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Los sinvergüenzas amenazan al urogallo

Hace unos años, el vecino de un pequeño pueblo del norte peninsular se acercó curioso a un ornitólogo que en ese momento censaba águilas y buitres en una risquera cercana. Al enterarse en qué consistía su trabajo, pasarse el día observando rapaces por el telescopio, le preguntó sumamente extrañado: ¿Y le pagan por hacer esto? Tras la respuesta afirmativa del biólogo, el paisano le miró con desprecio y antes de irse muy enojado le espetó: «¡Sinvergüenzas!».

Pagar a alguien por salir al campo y ver pájaros. Por divertirse trabajando. No me extraña que ese hombre se enfadara, pues seguramente no valoraba la importancia de conocer nuestro entorno, de tener análisis finos sobre el estado de conservación de nuestras especies vegetales y animales más amenazadas.

Pero no se crean que en este trabajo todo son alegrías. Todo lo contrario, se sufre mucho viendo los fracasos, los problemas que afectan a esos seres a los que dedicamos tantísimas horas de paciente estudio. Y demasiadas veces se tiene el desgraciado privilegio de contemplar muy de cerca destrucciones sin sentido que, además de acabar con parajes privilegiados, echan por tierra años de duro trabajo.

Les acaba de suceder esto a un grupo de biólogos de la Universidad de León. Los investigadores estaban esta semana realizando un estudio sobre la ecología del muy amenazado urogallo cantábrico (Tetrao urogallus cantabricus) en la comarca leonesa de Las Omañas, cuando la tragedia medioambiental se mostró con toda su crudeza frente a ellos. Un enorme bulldozer comenzó a abrir una pista gigantesca en un tramo virgen de alta montaña, destruyendo una de las zonas donde se encuentra el grupo de urogallos que estaban investigando, incluida una hembra radiomarcada. El delicado hábitat donde viven estas excepcionales aves, tan raro como ellas y del que dependen de manera absoluta, ha quedado irremediablemente dañado.

¿Qué estaba pasando? ¿Se había vuelto loco el conductor de la excavadora?

En absoluto. Se trataba de la apertura de las pistas de acceso al nuevo parque eólico “San Feliz”, localizado en la Sierra de la Cepeda, entre los términos municipales de Quintana del Castillo y Valdesamario, en la provincia de León. Una de las pocas zonas de la cordillera cantábrica donde se registra la reproducción de manera regular de esta especie en peligro de extinción.

Ese camino no era el previsto y, por si fuera poco, los trabajos han comenzado en plena época de reproducción, en contra de todas las recomendaciones y exigencias legales, pero da igual. De poco valdrán las denuncias presentadas por SEO/BirdLife y Gedemol (Grupo para la defensa de la Montaña Oriental Leonesa) solicitado la paralización cautelar de las obras por incumplir la Declaración de Impacto Ambiental. Al final se harán.

¿Serán sinvergüenzas?, me pregunto ahora yo. Y no lo digo por los investigadores, quienes a buen seguro se han llevado uno de los mayores berrinches de su vida, sino por los promotores del parque eólico. A ellos también les pagan, pero lo hacen para que con su avaricia acaben con el urogallo y la montaña cantábrica. Una gran diferencia.

Como se puede apreciar en la fotografía realizada recientemente y difundida por SEO/Bird Life, un buldózer está abriendo unas pistas de casi 8 metros de ancho a través de un hábitat de primera calidad y refugio habitual del núcleo de urogallo que habita estas sierras leonesas.