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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Apaga la luz… y el coche

Mañana por la noche, durante una hora, medio mundo quedará sumido en tinieblas. Será nuestro eclipse global, el gran apagón mundial con el que, todos juntos, tratamos de lanzar un grito desesperado pidiéndonos a nosotros mismos un cambio real en nuestro sistema de vida que haga retroceder el ya inevitable cambio climático.

Reconozcámoslo, tenemos miedo. El futuro es cada vez más negro y la culpa es nuestra, exclusivamente nuestra. Pero no queremos cambiar.

Una hora sin luces, iluminados por velas, suena hasta divertido. Otra cosa es modificar los hábitos; eso es mucho más difícil.

Por ejemplo el coche, el principal responsable de la mala calidad de aire que respiramos, que nos mata, y una de las principales fuentes de emisión de CO2. Tres de cada cuatro de los desplazamientos en España se hacen en coche y con un solo ocupante. Somos los más comodones y contaminadores de Europa. Este vicio nos roba la mitad del espacio de las ciudades, invadido por vehículos privados en forma de carreteras y aparcamientos.

Pero lo malo se pega, y en países emergentes y superpoblados como India o China el automóvil está arrollando a la bicicleta, ahora con baratos modelos de gasolina por menos de 1.700 euros. Frente a una reducción en el uso del transporte público, los 700 millones de coches que circulan en el mundo se duplicarán en 2025 si no cambian los comportamientos, que no parece que vayan a cambiar.

Los gestos, las actitudes, son muy importantes. Por eso yo les propongo para mañana ser aún más ambiciosos y no quedarse tan sólo en apagar una hora las luces. Hagamos algo más. Aprovechemos la primavera y apaguemos el coche. Salgamos a pasear, movámonos en bici, conozcamos nuestros parques, descubramos que las golondrinas y los vencejos ya han llegado.

Vayamos por delante. Es «La hora del planeta«.

Iluminar monumentos oscurece el mundo

El próximo sábado 28, entre las 20.30 y las 21.30 horas, los ciudadanos del mundo tenemos una cita con el planeta. Una hora sin luz eléctrica, arropados por las penumbras. ¿Seremos capaces de lograrlo?

La convocatoria lanzada por WWF a todo el mundo parece tan ilusoria como inútil. Sólo entre 1959 y 1990 la producción y consumo anual de electricidad aumentó de poco más de 1 billón de kWh a más de 11,5 billones. Ahora superamos los 18 billones, con un aumento anual del 2%. Un crecimiento desorbitado, apoyado en el consumo compulsivo de combustibles fósiles, que nos está pasando una terrible factura: el cambio climático.

Cambiar las actitudes, consumir sólo lo necesario, ayudaría enormemente a nuestra casa común planetaria, y con ello a nuestra especie. Paradójicamente, a pesar de estar hoy en día más sensibilizados que nunca con este problema, hacemos exactamente lo contrario, derrochamos a manos llenas un recurso escaso.

Por ejemplo, iluminando monumentos. Mañana, durante una hora, catedrales, rascacielos, esculturas, museos o palacios dejarán a oscuras sus fachadas. Es un gesto superficial, pues el resto del año millones de focos consumen ingentes cantidades de energía en algo tan estúpido como rescatar de las sombras nocturnas nuestros emblemas arquitectónicos.

Mientras los ciudadanos dormimos, las piedras relucen para exclusivo consuelo estético de los noctámbulos. En apenas 20 años esta moda se ha extendido por todo el mundo, y hoy en día desde la parroquia del pueblo más perdido hasta los templos maya en medio de la selva todos están iluminados.

Es el culto a la bombilla, la pasión por el derroche, una especie de competición con el sol, como si tratáramos de demostrarle que no le necesitamos, que sin él nuestras vidas también son bellas y luminosas. Y es que, como dice el refrán, “de noche todo se confunde”. ¿Les parecen bonitos los monumentos iluminados? Hasta que no los consideremos una aberración y limitemos su uso nuestro planeta seguirá en peligro.

La alternativa de descubrirlos a la luz de las farolas, con la primera claridad del amanecer o enrojecidos con una inolvidable puesta de sol, me sigue pareciendo mucho más atractiva, barata y medioambientalmente sostenible. ¿No pensáis vosotros lo mismo?

Los egoístas apagaremos las luces

Soy un egoísta, lo reconozco. Por eso apoyo la iniciativa del apagón de esta noche, cinco minutos entre las 20:00 y las 20:05 horas de la tarde. Se lo explico.

Vivo en un gran laboratorio real sobre el cambio climático y el desarrollo sostenible. En realidad lo he dicho mal. Vivo en un gran laboratorio real sobre el desastre climático y el desarrollo insostenible. En Fuerteventura, desde donde les escribo, no hay más agua potable que la que se obtiene por desalación del mar. Una intrincada red de cañerías se extiende a lo largo de 1.660 kilómetros cuadrados de desierto para dar de beber a sus 120.000 habitantes, 90.000 cabras, 7.000 palmeras, cuatro campos de golf y 1,5 millones de turistas anuales. Para ello se consumen cantidades ingentes de electricidad producidas en los gigantescos motores diesel de una única central térmica ubicada en la capital, más contaminante que todo el parque móvil de vehículos majorero.

El día en que por un conflicto político, una guerra o un desastre natural, los petroleros no lleguen periódicamente a la isla, todos nos tendremos que ir de aquí. Nuestra economía isleña es por tanto un gigante con pies de barro, pendiente de una carísima electricidad que nos llena de agua las piscinas y nos refresca el bochorno gracias al omnipresente aire acondicionado. Y si quisiéramos seríamos una potencia energética, pues somos el territorio con mayor número de horas de sol y de viento de toda Europa. Pero no queremos.

Dar la vuelta a esta gravísima dependencia sería tan sencillo como aparentemente imposible. Nuestro crecimiento económico es vertiginoso y la máquina de hacer dinero no se puede detener para planificar un desarrollo sostenible a medio y largo plazo. A no ser que cambie nuestra mentalidad, políticos y empresarios incluidos.

El apagón de esta noche no lo logrará, está claro, pero quizá empiece a modificar algunas actitudes. Si el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York, quizá este apagón de cinco minutos puede llevarnos a un mundo mejor. Al menos yo así lo espero. Me gusta esta isla y quiero seguir viviendo en ella.

Nuevo apagón por el cambio climático

El próximo jueves 15 de noviembre, entre las 20,00 y las 20,05 horas, nuevo apagón contra el cambio climático. Todos se apuntarán una vez más a la iniciativa, incluso el primo de Rajoy y hasta Rajoy mismo, pues en esto de la supuesta sensibilidad mediático-ambiental nadie quiere quedarse fuera.

El anterior apagón lo fue el primer día de febrero de este mismo año, en esa ocasión una iniciativa internacional liderada por el grupo ecologista francés Alianza por el Planeta. Como resultado, el consumo eléctrico español disminuyó en 1.050 megavatios, un 2,5% menos de lo habitual.

El de ahora es nacional, convocado por numerosas organizaciones ecologistas, sindicales, sociales y ciudadanas bajo el lema «FRENTE AL CAMBIO CLIMÁTICO: ACTÚA YA». ¿Y por qué el día 15? Pues porque coincide con la presentación en la ciudad de Valencia del Cuarto Informe científico de las Naciones Unidas sobre cambio climático.

La convocatoria es abierta y consiste en la desconexión del consumo eléctrico en viviendas, centros de trabajo públicos y privados e instalaciones y equipamientos públicos durante cinco simbólicos minutos. Con ello los ecologistas pretenden promover “la utilización responsable de la energía, una actitud que rechace el despilfarro y subraye la perentoria necesidad de practicar el ahorro como una actitud asumida desde lo cotidiano”.

La fecha elegida no puede ser más paradójica. Justo cuando los grandes centros comerciales se lanzan a vendernos con todas las bombillas aniecológicas habidas y por haber la inminencia de una Navidad para la que todavía falta un mes largo. La época dorada del derroche total, energético y alimenticio. ¿Cuántos millones de luces tendremos encendidas a partir de ahora por todas partes para incentivar nuestro consumo compulsivo? ¿No sería mejor reducir los horarios de encendido, acabar con los focos gigantescos en las fachadas de monumentos e iglesias, limitarnos a iluminar lo que de verdad nos interesa, las calles por la noche, y dejarnos de la utilización decorativa de los vatios en árboles, montañas, fuentes?

Seguramente no. Somos la sociedad del espectáculo y el derroche forma parte intrínseca de nuestra cultura. Cinco minutos de desconexión. Eso es todo lo que podemos ofrecerle a nuestro maltrecho planeta.