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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Delibes, un urbano hombre de campo

Miguel Delibes era de Valladolid, urbano, pero se sentía de pueblo, rural. Su pasión pueblerina la derrochaba a raudales en la casona que tenía en Sedano. Allí, en esas agrestes tierras altas burgalesas, nacieron El Nini, el Tío Ratero, Azarías o el señor Cayo. Allí respiraba el escritor toda esa cultura tradicional, todos esos personajes, todo ese paisaje y paisanaje que modelaban su imaginación.

Llegó a Sedano por ser el pueblo donde veraneaba su novia Ángeles [«me enamoré de Sedano al tiempo que de mi mujer»], su adorada Señora de rojo sobre fondo gris. Y allí sigue y seguirá vivo su espíritu campero, sobrevolando los peñascos como esos buitres que tanto le admiraban, serios, sencillos y pausados como él mismo.

Por eso, cuando estaba en Valladolid tenía tanta necesidad de pasear por el Campo Grande, su campo más cercano, desdeñando los excesos de los pavos reales, tan diferentes de sus queridas perdices.

Nunca olvidaré la primera vez en que coincidimos. Fue durante el rodaje en 1996 de Las ratas, dirigida por el burgalés Antonio Giménez-Rico. Estaba muy contrariado:

«Eso son ratones de laboratorio, y lo que el Tío Ratero caza son ratas de agua, que son como conejos de río».

La noticia de su muerte nos llega dos días antes del aniversario del fallecimiento de Félix Rodríguez de la Fuente, otro apasionado de la naturaleza, otro enamorado de Sedano, de sus buitres y de sus gentes. Ambos defendían que el hombre no es nada sin su entorno natural, sin su paisaje y su cultura tradicional. Ambos amaban las tierras altas burgalesas, se emocionaban con el vuelo agitado de las perdices y estaban sumamente preocupados por nuestro impacto en el medioambiente. Ambos manejaron el castellano como nadie lo ha hecho nunca. Y ambos nos enseñaron algo tan impagable como la necesidad de cuidar nuestro mundo rural, donde se encuentran las raíces de nuestra cultura, de nuestro ser, de nuestra existencia.

Y donde cabemos todos, cazadores y ecologistas, lobos y pastores, bosques y huertas, niños y mayores, si sabemos cultivar nuestras más humanas virtudes: la tolerancia y el respeto.

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