La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Talarán árboles porque no les dejan ver la catedral de Burgos

Hay gentes a quienes los árboles no les dejan ver el bosque. Pero hay otras, como los políticos del Ayuntamiento de Burgos, para quienes los árboles son aún más molestos, pues no les dejan ver la catedral.

Próxima la fecha de la inauguración del flamante Museo de la Evolución Humana, los ediles burgaleses observan con disgusto cómo unos árboles irredentos, crecidos espontáneamente en las márgenes del río Arlanzón, estropean la visión catedralicia y, al tiempo, ocultan de las miradas lejanas parte del espléndido edificio diseñado por el arquitecto cántabro Juan Navarro Baldeweg.

Para salir al paso de las críticas de Ecologistas en Acción, el concejal de Fomento Javier Lacalle ha reconocido que no se cortarán árboles del cerano paseo, aunque no se descarta suprimir algún ejemplar de las riberas para mejorar la visión de la catedral desde el Complejo de la Evolución. Y no lo descartan porque ya lo tienen decidido.

Soy burgalés y un entusiasta tanto del nuevo museo como del templo metropolitano. Pero también lo soy de esas riberas fluviales únicas donde aún es posible ver la nutria y al fugaz martín pescador. Por eso me escandalizo ante una tala de arbolado decidida tan sólo por motivos estéticos, despreciando precisamente la estética bellísima que supone la unión de arte y naturaleza, la maravilla de contemplar las agujas de la catedral asomando por entre las lorquianas «flechas caídas del azul» de esos admirables chopos. ¿No os parece una absoluta falta de sensibilidad talar esos árboles?

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¡Se acabaron las meriendas!

Fieles a su cita, ajenas a los calores de agosto y a sus terribles sequías, las quitameriendas (Merendera montana) han comenzado a tapizar de morado las praderas y eras de Castilla. Heraldos del otoño, nos señalan implacables el comienzo del final del buen tiempo, de las vacaciones, del verano.

Me las encontré ayer mientras paseaba con mis hijos por el robledal de Arlanzón (Burgos) y, como me pasa siempre, no pude evitar una exclamación de sorpresa, pero también de desagrado. ¿Ya están aquí? ¿Tan pronto? Lo queramos o no, los ciclos en la Naturaleza son implacables. Y estamos a las puertas de septiembre.

Como me volvió a explicar la abuela Emilia, la aparición de estas bellas flores parecidas al azafrán silvestre señalaba que los días empezaban a ser ya demasiado cortos como para estar trabajando en el campo hasta las diez de la noche. Así que esas humildes meriendas vespertinas de pan, queso, chorizo y bota de vino, respiro necesario tras monótonas horas trillando y abeldando el cereal, llegaban a su fin. Conocedores de los signos del campo, la violeta flor les señalaba la necesidad de apresurarse en la recolección, pues el frío y las tormentas se les echaba encima.

Por suerte, todos estos trabajos son ya sólo lejano recuerdo. Pero la señal sigue ahí en el campo, fiel a su cita, indicándonos lo incuestionable: El verano se acaba. También las vacaciones. ¿Estamos preparados para entrar en el otoño?