Mientras en España nos lanzamos al consumo de alimentos amparados en las marcas blancas de procedencia incierta, fuera de nuestras fronteras la revolución alimentaria se llama denominación de origen.
Dirán que eso también lo tenemos aquí, es verdad, pero sólo para productos caros y selectos como vinos o legumbres, de consumo esporádico. Inconscientemente, cuando queremos comprar un alimento de calidad elegimos marcas conocidas. Su familiar logo nos da confianza, pero casi nunca nos indica procedencia, apenas un lugar de envasado.
Esto está cambiando. Más concienciado, el consumidor europeo exige conocer la trazabilidad del producto, su origen exacto, la raza o variedad concreta, el tipo de cultivo o alimentación; incluso el paisaje y paisanaje que mantiene. Ante la globalización alimentaria, son cada vez más frecuentes en los supermercados las secciones de productos nacionales y locales. También los restaurantes se están apuntando al “kilómetro cero”, platos a base de ingredientes producidos en el entorno más cercano. Es la comida sana con pedigrí.
¿Moda de ricachones? En absoluto. Tan sólo conciencia de consumidor, cada vez más educado y activista. Sabedor, por ejemplo, que consumiendo carne o derivados de razas autóctonas criadas en el campo tienes un producto de calidad excepcional, pero al mismo tiempo das de comer a pastores e incluso a buitres y lobos.
La actual crisis, lejos de lastrar la tendencia la está acelerando, pues mucha gente ha vuelto a la huerta en busca de un complemento a sus maltrechas economías. Y lo hacen con respeto, cuidando al máximo el producto sin encarecerlo. Mimando una tierra donde saben que está el secreto de su futuro.
Como siempre, las revoluciones se hacen desde abajo, y ahí están nuestros mercados tradicionales marcando el camino. Ya no nos venden fruta o verdura “a secas”, nos explican su variedad y de dónde viene, nos hacen protagonistas del mantenimiento de un mundo rural que sólo conservando sus diferencias locales podrá sobrevivir. El consumidor lo sabe y empieza a apostar por el cambio ¿no os parece? Porque para productos baratos de mala calidad ya tenemos el mercado mundial.
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