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Exterminio de gatos en Lanzarote

Gato

El manejo del lenguaje es importante, pero lo es mucho más el profundizar en su significado o, más en concreto, saber leer más allá de los titulares.

Estos días hay una petición que está tomando fuerza en la plataforma Change.org. Recoge firmas para exigir al Gobierno Canario y al Cabildo de Lanzarote que, «por motivos éticos y de eficiencia», no opten por el exterminio de los gatos de la isla de La Graciosa, sino que tomen medidas para controlar la población felina mediante el método captura-esterilización-suelta.

La alarma ha saltado después de que SEO/BirdLife haya publicado el informe Lugares a restaurar para frenar la pérdida de biodiversidad, donde marca una serie de medidas que deberían tomarse en varias Áreas Importantes para la Conservación de las Aves (IBA) para detener la pérdida de biodiversidad. Y más en concreto, en el control/erradicación de gatos en La Graciosa.

Pero los recogedores de firmas han metido la pata. No se dan cuenta sus promotores de que erradicar no es lo mismo que exterminar.

Me explico. Los gatos en islas oceánicas son más peligrosos para los animales autóctonos que una bomba atómica. Soltados o escapados se convierten en terribles depredadores de una fauna que durante miles de años ha evolucionado sin recursos para poder luchar contra ellos. Es como encerrar a un león en un corral de ovejas. Arrasan con todo animal que no pueda escapar de sus fauces.

Ley natural, dirá más de uno. Que se adapten, responderá otro. Imposible. Ya os he contado lo que ocurrió en Nueva Zelanda con el famoso chochín de las Stephens. El gato del farero acabó en apenas un invierno con toda la población mundial de esta singular especie. El extraño pájaro fue poco más que un postre para el lindo gatito del aburrido farero. Y a nosotros nos burló algo único, irrepetible.

En una isla como La Graciosa, o en los vecinos islotes de Alegranza o Montaña Clara, todos ellos pertenecientes al extraordinario Archipiélago Chinijo, un único gato suelto puede provocar una masacre entre las especies de aves más amenazadas del planeta como la pardela macaronésica  (Puffinus baroli) o el petrel de Bulwer (Bulweria bulweri).

Por eso la inocente idea de esterilizarlos y soltarlos de nuevo en tan paradisíaco espacio natural protegido es, claramente, una descabellada atrocidad. Por eso es necesario, obligatorio y prioritario erradicar de tales territorios a los gatos.

Erradicar: Arrancar de raíz. Eliminar algo que se considera perjudicial o peligroso.

No confundir con exterminar: Acabar del todo con algo o alguien.

Porque los gatos pueden y deben desaparecer de La Graciosa, pero en absoluto deben de ser exterminados.

¿Qué se puede hacer? Pues lo que ya se está haciendo en muchos sitios donde se han resuelto situaciones semejantes. Capturarlos sin daño para ser posteriormente ofrecidos en adopción. Adopta un gato sin hogar. Para que tenga una vida relajada pero, sobre todo, para que no extermine, éste sí, a nuestras especies amenazadas.

Para eso, cuenta con mi firma.

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El gato que extinguió al chochín

El hombre es el depredador que mayor número de especies vertebradas ha extinguido de la faz de la tierra. El segundo es el gato, nuestro fiel compañero doméstico desde hace 9.000 años.

Sólo en Gran Bretaña, los 8 millones de gatos caseros censados cazan al año no menos de 75 millones de aves silvestres como gorriones, petirrojos o mirlos. Con esa misma proporción, los 50 millones de gatos europeos consumen anualmente más de 400 millones de pajaritos, una tercera parte de los calculados para Estados Unidos.

Amo los gatos, pero reconozco mi pena cada vez que uno de ellos te deja triunfal a los pies el cadáver de una de estas pobres aves, justo antes de ponerse a comer en su siempre bien surtido comedero. Nunca pierden su instinto cazador.

La extinción más rápida de una especie la provocó un gato. Se llamaba Tibbles y era la mascota de David Lyall, el ayudante del farero de la isla Stephens, un pequeño saliente rocoso entre las dos islas principales de Nueva Zelanda. Allí vivía un extraño pájaro nocturno no volador, algo parecido a un chochín, en cuya caza se especializó el eficaz felino doméstico. Los 16 ejemplares llevados como trofeo a su amo son los únicos de un ave que nadie vio nunca viva, bautizada para la ciencia Xenicus lyalli. En un solo invierno, el de 1895, acabó con la totalidad de la población mundial, sin duda muy pequeña. Él los descubrió y él solito los exterminó.

Sin irnos tan lejos tenemos el caso de Canarias. La llegada del gato al archipiélago hace 2.000 años se considera una de las causas de la desaparición de algunas aves poco voladoras como la codorniz gomera (Coturnix gomerae) o el escribano patilargo (Emberiza alcoveri), además de dos múridos gigantes de Tenerife y Gran Canaria (Canariomys bravoi y Canariomys tamarani) y del lagarto gigante de La Palma (Gallotia auaritae).

Una vez más la culpa no es de ellos, es nuestra por llevarlos y soltarlos. Nuestra también es la responsabilidad medioambiental de tenerlos controlados. Poniéndoles cascabeles que les dificulten la caza y recriminándoles siempre sus capturas. Porque las mascotas, donde mejor están es en casa.

En la imagen superior, dos de los 15 únicos especímenes disecados que existen del raro chochín de Stephens.

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