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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Morir de pie

Lo dijo el césar romano Vespasiano: “Un emperador debe morir de pie”. Y lo ha cumplido el césar de los bosques grancanarios, el pino gordo de Pilancones. La pasada semana, la prensa se hizo eco de que este ser excepcional de 47 metros de altura y un tronco de 8,40 metros de perímetro caía muerto partido por la base. Tenía 401 años de edad, prácticamente los mismos que El Escorial y el Quijote. En el silencio del bosque nadie escuchó el último aliento del coloso, su rugido final de ramas rotas, el temblor de la tierra al recibir de golpe el cuerpo astillado de sus muchas toneladas de dura madera. Apenas se asustaron unos pocos pinzones azules, tan raros como el ya cadáver centenario, mientras el aire se llenaba de un balsámico olor a resina. Pero no murió de viejo el gigante. Cuatro siglos no son nada para un pino canario, apenas la mitad de una vida. Murió de olvido, de indiferencia. Murió por nuestra culpa.

¿Se acuerdan del pavoroso incendio forestal de este verano? Pues aunque el pinar quedó calcinado, una vez más el viejo pino sobrevivió al fuego. Sin embargo, las llamas entraron por el agujero abierto hace mucho tiempo en su base para extraerle brea; el mismo hueco donde los montañeros dejaban en un libro sus buenos deseos. Antonio Vera le había escrito hace unos meses: “Espero seguir viniendo a verte”. No lo podrá hacer ya más. El árbol estuvo varios días ardiendo sin que nadie fuera a apagarlo. Luego ningún técnico fue a comprobar sus daños. Tampoco cuando le empezaron a aparecer peligrosas grietas. Se le podía haber reforzado la base con resinas, fajado con anillos de metal, apuntalado. Se le podían haber hecho muchas cosas, pero no se hizo nada. Y hoy ya es tarde.

Con su muerte desaparece también un retazo vivo de la historia de Ayagaures, la pequeña aldea sin cementerio, cuyos vecinos se vieron obligados a transportar sus muertos por el monte durante siglos camino de San Bartolomé de Tirajana; sencillos féretros que tradicionalmente se apoyaban junto al árbol para dar aliento a sus porteadores.

No será el último. Nuevos muertos aguardan en el monte, pinos centenarios como el pino de la Virgen de El Paso en La Palma, 775 años, el más viejo de Europa, agonizando ante la indiferencia de todos. O como tantos otros supervivientes que aún conservamos por toda España.

Pobres árboles singulares. Los seres vivos más ancianos del planeta. Morirán, porque es ley de vida, pero cuánto duele verlos morir sin ni siquiera haber intentado antes salvarlos de nosotros mismos.

Les dejo con un precioso vídeo rodado como cariñoso homenaje al pino de Pilancones y un par de fotos extraídas del álbum familiar de este abuelo vegetal al que todos queríamos y que se nos acaba de morir. FINIS GLORIAE MUNDI.