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Mejillón canario, el molusco que se mira pero no se come

Mejillones canarios en un acantilado de Fuerteventura.

No todos los mejillones son iguales. Los de Canarias pertenecen a una especie diferente a la típica de Galicia o el Mediterráneo. Y están prácticamente extinguidos.

En el archipiélago solo quedan poblaciones viables en unos pocos acantilados inaccesibles de la isla de Fuerteventura. Es tan raro que se conoce como mejillón majorero, a pesar de que la especie a la que pertenece (Perna perna) está presente en toda África y Sudamérica.

Desde 2004 su captura está prohibida en Canarias. Una veda tradicionalmente incumplida por muchos pescadores inconscientes que ponen en peligro su recuperación e incluso supervivencia.

Y por muchos consumidores irresponsables que se los compran cuando, como es tristemente tradicional en la isla, los furtivos pasan por casas y restaurantes ofreciendo su ilegal y sanitariamente insegura mercancía.

Te lo cuento en este nuevo videoblog de La Crónica Verde:

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La crisis resucita a los furtivos

Mejillones

Llaman a la puerta de casa. Un coche rojo, pequeño pero con apariencia de deportivo, está aparcado con el motor encendido. De pie, un joven de unos 25 años espera mi aparición. Dentro del vehículo está su novia.

¿Quiere mejillones fresquitos, recién cogidos esta mañana?

Su pregunta me sienta como un bofetón. En Fuerteventura, donde vivo, la especie nativa de mejillón (Perna perna) es diferente a la popular gallega. Y está en peligro de extinción, estrictamente protegida, precisamente por culpa de la sobrepesca. Hace 40 años los había, literalmente, a paletadas. Casi nadie los cogía y los pocos que tenían interés por ellos los arrancaban de las rocas con una pala hasta llenar sacos de 25 kilos. Pero ahora está prohibido.

Así que no me aguanto. Y le amenazo con llamar a la Guardia Civil. El chaval se queda helado, vuelve al coche y se marcha, aunque a su compañera le da tiempo para insultarme mientras me grita eso de que «esto se hizo siempre así y no es ilegal».

Jóvenes, en paro, ociosos, con coche y móvil de última generación. Amigos del dinero fácil, de buscarse unos extras aprovechando un recurso que, según ellos, sólo los muy listos son capaces de obtener. Son los nuevos furtivos.

“Por lo menos hacen algo y no roban”, me comenta la vecina, siempre tan positiva. No se da cuenta de que sí que roban. Las riquezas naturales de todos, también las suyas y las mías.

La imagen de estos furtivos de nuevo cuño poco o nada tiene que ver con los de antes. Gentes como José Escobar, mítico cazador del Coto de Doñana que hacia 1950 tuvo en jaque y durante años a toda la guardería. Dicen que cuando finalmente el guarda mayor lo capturó iba desnudo para no espantar a la caza con el olor y el ruido de sus ropas. Aunque poca ropa tendría, añado yo, pues era el hambre y la miseria la única razón de su furtiveo.

Pajarillos fritos, marisco vedado, verdura y fruta robada en las huertas, pezqueñines, … Como en la terrible postguerra española vuelven los furtivos, los robaperas, los timadores, aunque de momento la mayoría son de guante blanco. Aún no lo hacen por necesidad. De momento.

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