La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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¡¡Cuidado con los robaperas!!

Le ocurrió el otro día a un amigo. Paseaba por las afueras de un pueblo y vio un manzano repleto de suculentos frutos. El árbol parecía no estar cuidado, plantado en una finca llena de malezas. El caso es que mi amigo sacó diligente una bolsa de plástico del coche y la llenó de olorosas manzanas. Ya saben cómo está de abandonado el campo últimamente, desde que las subvenciones europeas han convertido a los agricultores en funcionarios jardineros de nuestro territorio. Tan concentrado estaba en la recolección que no se dio cuenta de la llegada de un paisano. Éste se paró frente a él y le soltó, a modo de saludo:

– Buenos días ¿es suyo el árbol?

Rojo como un tomate, sospechando lo inevitable, mi amigo negó con la cabeza en culpable silencio.

-“Pues parece que sea suyo”, le espetó con resignación el dueño del manzano.

La historia podría ser una anécdota, pero se ha convertido en el pan nuestro rural de cada día. Llegan los de la ciudad, ven los perales, ciruelos o viñedos granados de frutos y arramplan con ellos. Para muchos, lo de la propiedad privada no existe en el campo, es de todos, como los parques públicos. Son los popularmente conocidos como robaperas.

No es ésa una especie endémica española. Recuerdo hace unos años haber visto en Inglaterra una carretilla a la puerta de un chalet llena de espléndidas manzanas. Encima había un cartel de madera con la siguiente leyenda: «Llévese todas las manzanas que quiera, son buenísimas, pero por favor, no se lleve la carretilla».

En Cataluña, y especialmente en el sector de los frutos secos, la situación es sin embargo grave. Allí el Consorcio Forestal de Cataluña (CFC) ha denunciado que prácticamente toda la cosecha de piñas de piñón de este año, estimada en 23.000 toneladas, ha sido directamente robada, y cifra las perdidas en más de 7,6 millones de euros. No se trata pues de urbanitas aprovechados, sino de auténticas mafias piñoneras. Actúan como si los pinares fuesen suyos, puestos por la naturaleza para su exclusivo beneficio personal. Pero seguramente si no los recogiesen acabarían perdiéndose, como toda esa fruta abandonada en el campo pues ya no resulta rentable su recolección, o el dueño se ha jubilado y ha perdido el interés por el negocio.

Son muchos quienes piensan, no sin razón, que “lo que se van a comer los gusanos, que lo disfruten los cristianos”. El refrán tan bien vale para la alimentación. Aunque olvidan lo más importante, la educación: pedir antes permiso.