de una muerte segura a miles de animales accidentados. Sólo él y su equipo podían haber logrado algo que hasta sus propios jefes veían como un sueño irrealizable.

Con toda probabilidad, cuando en septiembre la ahora bola de grisáceo plumón se haya convertido en un emplumado alimoche ya tendrá un nombre definitivo. Y una pequeña mochila adosada a la espalda para poder controlar sus movimientos por GPS. Todo preparado para ser liberado en Fuerteventura, la única isla de Canarias donde esta amenazada subespecie tiene algo de futuro.

Pero no lo tendrá nada fácil. Tendidos eléctricos, venenos y disparos se lo pondrán muy complicado antes de que, dentro de cinco años, llegue a la madurez sexual y logre emparejarse, reforzando así una población donde uno es mucho, muchísimo.

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Adiós a la silla eléctrica de las aves

Las grandes noticias para el medio ambiente suelen pasar desapercibidas. Sobre todo si son buenas noticias y no catástrofes.

Es exactamente lo que ha ocurrido con la aprobación el pasado viernes por el Consejo de Ministros de un decreto para proteger a las grandes aves de los tendidos eléctricos. Unas infraestructuras energéticas fundamentales para nuestra sociedad, pero culpables de aniquilar más de 30.000 aves al año en España, la mayoría especies protegidas. Prácticamente ningún medio de comunicación se ha hecho eco de la noticia, a pesar de que viene a poner fin a una sangría insostenible que en los últimos diez años ha segado la vida de 200 águilas perdiceras y 80 águilas imperiales, muertas directamente por electrocución. Mal aislados, peor diseñados, estos tendidos son una injusta silla eléctrica para los inocentes pájaros. Apenas tocan cables o torretas y caen fulminados.

A partir de ahora, y en un plazo inferior a cinco años, todas las instalaciones eléctricas aéreas de alta tensión de nueva construcción, así como las ampliaciones o modificaciones de las ya existentes localizadas en zonas de especial importancia para la avifauna, deberán de ser modificadas para adecuarse a diseños inocuos. Unas reformas presupuestadas en 45 millones de euros (7.500 millones de pesetas) que pagaremos todos a las compañías eléctricas, pues el Gobierno las financiará en su totalidad.

Los grupos conservacionistas españoles han saludado con alegría la nueva normativa, sin precedentes en Europa, y que a punto estuvo de quedar olvidada en el fondo de un oscuro cajón. De hecho, el borrador de tan importante herramienta legal llevaba desde 2004 paseándose por los despachos de los políticos, la mayoría reacios a su aprobación, mientras las rapaces seguían muriendo por miles en el campo. Sin embargo, los ecologistas consideran todavía incompleto el decreto, al dejar como voluntaria la instalación de elementos que eviten los accidentes por choque.

El propio gobierno ha reconocido que la electrocución y la colisión en los tendidos eléctricos son el principal problema de conservación para especies tan emblemáticas como el águila imperial ibérica, el águila-azor perdicera y otras grandes rapaces como águilas reales, culebreras, aguilillas calzadas, milanos negro y real, azores o búhos reales. Los cables también matan a las bellísimas grullas, las espléndidas avutardas, los gigantescos buitres negros, las amables cigüeñas, los invisibles alcaravanes, las chillonas avefrías, los inteligentes cernícalos, las veloces ortegas, los potentes halcones. Al menos en este aspecto los vamos a alejar del corredor de la muerte. Y eso es una estupenda noticia.

(En la fotografía superior, búho real electrocutado en un tendido de Albacete, tomada por Rafa Torralba)

Muere un águila pescadora enganchada en un tendido eléctrico

Puede que fuera escocesa o finlandesa. Quizá incluso menorquina. Un joven ejemplar de águila pescadora, recién llegado a la Bahía de Cádiz para pasar el invierno entre nosotros. Nació este año, mimada por sus padres, pero también por una legislación europea empeñada en evitar la extinción de esta singular ave. Apenas tenía seis meses de edad y un largo futuro por delante. Pero pagó con la vida su inexperiencia juvenil. A falta de árboles, el pasado 13 de septiembre se posó en una torreta eléctrica de media tensión en una zona de marisma cercana a Puerto Real. La misma o parecida a las que habitualmente ella y sus hermanas utilizan diariamente para descansar; también para consumir los peces certeramente capturados desde el aire en los esteros y caños de la bahía, dejando caer con calculada precisión sus afiladas garras en el agua. Esta vez algo falló. Un resbalón, un golpe de viento. Mala suerte. La pata izquierda se le enganchó como un cepo en la sujeción del cable de tierra con el apoyo. Imposible soltarse. Tras hora y media de angustioso forcejeo logró liberarse, pero para entonces hueso y tendones estaban destrozados.

Localizada en el suelo se trasladó con urgencia a un Centro de Recuperación de Especies Protegidas. Allí, durante unos días se intentó la recuperación de sus gravísimas heridas. A pesar de administrársele antibióticos y otros medicamentos, ponerle una férula para inmovilizar la pata, ésta empezó a gangrenarse. Finalmente al veterinario no le quedó más remedio. Se optó por la eutanasia.

La noticia me la ha hecho llegar Rafa García, naturalista y agente de Medio Ambiente. También me envía este espeluznante vídeo filmado del accidente, parte del informe realizado para intentar la modificación del tendido eléctrico. Para que no vuelva a ocurrir. Su pata ensangrentada, el pico entreabierto, el gesto de dolor, de angustia, de desconcierto, debería hacernos recapacitar a todos, pues todos somos responsables de este salvaje sufrimiento.

Los tendidos eléctricos llevan la energía a nuestra frenética sociedad. Sin ellos no somos nada, nos dan la vida. Pero a las aves les dan la muerte. Mueren tras chocar contra los cables, invisibles trampas mortales instaladas en el cielo, en su cielo. También electrocutadas por esos mismos cables, al tocar uno de ellos sin aislar y la torreta metálica. Todo eso se sabe y desde hace unos años las compañías eléctricas están instalando elementos salvapájaros en las zonas de mayor interés ambiental. El tendido de Puerto Real contaba con ellas. Sin embargo existe un tercer caso, menos habitual pero igualmente mortal. Es éste de los enganches. Unos accidentes todavía sin resolución.

En Fuerteventura lo comprobamos hace unos años con el alimoche canario, la rapaz más amenazada de Europa. Incluso lo publicamos en una importante revista científica, The Journal of Raptor Research. Pero las aves siguen muriendo igual, aquí en Canarias, en Cádiz o en Cantabria. ¿Para cuándo la prometida y retrasada ley de tendidos eléctricos?

El Ministerio de Medio Ambiente sabe que la solución técnica es muy fácil y puede resolver el problema casi a cero. Consiste en sustituir los 25.000 postes y los 3.200 kilómetros de cables catalogados como muy peligrosos para las aves. Eso cuesta 45 millones de euros. Pero las eléctricas no quieren pagarlo. Nos dicen, eso sí, que si les damos el dinero, gustosamente instalarán todos esos dispositivos. A ellas sólo les interesan las ganancias.