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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El picudo amenaza de muerte al palmeral de Elche

Palmeral Elche

El palmeral de Elche (Alicante), el más grande y bello de Europa, se muere. Un terrible escarabajo asiático lo está devorando sin que hagamos otra cosa que contabilizar sus víctimas. La plaga del picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus) avanza imparable a un ritmo cada vez más vertiginoso. 50 árboles al mes sólo en el palmeral histórico, plantado por los árabes hace doce siglos y declarado por la Unesco ¿inútilmente? Patrimonio de la Humanidad. El desastre es total. En todo el municipio llevan taladas este año 27.816 palmeras. 165.000 desde 2010.

Una sola hembra del voraz insecto vive hasta tres meses, tiene puestas de 300 a 500 huevos y es capaz de volar decenas de kilómetros en busca de nuevos árboles. Lee el resto de la entrada »

El asesino de las palmeras llega a Baleares

Un precioso escarabajo de gran tamaño, el picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus), el asesino de las palmeras, avanza imparable por España.

El primer lugar de Europa donde se detectó la plaga fue en Almuñécar en 1994, a partir de árboles infectados traídos de Egipto. En ese momento se podría haber acabado con ella sin esfuerzo, pero ni los sistemas de control de fronteras ni los de alerta fitosanitaria funcionaron. Desde entonces se ha extendido como la peste por Murcia, Andalucía, Cataluña, Canarias y la Comunidad Valenciana. Y como ya os conté en una ocasión, es tan mortal como imparable. Miles de palmeras han muerto por su culpa.

Baleares es su última conquista. Allí los insectos han llegado confortablemente instalados en el interior de troncos infectados, desde donde los adultos se han extendido luego saltando de urbanización en urbanización. Vinieron unos pocos y son ya miles. En apenas un año han ocupado las islas de Mallorca e Ibiza. 120 palmeras han debido ya ser taladas, una medida insuficiente para controlar al poderoso escarabajo, cuyas formidables larvas devoran los árboles en pocos meses, los necesarios para convertirse en adultos y salir volando en busca de nuevas víctimas arbóreas donde fundar nuevas colonias.

De momento no existe un remedio eficaz contra ellos. Se está estudiando infectarlos con parásitos mortales, así como encontrar algún veneno que pueda acabar con estos blindados animales, pues los plaguicidas tradicionales no son efectivos. Mientras tanto los esfuerzos se centran en evitar su expansión talando todos los árboles afectados, así como limitando el trasiego de restos de podas. También siendo más estrictos en el control del tráfico de palmeras para jardinería, una política que, como tantas otras, llega demasiado tarde.

El picudo rojo llegó de polizón, oculto en palmeras datileras arrancadas del desierto egipcio y argelino para adornar nuestros campos de golf y nuestras urbanizaciones de sol y playa. Pero se ha engolosinado con la palmera canaria (Phoenix canariensis), mucho más dulce y apetecible para estos voraces insectos. Una preferencia que puede acabar con palmerales únicos como los de Maspalomas (Gran Canaria), Haría (Lanzarote) o Madre del Agua (Fuerteventura).

Hace dos años tuve la oportunidad de espiar la vida secreta de los picudos. Acompañé al técnico Benedikt Von Laar durante una demostración de su invento para localizar árboles infectados en la turística localidad majorera de Caleta de Fuste. Benedikt es un gigantón alemán tan grande como una palmera y, quizá por eso, experto en la protección de tan emblemáticos árboles. Trabaja en el Instituto de Investigación de Bioacústica de Schwedt, cerca de Hamburgo, donde ha desarrollado una sonda de bajas frecuencias. Con ella se puede captar con increíble claridad el sonido que este escarabajo emite en el interior de la planta. E incluso más. Es capaz de identificar hasta cinco estadios distintos de su desarrollo. El ruido que hacen las larvas al masticar o el de los adultos al caminar. Con la ayuda de un ordenador, el análisis de los sonogramas permite además saber si el escuchado es macho o hembra.

Fue una de las experiencias más intensas de mi vida. Percibir en toda su fuerza la ciudad oculta de los picudos rojos. Pero en cuanto sentí el murmullo de esos cientos de voraces mandíbulas devorando cual cáncer un indefenso árbol supe que no había nada que hacer. No los podremos parar, para desgracia nuestra y de nuestros palmerales.