Era el único macho de lince ibérico de la Reserva Biológica de Doñana, estaba radio marcado con un collar y para su seguimiento tenía a un amplio equipo de especialistas a sueldo centrados exclusivamente en lograr su bienestar. Pero hay amores que matan, y a este pobre lince le han matado quienes lo protegían. Accidentalmente, por supuesto. Pero le han matado.
La noticia acaban de filtrarla Ecologistas en Acción y WWF/Adena. Clavo era un joven lince de dos años de edad, quien en un momento dado, y sin que nadie se diera cuenta, logró entrar dando un gran salto dentro de los cercados de dos metros de altura instalados en las inmediaciones de la laguna de Santa Olalla, en el corazón del Parque Nacional, para liberar en él ejemplares traídos de Sierra Morena con los que reforzar la maltrecha población marismeña. Pero allí no había nada ni nadie. Y el pobre lince, al que nadie del equipo de seguimiento seguía, acabó muriendo de hambre y de sed. Con haber dejado la puerta del cercado abierta se habría salvado.
Con toda razón, Ecologistas en Acción califica de «escandalosa» esta muerte,
«derivada directamente de la mala gestión de los artefactos que el proyecto Life Lince, con un presupuesto de 26 millones de euros, va dejando en el campo, sin la adecuada vigilancia y sin adoptar un mínimo de medidas de seguridad que eviten casos dramáticos como éste».
Por su parte, el secretario general de WWF/Adena, Juan Carlos Olmo, ha asegurado que le resulta
«absolutamente inaceptable e incomprensible que mientras la Junta de Andalucía pretende traslocar (trasladar) linces desde Sierra Morena deje morir a los pocos que aun quedan en Doñana».
Por todo ello, los ecologistas esperan que
«igual que se alardea del éxito de las medidas adoptadas, se asuman las responsabilidades derivadas de un cúmulo de negligencias que han acabado con uno de los escasos ejemplares de lince de Doñana impulsando un poco más a la especie a la extinción».
¡Qué pena! Un fallo lo puede tener cualquiera, pero cuando se trabaja con especies al borde de la extinción, los protocolos de actuación deberían ser extremos. Y aquí no lo fueron. Otra vez la chapuza ibérica.