A este país le hace falta mucha pedagogía. Especialmente a los cazadores, complejo colectivo que no acaba de asimilar su nueva función social, esa que les retira de la tradicional actividad deportiva y les arroga ahora complejas funciones como supuestos gestores de la biodiversidad. Ya no cazan por placer. Lo hacen para controlar científicamente las poblaciones de animales, evitando así indeseables aumentos poblacionales, plagas, pestes, epidemias, consanguinidades y otras terribles situaciones frente a las que, según parece, la naturaleza no es capaz de hacer frente. O eso dicen sus dirigentes:
«Si el oso pardo se recupera, consideramos que tendría que estar permitida su caza».
Así de claro y contundente se expresó el presidente de la Federación Asturiana de Caza, Valentín Morán, según recogió el periódico La Nueva España. Lo hizo durante la celebración el pasado 18 de febrero de las I Jornadas «Realidad de la actividad cinegética en Asturias. Caza y sostenibilidad», y aunque es verdad que luego matizó sus palabras, la aclaración fue casi peor:
«No quiere esto decir que mañana mismo nos queramos poner a cazar osos en Asturias, lo que considero es que debería de tenerse en cuenta. Ninguna especie tiene que ser descartada, ya que una población elevada de plantígrados también puede ser perjudicial para los vecinos del ámbito rural».
Más tarde, y ante la monumental repercusión creada, Morán volvió a matizar su afirmación, dejándola como un «mero marco especulativo e hipotético». Pero la idea quedó clara.
Ahí están de nuevo nuestros salvadores. Los valientes defensores de las economías rurales. El fiel amigo de pastores y agricultores. Ahí están los cazadores entrenando en batidas de osos en Eslovenia o Rumanía. Limpiando sus rifles a la espera de que, algún día, la protección del plantígrado en España dé sus frutos (a pesar de los siempre inevitables e incontrolables furtivos) y se les pueda manejar como mejor saben, a tiro limpio, al igual que tan buenos resultados da con los lobos. ¿Qué vendrá luego? Linces, águilas imperiales, quebrantahuesos,… las añoradas piezas tradicionales de la montería.
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