La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Peces con reuma y buitres con ardor de estómago

Asegura una vieja tradición de las Islas Canarias que el aceite de las pardelas, nuestros albatros del hemisferio norte, cura el reuma. Según la simplista explicación popular, si esas aves marinas que se pasan la vida vagabundeando por el océano no sufren tal enfermedad, dándonos friegas con el extracto de sus grasas tampoco nosotros la sufriremos. Desconozco cómo las yerberas canarias sabían que ese mal de los huesos es desconocido para estos pájaros, lo cual dudo.

Escéptico ante las bondades de tales cataplasmas, para paliar los dolores reumáticos soy más dado a tomar medicinas como el voltarén. Lo que muchos no sabíamos es que, sin proponérnoslo, con ello también estamos tratando el reuma de los peces, si es que lo tienen. Porque, a través de la orina, nuestra “agüita amarilla” lleva esa medicina antiinflamatoria a ríos y mares, medicando inútilmente la fauna acuática. Que igualmente acumula en sus tejidos antidepresivos, anticonceptivos y otros fármacos.

Comernos luego tales peces no nos hace ningún mal, pues las concentraciones son mínimas, pero a ellos tanta botica no les hace ningún bien. Hasta el punto de que esta contaminación farmacológica provoca en ellos curiosos casos de transexualismo; peces hembra con minipenes y machos con células femeninas.

Algo parecido hacemos con los buitres. Su potente sistema inmunológico les permite comer carne podrida sin sufrir ni un leve ardor estomacal. Pero nuestro ganado está ahora mismo repleto de antibióticos veterinarios como medida preventiva para evitar pérdidas en las granjas. Y los carroñeros, de tanto ingerir esas carnes medicalizadas, están perdiendo sus defensas hasta el punto de morir muchos de enfermedades para las que siempre estuvieron inmunizados.

Aviso a navegantes: ¿No nos estaremos pasando con tanta automedicación (voluntaria e involuntaria)?

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El Parque Nacional de Cabrera se convierte en objetivo militar


Muy pocos lo saben, pero fue Félix Rodríguez de la Fuente quien, gracias a un empeño contumaz, logró salvar el archipiélago de Cabrera, uno de los lugares más bellos y salvajes de Baleares, de las urbanizaciones y de las maniobras militares. Le costó tanto tiempo y esfuerzos que desgraciadamente murió antes de ver materializado su sueño.

Desde 1991 los islotes de Cabrera son Parque Nacional Marítimo y Terrestre, pero esta alta protección no ha dejado al espacio a salvo de peligros. Les parecerá mentira, pero la pasada semana se ha aprobado un plan de usos militares que permite la realización de maniobras a pesar de su altísimo valor ecológico. Dicho plan se justifica por la inclusión de limitaciones y condiciones de uso por parte de la Defensa nacional,

“armonizando y posibilitando su uso para estos menesteres con los genéricos que implica su función fundamental como Parque Nacional” (sic).

Pero vamos a ver, ¿desde cuándo es posible armonizar maniobras militares con protección de la naturaleza? Pensar algo así es como querer hacer un huevo frito sin romper la cáscara, algo tan imposible como absurdo. Y seguro que, sin buscar mucho, el Ejército tiene cien sitios mejores en España donde entrenarse sin producir un tremendo impacto a la flora, la fauna y el sentido común.

De todas formas, no sé de qué nos asombramos. Últimamente todo es compatible o está torticeramente manipulado. Hasta la guerra ya no es tal, tan sólo se considera una “intervención” militar donde los bombardeos tienen carácter humanitario pues ayudan, se supone, a restablecer las democracias. Lógico en el caso de Libia, pues los ordena un Nobel de la Paz (Obama) y los apoya el promotor de la alianza de las civilizaciones (Zapatero). Las pobres pardelas de Cabrera no saben lo que se les viene encima.


Recordando a Félix y su pasión por lograr un archipiélago de Cabrera sin chalés ni militares, os recomiendo que volváis a ver los dos documentales que El Hombre y la Tierra dedicó a tan singular espacio. Están disponibles en TVE a la carta.

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El último paraíso virgen

Acabo de regresar de un viaje inolvidable al último paraíso virgen de Europa y aún no puedo quitarme de la cabeza esas aguas que Cousteau alabó como las más transparentes del mundo. Son las Islas Salvajes, un microarchipiélago deshabitado en mitad del Atlántico, a medio camino entre Canarias y Madeira.

Qué paisaje. Tan brutal como ese mar colérico y a la vez protector que convierte la navegación en una pesadilla. Reino de las aves marinas por antonomasia, las pardelas, petreles y paíños tienen aquí sus mayores poblaciones mundiales, miles y miles de parejas. La pesca no abunda, pero la tranquilidad les compensa viajes diarios de más de 500 kilómetros con tal de vivir lejos de nuestra especie.

Dicen algunos que esas islas no son portuguesas. Que los canarios siempre viajaron a ellas a cazar y pescar, que son españolas. Menos mal que no son nuestras. Nos las habríamos cargado. Habríamos montado algún hotelito. O permitido todo tipo de desmanes contra la flora y la fauna con la excusa de la tradición.

Gestionadas desde Madeira, dos parejas de guardas en los dos islotes más grandes pasan semanas enteras allí, manteniendo durante todo el año una vigilancia ejemplar. Intocables, sólo pueden acercarse a ellas quienes posean los necesarios permisos. Mientras tanto, todos los años se hacen importantes expediciones científicas. Y se han erradicado plantas y animales introducidos que dañaban el ecosistema como conejos y ratones.

En Canarias tenemos unas islas parecidas, el archipiélago Chinijo, al norte de Lanzarote. Pero aquí las cosas se hacen a la española. No hay guardas ni vigilancia. Los furtivos entran a saco, matando pardelas, arrasando marisco y pescando todo lo que pillan. Dicen que Las Salvajes son portuguesas. No es verdad. Los verdaderos salvajes somos nosotros.

P.D. Agradezco de todo corazón a Juan José Ramos, de Birding Canarias, las facilidades que me ha dado para poder enrolarme en este viaje inolvidable. Por supuesto, también al patrón Arturo Miranda y a mis compañeros de pajareo Jordi, Dani, Cristina y Marga.

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Barbacoa de especies protegidas en Lanzarote

Dos de la tarde. Restaurante frente al mar en una turística localidad marinera de Lanzarote cercana al Parque Nacional de Timanfaya. Desde la terraza el paisaje es espectacular; no en vano toda la isla está declarada Reserva de la Biosfera.

Llega el camarero y nos deja la carta. ¿Ustedes no son de aquí, verdad? Pues si quieren comer algo verdaderamente delicioso, prueben nuestro pollo especial. Y al decirlo, nos guiña el ojo con gesto de complicidad.

En realidad nos está ofreciendo pollo asado de pardela cenicienta, una especie de gaviota nocturna protegida, en peligro de extinción, cuyas crías acaban todos los veranos asadas por miles en Lanzarote y en menor medida Fuerteventura. La denuncia que desde allí mismo hago a la Guardia Civil no sirve de nada, pues no tengo pruebas ni se hacen registros. Otro menos remilgoso se las comerá sólo por el placer de darse una tripada diferente, cual manjar exquisito. Que sea una especie protegida y en peligro de extinción les da lo mismo. Como ya os he contado, hasta 100 euros por pollo llegan a pagar estos criminales de morro fino.

Hace unos días, un equipo de voluntarios de WWF que trabaja en la conservación del islote de Alegranza (Lanzarote) sorprendió a cuatro cazadores furtivos asaltando varios nidos de pardela cenicienta. En la isla se concentra la segunda colonia más importante del mundo de este ave, protegida por la Unión Europea e incluida en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, más de 8.000 parejas.

A pesar de ello y de ser el primer Parque Natural en declararse en Canarias, desde entonces, año 1986, carece de un órgano de gestión específico o de vigilancia eficiente. Los pardeleros se ponen las botas. Como dice el periodista majorero Juan Luis Calero,

Si conocieran a mis amigas, las pardelas, nadie acabaría con ellas. Porque te seducen, son el símbolo de cualquier isleño que desee beberse el mar de un trago.

Pero algunos, bestias de dos patas, prefieren comérselas e incluso se beberían el mar si les dijeran que es ron. Impunemente.


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Vacaciones «Robinson» en la Isla Bonita

Os voy a desvelar mi lugar secreto de vacaciones: La Palma, la Isla Bonita.

Lo tiene todo para practicar el deporte favorito de tantos de nosotros, el turismo inactivo, pero también para perderte en sus selvas de laurisilva donde crecen tiles gigantes; para tocar el cielo (y las estrellas) desde la Cumbre, a más de 2.000 metros de altura; para ver sobrecogido cómo ascienden las nubes en el interior de la Caldera de Taburiente; para caminar por las cenizas aún calientes de los volcanes más recientes de Canarias.

Vivo como Robinson Crusoe, sin cobertura de móvil, sin carreteras de acceso, sin pueblos cerca. Pero mi retiro tiene truco. Me quedo en la casa de unos amigos alemanes aislada en lo alto de un acantilado desde donde contemplo en la lejanía a las islas hermanas de Tenerife y La Gomera. Un Atlántico embravecido que todas las noches me arrulla al ritmo que marcan los siempre enigmáticos cantos de las pardelas cenicientas, a las que al atardecer veo cabalgar por miles sobre las olas desde la ventana de mi habitación. Cuido siete gatos y una huerta ecológica maravillosa, más bien un jardín: fresas, moras, mangos, papayas, aguacates, tomates, alubias, cebollas. Disfruto de la lectura, de caminatas, hasta de las famosas Fiestas Lustrales, e incluso estoy sacando tiempo para escribir un libro. ¿Se puede pedir más?

Sé lo que estáis pensando, pero no es verdad. No os lo cuento para daros envidia. Lo hago, como cuentan que hizo Luis Miguel Dominguín después de pasar su primera noche de amor con Ava Gardner. He salido corriendo al ordenador para contárselo a todo el mundo, no me lo podía aguantar.

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Pagan 100 euros por comerse un pollo de pardela

Me avergüenzo de mis vecinos de Fuerteventura. De algunos pocos de ellos, los salvajes que están pagando hasta 100 euros a otros salvajes sin escrúpulos a cambio de tener el extraño privilegio de poder comerse un pollo de pardela en una noche de excesos gastronómicos. Dicen quienes la han probado que su carne sabe a pescado. Que o te encanta o te espanta.

Lo acaba de denunciar la Asociación de Amigos de la Pardela Cenicienta, cuyos responsables critican la impunidad de los furtivos ante la falta de vigilancia, este año acuciada por los efectos de la crisis, que ofrece a las personas con menos escrúpulos un recurso económico alternativo.

¿No sabes qué es una pardela? Pues nada menos que nuestro albatros español.

Las pardelas cenicientas de Canarias (Calonectris diomedea subespecie borealis) se alimentan ahora libremente en el litoral sahariano y en el sur de Marruecos, pero crían en pequeñas grietas de los acantilados canarios, donde les esperan sus siempre hambrientos pollos, uno por pareja, una bola de plumón blanco repleta de aceite de pescado.

Un aceite que tradicionalmente se recogía en las islas por sus supuestos poderes terapeúticos contra el reúma. La explicación dada por nuestros abuelos era tan simple como ingenua: si las pardelas viven en el agua y no tienen reúma, su aceite, visto como un condensado del animal, curará el reúma.

A partir del próximo mes, tras la independencia de las crías, las pardelas inician un impresionante periplo por el Atlántico que les lleva igual a Brasil que a las costas de Namibia o Sudáfrica. El mar es su reino.

Heraldos canarios de la primavera, llegan aquí en febrero y no se van hasta diciembre. Su canto nocturno, semejante al lloro de un niño, me produce siempre escalofríos, pero también una extraña sensación de libertad.

En todo el archipiélago crían 30.000 parejas, aunque su número está en retroceso por culpa de la imparable urbanización de la costa, la sobrepesca, los ataques de gatos y ratas a sus colonias, y también desgraciadamente por las matanzas de los furtivos.

Este montón informe de plumas son pollos de pardelas capturados ilegalmente en Fuerteventura. Lo hacen introduciendo largos ganchos en las colonias y enganchando a las pobres aves con ellos, e incluso metiendo hurones en los agujeros. ¡Vergonzoso!