La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Nos hacemos africanos

¿Es este calor normal? ¿Lo fueron un invierno y primavera tan lluviosos? Dice el refranero que “frío en invierno y calor en verano, eso es lo sano”. Añade nuestra propia experiencia que julio es siempre el mes más caluroso del año. Pero si preguntamos a nuestros mayores nos asegurarán que “esto no es normal”, que “antes no era así”. Lo corroboran nuestros científicos tras confirmar la exactitud de sus modelos de predicción del cambio climático. El planeta se está recalentando.

En nuestro país la evidencia tiene un efecto terrible: el desierto del Sáhara ha cruzado el Estrecho de Gibraltar extendiéndose poco a poco por toda la vieja piel de toro, haciéndola cada vez más africana.

No llega solo. Le acompañan un buen número de especies del vecino continente, especialmente aves, al tiempo que las más norteñas como los urogallos desaparecen. La lista de pájaros que nunca antes habían criado en Europa empieza a ser preocupantemente extensa, desde el buitre moteado propio de las sabanas africanas o el corredor sahariano, hasta el busardo moro, los vencejos cafre y moro, y los ya comunes elanios azules.

Sales al campo y los pájaros te demuestran lo inevitable, nos estamos haciendo africanos. Como el camachuelo trompetero (Bucanetes githagineus), una especie de gorrión desertícola de color rosado y pico de coral de reclamo estridente. En 1972 se documentó por primera vez su reproducción en España, concretamente en Almería. Hoy hay más de 800 parejas en Andalucía, Murcia o Alicante, y la especie sigue en imparable expansión. El último lugar en colonizar ha sido el desierto de Los Monegros, donde esta misma semana se acaba de hacer público el nacimiento de los primeros pollos aragoneses. En el más puro estilo bíblico las trompetas de su canto, cada vez más cotidianas, nos anuncian lo inevitable. El fin del mundo climatológicamente estable ha llegado; el desierto ya está aquí.

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El árbol más solitario y gafe del planeta


Esta es una historia curiosa si no fuera por la profunda tristeza que provoca. Tampoco es reciente. Trata de un árbol, un único árbol, el más solitario y aislado del planeta. También el más gafe. No había otro en 400 kilómetros a la redonda. Sobrevivía en el desierto del Teneré, en Níger, y era una acacia.
Teneré significa en el idioma tuareg “el desolado, y es el desierto del desierto del Sahara, su área central y más árida. Allí donde la vida es prácticamente imposible subsistía el desamparado árbol, el último superviviente de los viejos bosques que durante milenios poblaron las ataño fértiles llanuras del Sahara, expulsados por la sequía de un desierto en implacable avance.

Era faro natural en medio de un mar de arena, punto de referencia obligada para las caravanas de camelleros, emblema de vida en mitad de un paisaje de muerte. Su secreto estaba en la potencia de las raíces, capaces de llegar hasta un pequeño acuífero fósil localizado a 35 metros de profundidad. Incluso florecía todos los años, en un intento desesperado por perpetuarse tan inútil como maravilloso.
Pero llegamos nosotros y nuestros locos cacharros. 25 años después de descubrirlo para el mundo occidental, el explorador y etnólogo francés Henry Lhote se encontró en una segunda visita con que un camión le había desgajado uno de sus dos troncos. Y no se lo podía creer:

“El tabú, el árbol sagrado, el único a quien ningún nómada osó haber herido con sus propias manos… este árbol ha sido víctima de un golpe mecánico”.

Parece imposible chocar contra el único obstáculo en cientos de kilómetros, con todo el espacio del mundo para esquivarlo, pero ocurrió. Y no una vez, sino dos. La segunda fue la definitiva. En 1973 un camionero libio, presuntamente borracho, embistió accidentalmente la acacia acabando con el símbolo de los tuaregs. Sus restos pueden verse ahora en la capital de Níger, a modo de triste monumento. Mientras, en su lugar original se levanta un árbol metálico apoyado en bidones de combustible, triste caricatura artística del avance avasallador de nuestra civilización.

En la primera imagen, fotografía del solitario árbol realizada hacia 1970 (Peter Krohn)
Sobre estas líneas, la acacia en 1971.

Finalmente, fotografía del triste árbol metálico erigido en 2003 como recuerdo a la acacia original derribada por un camión (Foto Meridianos).

Podéis encontrar más información sobre este árbol en la Wikipedia,  Fronteras, Aquí estuve ayer, Meridianos y Maikelnai’s.

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El gigante del desierto está a punto de caerse

Castildetierra

Amo los desiertos, quizá porque es en ellos donde valoras como en ningún otro lugar del mundo la importancia de la vida, de una flor, del canto de un pájaro. Por eso vivo en un desierto, Fuerteventura, y admiro nuestros otros desiertos españoles, Tabernas, Monegros, Bardenas Reales.

A este último voy todos los veranos, aunque no suelo pararme delante de su emblema más universal, el cabezo de Castildetierra, siempre atiborrado de turistas. La bella “chimenea de hadas” es el último vestigio de un cerro desmantelado por la erosión, convertido en delicada pirámide imposible gracias a un remate de arenisca que, a modo de paraguas, protege de la lluvia las livianas arcillas inferiores.

Nada es eterno, y menos tan frágil equilibrio condenado a desaparecer más pronto que tarde. Pero nuestra sociedad, tan necesitada de símbolos, se niega a aceptar la evidencia: Castildetierra está a punto de desmoronarse.

Hay que hacer algo, claman los más sensibles. Todo se puede estudiar, responden los responsables. Reforzar la piedra superior, apuntalarla e incluso barnizar las laderas del cerro para retrasar lo inevitable. Finalmente venció la cordura. Se dejará a la naturaleza seguir su inexorable curso, pero con limitaciones. Está prevista la realización de un escáner tridimensional de toda la montaña para, en un futuro, poder reconstruirlo, si así se decide, con total exactitud.

Y ahí están los políticos, preocupados por la anécdota, empeñados en mantener a toda costa la gran torre de barro en lugar de luchar contra el avance de la erosión, el despoblamiento y la crisis del mundo rural. O de cerrar ese polígono de tiro del Ejército instalado en el corazón de la Reserva de la Biosfera cuyos aviones y maniobras, sin duda, están acabando con otros «castildetierras» mucho menos conocidos.

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Fuerteventura: un desierto rodeado de agua

La paradójica frase no es mía. Es el lema del programa que presenta Fuerteventura en la Expo de Zaragoza.

Mi isla es el lugar más árido de toda España, un sediento trozo del Sáhara en medio del Atlántico, y por lo tanto rodeada de agua, pero de un agua salada, inconsumible.

La segunda isla de Canarias en extensión malvivió mirando a un cielo estéril hasta la llegada de la primera desaladora hacia 1971. Desde entonces, crecimiento económico y poblacional han estado directamente ligados a la producción de agua potable, y ésta a la producción de energía eléctrica en centrales alimentadas por gasoil.

No es el majorero un caso aislado. Canarias tiene actualmente unas 330 desaladoras en funcionamiento, que se concentran básicamente en Gran Canaria, Lanzarote, Tenerife y Fuerteventura. Con todas ellas se producen unos 214’6 Hm3 anuales de agua desalada, generándose unos 588.000 m3 diarios.

La evolución tecnológica, con el desarrollo del sistema de la ósmosis inversa, ha permitido reducir el consumo energético requerido para la desalación de agua hasta un 10% del que era necesario cuando a finales de los 60 del pasado siglo comenzaron a funcionar las primeras desaladoras en Canarias. A pesar de ello, todavía esta desalación representa un tercio de toda la energía eléctrica que se consume en Fuerteventura.

Somos el lugar con más sol de Europa y también el más ventoso, pero tan sólo tenemos un parque eólico y ningún huerto solar. La incapacidad de nuestros políticos nos ha hecho absolutamente dependientes del petrolero, en cuya carga periódica se basa peligrosamente toda nuestra economía y, con ello, nuestro futuro.

¿Les parezco exagerado?

Un único dato estadístico resulta esclarecedor. Nuestra única industria es la turística, y se calcula que por cada plaza alojativa se consumen 320 litros de agua al día. Hagan cuentas. En Fuerteventura recibimos casi un millón de turistas al año. Y eso significa mucha agua y mucho petróleo.

Un príncipe saudí aniquila a las hubaras

Me lo advirtió mi amigo Joachim Hellmich antes de viajar al Sáhara. “En Tarfaya están las mejores poblaciones de hubara de África, así que abre bien los ojos. Y ten cuidado, no te vayas a encontrar con los halconeros del príncipe Bin Abdulaziz, que suelen ir a cazar allí a finales de diciembre”.

Hellmich es probablemente el mayor experto del mundo en hubaras, una pequeña avutarda del desierto seriamente amenazada de extinción. Le conocí en Fuerteventura, donde ha dedicado muchos años de su vida al estudio de esta esquiva ave, prácticamente invisible a pesar de su gran tamaño. Luego se fue unos años a Errachidia, en el sur de Marruecos, para trabajar con las poblaciones saharauis. Le contrató Su Alteza Real el Príncipe Sultán Bin Abdulaziz Al Saoud, príncipe heredero y ministro de Defensa y Aviación Civil del Reino de Arabia Saudita.

El sultán es un cetrero compulsivo, amante de la caza de la hubara con halcón peregrino, y está preocupado pues cada vez le resulta más difícil capturar a estas extrañas avutardas. De hecho, en su país ya están extinguidas. Como dinero no le falta, ha montado en Agadir la Fundación Internacional para la Protección y el Desarrollo de la vida silvestre, un centro de estudio y cría en cautividad de hubaras. Para Hellmich fue una decepción. Pasaba meses siguiendo hubaras marcadas que luego le traían muertas los cazadores. Así que se fue.

Aunque de refilón, la semana pasada me encontré con el campamento base del sultán cerca de Akfnir, no muy lejos de Tan Tan. Parecía un campo de refugiados, con cientos de tiendas de campaña blancas, el mismo color de los modernos todoterrenos aparcados junto a ellas. Pero los vehículos no eran los de la MINURSO para el Sáhara. Eran los de los cetreros. La expedición de caza del príncipe saudí estaba integrada por más de 500 personas, un centenar de halcones, un número indeterminado de caballos y varios helicópteros. En sus expediciones cinegéticas han llegado a capturar hasta 121 hubaras, además de infinidad de liebres del desierto, perdices y prácticamente todo bicho viviente que se les ponga por delante. Se consideran respetuosos con el medio ambiente, amantes de la naturaleza, depositarios de las antiguas tradiciones de la altanería, pero son como el caballo de Atila. Por muchos proyectos de cría en cautividad que desarrollen, a ese ritmo acabarán con las hubaras. Y nadie les dirá nunca nada porque ¿quién se atreve a denunciar a tan egregio personaje? El desierto es suyo y los petrodólares también.

Vista parcial del campamento de caza con halcones de hubara en Akfnir (sur de Marruecos), montado la semana pasada en medio del desierto para disfrute del príncipe Bin Abdulaziz.

Retrato oficial del príncipe saudí.