La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Pájaros rockeros que tocan la guitarra eléctrica

El mundo de la naturaleza nunca deja de asombrarme. Tampoco el del arte contemporáneo.

Es el caso de una divertida pieza artística concebida por el músico, compositor y artista francés Céleste Boursier-Mougenot. Expuesta en centros tan relevantes como el Barbican Art Gallery de Londres, consiste básicamente en repartir varias guitarras eléctricas del famoso modelo Gibson Les Paul por una sala de la galería habilitada como gran jaula aviar. Conectados los aparatos, se sueltan en ella 40 pájaros que, volando en grupos o en solitario, se posan a su antojo sobre las cuerdas de los instrumentos arrancando de ellos asombrosas melodías.

Sin duda se trata de una pieza de lo más interactiva, donde decenas de diamantes mandarines, esos populares pájaros australianos de jaula y reclamo machacón, interpretan sin saberlo (y sin molestarles) una moderna música que ellos mismos crean con sus intranquilos movimientos.

Uno de estos pájaros se empeña incluso en construir un nido en el hueco del instrumento, logrando hacer con una ramita un punteo alucinante que haría enrojecer de envidia a los guitarristas más bregados de nuestro panorama musical.

Sube el volumen del ordenador, mira el vídeo y opina por ti mismo. ¿Quién hace arte? ¿El artista o el pájaro?

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¿Es arte torturar grillos?

Lo ha conseguido. El artista madrileño Ismael Alabado se ha hecho famoso no por su arte, sino por torturar grillos hasta la muerte, algo que a él le parece arte.

Quiso representar la fugacidad de la vida y pegó con silicona 1.000 grillos vivos en las paredes de una sala de exposiciones de Cáceres. Su idea artística era que los insectos se fueran muriendo poco a poco por inanición para que los visitantes reflexionaran sobre lo transitorio de la existencia. Por suerte, una espectadora aterrorizada se apiadó de ellos y los roció con insecticida para acabar con su agonía. Horas después la exposición fue clausurada a petición, entre otros, del mismísimo presidente de la Junta de Extremadura.

Algunas reflexiones hechas por el artista plástico a la prensa durante la muestra:

«He querido transmitir que cada día es el principio del fin»

«La verdad es que en un principio pensaba colocar cucarachas y no grillos, pero es que las cucarachas me salían más caras».

«Los grillos no sufren porque no están capacitados para ello, es como cortar una planta».

¿Queréis saber mi opinión? Esa pieza supuestamente artística es, lisa y llanamente, maltrato injustificado de animales, por mucho que lotes de 500 grillos se vendan en Internet por 25 euros para dar de comer a mascotas exóticas. Por mucho que los insectos no tengan un sistema nervioso desarrollado, no se retuerzan de dolor cuando les arrancan una pata. Los insectos, como todo animal, sufren.

Y lo más triste. Esta barbaridad no es ni siquiera original. El costarricense Guillermo Vargas ya escandalizó hace unos años al mundo dejando atado hasta la muerte a un perro callejero en una sala de exposiciones «por razones artísticas».

Pregunta final para todos vosotros desde mi perplejidad manifiesta: ¿Torturar animales es arte?

Es verdad, me olvidaba de la tauromaquia.

En este vídeo se puede ver la supuesta obra de arte y la confusa justificación que hace el responsable de la sala de exposiciones donde se presentó el engendro.


Foto: Uno de los grillos de la instalación creada por Ismael Alabado. ARMANDO MÉNDEZ / Diario Hoy.es

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La muerte de un árbol centenario también es arte

El museo más hermoso y desconocido de España está en el palacete de Parque Florido, en la madrileña calle Serrano. Es el Lázaro Galdiano, la colección particular de quien fuera gran defensor del patrimonio artístico español.

Zurbarán, Ribera, Velázquez, Goya te hablan allí desde la intimidad de un caserón familiar, con rincones donde la intensidad de las sensaciones provoca escalofríos de placer y hasta lágrimas de emoción.

En su jardín delicadamente decimonónico, miles de ojos visitantes miraron sin ver durante décadas la joya más espiritual de la colección, el haya centenaria plantada en 1908 por su fundador, el navarro José Lázaro Galdiano, permanente recuerdo natural a los bosques de su tierra natal.

Al fin y al cabo un árbol grande, debieron pensar los responsables de la última y profunda restauración del edificio, quienes preocupados por la estabilidad sin vida de una construcción, se despreocuparon de la estabilidad con vida de un gigante vegetal único, dañándole gravemente su órgano más preciado, sus raíces. Se llamaba Lázara. Y ante la consternación de quienes la amábamos acabó secándose.

Pero también los muertos son importantes. Así lo ha entendido el Ministerio de Cultura, quien ha encargado al artista Miguel Ángel Blanco un postrer homenaje al haya ausente.

El resultado, la exposición Árbol caído, es de esas muestras que todo amante de la Naturaleza debería admirar, por lo que supone de rendido tributo a esos admirables abuelos que tanto nos dan y tan poco valoramos. Sus últimas hojas, su corteza, su silueta, son ahora delicado arte, aunque en realidad nunca dejaron de serlo. También la de otros seres excepcionales recogidos como reliquias por el autor por todo el mundo, base de su extraordinaria Biblioteca del Bosque.

¿Y qué harán con el cadáver? Dicen que talarlo y plantar un ejemplar joven.

Yo no estoy de acuerdo. Vivo o muerto, su valor histórico y hasta sentimental es el mismo. Aunque llegue tarde, le debemos un respeto. ¿No os parece? Lázara, como Lázaro, debe resucitar de entre los muertos y mantenerse en pie, aunque sea momificado.