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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Nuevas mascotas: adopta una gallina

Elisa1

La propuesta viene de Australia. Allí, en nuestras antípodas geográficas y muchas veces culturales, se está desarrollando un curioso fenómeno socio-ecológico: la adopción de gallinas maltratadas. La idea es sencilla: rescatar gallinas de granjas de explotación en batería y llevarlas a casa para cuidarlas como quien cuida de un perro o un gato.

Suena a auténtica frikada, pero sus promotores, The Battery Hen Adoption Project, aseguran que las gallinas rescatadas se adaptan rápidamente a su nueva vida doméstica y, gracias al cariño dispensado por la familia adoptiva, pueden disfrutar una vida feliz, lejos de los horrores y tensiones de la convivencia en terribles jaulas de batería. A cambio, estos animales nos ofrecen huevos de corral saludables producidos sin causar sufrimiento y se comportan como inmejorables recicladores de la basura orgánica doméstica.

Bien cuidadas, las gallinas ni son sucias ni huelen mal. Todo son ventajas, aseguran sus impulsores, pues los pollos pronto se convierten en maravillosos animales de compañía, mostrándose como criaturas muy sociales e inteligentes.

La verdad es que, si hiciéramos lo mismo en España, trabajo adoptivo no nos iba a faltar. Pollo y huevos baratos son la base low cost de nuestra alimentación, centrada más en la cantidad que en la calidad. Sólo en nuestro país hay 38 millones de gallinas ponedoras, de las que el 93% vive en jaulas frente al 41% de la media europea, donde los sistemas más civilizados de camperas, en suelo o en ecológico son seleccionados mayoritariamente por los consumidores.

Así que, si vemos muy complicado adoptar gallinas como hacen los australianos, por lo menos podríamos optar por productos de granjas menos tristes como hacen nuestros vecinos continentales. Adoptar (y disfrutar) huevos de gallinas felices.

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No eran ovnis, eran canguros drogados

Fin del misterio. Los extraños círculos que aparecen en las plantaciones legales de opio de la isla de Tasmania se parecen a los que Mel Gibson encontraba en sus campos de maíz en la película «Señales«, pero finalmente no tienen origen extraterrestre.

Mucho más sencillo y sorprendente. Como ha informado la agencia Reuters, los culpables son pequeños canguros wallabíes que se cuelan en esos plantíos, se hartan de comer las alucinógenas amapolas y, fuertemente drogados, se lían a correr dando saltos en círculos. Al final, agotados, se quedan plácidamente dormidos en el suelo.

Australia produce la mitad de todo el opio legal consumido en el mundo para la elaboración de medicinas como la morfina, y otros calmantes opiáceos y drogas como la heroína.

La felicidad de estos accidentalmente drogados marsupiales se torna sin embargo en rabia para los agricultores, a los que los animales perjudican gravemente pisoteando sus cultivos.

Al no tratarse de signos de vida extraterrestre tienen fácil solucionar el problema. Deberán mejorar los vallados de esos campos. O al final los simpáticos canguros acabarán adictos a la sonrosada adormidera y los campos terminarán machacados.

Australia quiere matar 10.000 caballos salvajes

En Australia los caballos salvajes son una plaga, una terrible plaga sobre cuatro patas a la que se acusa de dañar los ecosistemas. Por eso las autoridades han decidido acabar con ellos por lo sano. A tiro limpio.

Sólo en el Parque Nacional de Carnarvon, en el Estado de Queensland, ya han matado más de un millar en el último año. La mayoría desde helicópteros, dejando a los animales heridos abandonados a su agonía. 10.000 más serán sacrificados en los próximos tres años si no se logra parar entre todos esta barbarie. Si no se buscan otras alternativas menos salvajes como la captura, la traslocación o la esterilización.

Australia es el hogar de unos 300.000 caballos salvajes, la mayor población de este tipo en el mundo, a pesar de ser allí una especie introducida. Los trajeron los ingleses desde Europa en el siglo XVIII. Fueron una gran ayuda para los colonos, tanto como animales de tiro como para carne. Pero ahora molestan. Sobre todo en los parques nacionales, donde su abundancia pone en peligro a las especies vegetales autóctonas. Porque como cruelmente ha señalado Keith Muir, director de la Fundación Colong para la Vida Silvestre , un grupo ambiental de Sydney que apoya el sacrificio de los populares brumbies, «los caballos son animales exóticos que no pertenecen a Australia». Y añade este sujeto mal llamado ecologista:

«Si soltaran canguros en América sería como los caballos aquí. Estarían disparándolos como locos para tratar de controlarlos».

Pues no despreciable señor. No lo haríamos. Como tampoco dispararíamos a las vacas y a las ovejas que por millones pueblan su país, con toda probabilidad ambientalmente mucho más dañinas que los pobres equinos.

No conozco ningún ser vivo más maravilloso que el caballo. Como ya os conté en una ocasión, sólo la noble energía del contacto con su piel cura graves enfermedades.

¿Matarlos en masa como a ratas? Jamás. Debemos impedirlo. ¿Qué podemos hacer? De momento, firmar aquí en contra de esta salvajada. Hasta él momento apenas se han recogido 5.000, pero podemos llegar al millón. La mía ya la tienen. ¿Y la tuya?