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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Pesadilla en el supermercado: patatas de Israel y cebollas de Nueva Zelanda

En este disparatado mundo global, las cebollas que se venden en Fuerteventura vienen de Nueva Zelanda.

Cada vez tardo más en hacer la compra. La mayor parte del tiempo me la paso leyendo las etiquetas de los productos. Pero últimamente tengo que llevar como apoyo la tabla periódica de los elementos químicos e incluso un atlas mundial, además de una lupa para tratar de leer esas letras mínimas con que se imprimen los textos.

Qué disparate. Que venga Chicote y lo vea: pesadilla en el supermercado. Lee el resto de la entrada »

La crisis resucita las huertas

La crisis está devolviendo el viejo esplendor perdido a nuestras huertas. En Rusia existe el “índice de la patata”, según el cual, cuanto peor es la situación económica en el país, más aumenta la venta de patatas de siembra. En España ese índice se mide por el consumo de productos fitosanitarios. Y como me confirma el distribuidor de una importante multinacional química, al menos en Galicia este índice se ha disparado en el último año. Tras la explosión de la burbuja inmobiliaria, miles de trabajadores de la construcción se han quedado en el paro. Han vuelto a sus aldeas para encontrar en la tierra el perfecto lugar donde olvidar miedos y depresiones. También donde ayudar a llenar la despensa con buenos productos naturales.

Pero no sólo en los pueblos. En las ciudades está pasando algo parecido. En las anodinas urbanizaciones de adosados, las parcelitas de improductivo césped están dejando paso a pequeños huertos familiares, muchos de ellos ecológicos, donde sus orgullosos propietarios se afanan por lograr fresquísimos tomates, pepinos o alubias cuyos intensos sabores no habían probado nunca. También comienzan a desarrollarse proyectos colectivos promovidos por asociaciones vecinales y ayuntamientos. Incluso las azoteas, antes estériles, se transforman ahora en cuidadas zonas de cultivo.

Durante décadas de prosperidad económica, las huertas de nuestros pueblos cayeron en la incuria. Apenas un puñado de jubilados se aferraban a la azada, incapaces de quedarse en sus casas sin hacer nada. Sabios de esa bella arquitectura del surco, se habían convertido, sin saberlo, en los últimos jardineros de un paisaje tan evocador como biológicamente productivo, refugio de cientos de variedades vegetales únicas, pero también de una muy especial fauna en peligro.

Por suerte para todos, estos auténticos paraísos de la biodiversidad vuelven a estar de moda. Oler la tierra, trabajarla, recoger sus frutos, disfrutarla, sentirla. Al menos la crisis nos da alguna buena noticia.