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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Nacen más niñas como mecanismo natural contra la crisis

Un reciente estudio publicado en la revista Science confirma que el miedo reduce el número de crías en los gorriones. Incluso aunque no haya depredadores cerca, si estos pájaros perciben el riesgo de que pueden ser cazados disminuye el tamaño de su descendencia hasta en un 40% . Es el coste del miedo, un intenso sentimiento generalizado en todos los animales como prudente comportamiento de supervivencia.

Nosotros también lo tenemos, y es en épocas de incertidumbre, como la terrible crisis económica que nos está tocando vivir a los españoles, donde la generalización de esta emoción se manifiesta de forma más sorprendente. Sin darnos cuenta, nuestra naturaleza animal ha puesto en marcha sus mecanismos de defensa. Hemos pasado a tener menos hijos por pareja y a que nazcan más niñas que niños.

La razón es puramente biológica. Como explica el profesor de genética humana Bryan Sykes en su famoso libro ‘La maldición de Adán’, la producción de machos en los mamíferos es muy cara, pues la competencia entre ellos consume mucha energía y es más fácil asegurar la pervivencia de nuestra carga genética con las hembras. En los humanos, la mayor vulnerabilidad y agresividad de los machos explica que en condiciones normales nazcan como media en el mundo 103,5 chicos por cada 100 chicas.

Sin embargo, como resalta el biólogo y neurocientífico Gerald Hüther, en épocas de gran estrés ambiental, como las guerras o las grandes crisis, donde las mujeres no se sienten bien, nacen menos niños que niñas, pues ante un futuro incierto los embriones masculinos mueren en los primeros dos meses de gestación.

Además, y según han demostrado varios estudios científicos, cuanta menos testosterona tienen los hombres menos hijos machos se engendran. Y estas épocas de vacas flacas le bajan las hormonas al más entusiasta ¿no os parece?

Yo tengo además otra teoría. Este desastroso mundo masculino sólo lo podrán salvar las mujeres. Y la naturaleza es sabia. Muy sabia.

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¿Pueden las mujeres salvar el planeta?

Asegura en su último libro la escritora y activista medioambiental Diane MacEachern (Detroit, Michigan, 1952) que el poder de las mujeres para influir en el consumo puede salvar el planeta. Lo confirma en la entrevista recientemente publicada por Consumer.es, donde explica, entre otras cosas (las negritas son mías):

La mayoría de las mujeres son las «directoras ejecutivas» de sus hogares, y por tanto, las responsables máximas de las decisiones que competen al medio ambiente. Ellas toman las decisiones de compra acerca de prácticamente todo: la ropa que lleva su familia, los alimentos que comen, el mobiliario de la casa, los juguetes de los niños o los aparatos que utilizan. Todo esto tiene un enorme impacto ambiental.

¿Se nota la diferencia entre hombres y mujeres a la hora de conservar el medio ambiente?, le pregunta el periodista. Y ésta responde sin dudarlo que sí.

Las mujeres y los hombres son ecológicos de diferentes maneras. Las mujeres suelen preocuparse más de las cuestiones que afectan a su salud y la de sus familias: la contaminación, los productos químicos tóxicos, el aire y la calidad del agua, la seguridad alimentaria. Los hombres parecen estar más alerta a cuestiones como las soluciones técnicas para el cambio climático.

E incluso va más allá cuando la escritora norteamericana concluye que las féminas, por naturaleza, se muestran más dispuestas a reaccionar antes, pues son más intuitivas y menos racionales.

Los hombres parecen querer contar con información verificada más allá de cualquier sombra de duda. Las mujeres aparentan entender intuitivamente que lo que hacemos al medio ambiente nos lo hacemos a nosotros mismos.

Una mujer no espera a que su hijo sea atropellado por un coche para decirle que antes de cruzar la calle mire a ambos lados. De la misma manera, en general, las mujeres actúan con la contaminación y los productos químicos tóxicos: no esperan a que haya pruebas absolutas de que la contaminación nos está matando para hacer algo al respecto.

Estas son las principales conclusiones de su libro Big Green Purse (El gran bolso verde), idéntico al nombre de la página web donde MacEachern hace campaña y aporta un gran número de consejos para lograr unos consumidores medioambientalmente más responsables.

Hasta ahí estamos de acuerdo, el consumo responsable es la base de un crecimiento respetuoso y sostenible. Pero de ahí a que la llave esté en manos de las mujeres me parece una interpretación un tanto desenfocada, incluso machista, al menos para países desarrollados como los europeos.

En una sociedad abierta, educada, moderna, ¿creéis vosotros que son las mujeres las que siguen decidiendo el consumo de las familias? ¿Sigue siendo el hombre femeninodependiente? ¿Somos los tíos tan lerdos de verdad? Me resisto a creerlo.

Argán, el aceite de la eterna juventud

El viajar, que no es lo mismo que hacer turismo, te permite hacer descubrimientos sensacionales. En mi último viaje la sorpresa ha sido el aceite de argán.

El argán (Argania espinosa) es un árbol único en el mundo, exclusivo de las resecas montañas del Atlas y el Antiatlas marroquí, en las regiones de Essaouira y Agadir, a las puertas del desierto. Sus bosques adehesados asemejan montes de encina, con ejemplares centenarios creciendo en pedregales imposibles. Por su importancia ecológica, pero también cultural y económica, en 1999 la UNESCO declaró a estos bosques Patrimonio de la Humanidad.

Especie tan dura como estas tierras, hasta hace poco agonizaba debido a la tala indiscriminada debido a la alta calidad de su dura madera. Sin embargo, gracias a las mujeres bereberes y al descubrimiento por los occidentales de las maravillosas propiedades del aceite de argán, tanto nutritivas como cosmetológicas, la extinción del árbol se ha detenido y sus masas forestales comienzan a recuperarse.

El aceite de argán es el más caro del mundo (50-100 euros el litro), el más desconocido y milagroso de todos, el secreto de la belleza y la salud de las mujeres bereberes, oro líquido, bálsamo sublime.

Para su extracción es necesario un lento y laborioso proceso desarrollado exclusivamente por mujeres, quienes se encargan tanto de su recolección como de la impecable extracción de la almendra interior tras quebrarle su duro hueso interior. Las machacan a mano, usando tan sólo dos piedras, sentadas en el suelo sobre una esterilla, arrulladas por el hipnotizante murmullo del constante matraqueo.

Trabajando 12 horas diarias, las 60 mujeres de la cooperativa de mujeres Tafyoucht de Mesti (Tiznit) que recientemente visité, tan sólo producen 100 litros al mes, sin contar el tiempo invertido en su recolección manual en el monte y posterior transporte hasta la almazara a lomos de burro. Hacen falta 35 kilos de sus peculiares aceitunas para obtener un único litro del preciado aceite. Así que este aceite, de caro nada. Porque además, el dinero obtenido con su venta permite financiar proyectos de alfabetización en la zona y, lo más importante, ofrece un medio de subsistencia a las mujeres, especialmente viudas y divorciadas.

Un poco de aceite de argán, de delicioso sabor a nuez, untado en esponjoso pan bereber, es una de las experiencias gastronómicas únicas de todo viaje al suroeste de Marruecos. Si además le añadimos propiedades antienvejecimiento, contra la impotencia e incluso anticancerígenas, su consumo, más que un acto responsable con el tercer mundo, es todo un ejercicio de egoísmo personal.

Una mujer bereber de Mesti parte semillas de argán utilizando dos piedras. Su jornada laboral diaria habitual en la cooperativa es de 12 horas.

Una joven de la cooperativa, la única que hablaba un poco de francés, nos muestra las modernas prensas de argán con las que han sustituido los rústicos molinos de mano tradicionales denominados R’ha.