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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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La avispa asesina se extiende imparable por España

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Otra plaga más. La avispa asiática (Vespa velutina) se ha adueñado del norte peninsular, de Galicia a Cataluña pasando por Aragón e incluso Burgos, y en pocos años estará por toda España. Su avance es imparable.

La vi por vez primera el pasado fin de semana en el norte de Navarra. Es un insecto impresionante, feroz.

Todas las avispas son carnívoras, pero esta especie es, además de gigantesca, condenadamente asesina. Sus presas favoritas son las abejas. Las espera a la entrada de las colmenas, atrapa en el aire y arranca la cabeza de un certero bocado, para luego llevarse el tórax como alimento para sus hambrientas larvas, agrupadas en colonias con hasta 15.000 bichos por nido. Una decena de avispas asiáticas pueden matar 30.000 abejas en una semana. Lee el resto de la entrada »

Técnicas de supervivencia para luchar contra el desierto

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Cerca de 115 millones de hectáreas de tierra fértil están afectadas en Europa por la erosión, cuatro veces más que todas las tierras de cultivo de España o que todos nuestros bosques.

Cada año 1.000 millones de toneladas de suelo peninsular son removidas por los fenómenos erosivos, y una superficie de terreno dos veces la de la ciudad de Madrid es hormigonada bajo urbanizaciones europeas. Los incendios se alían al desastre dando alas a un imparable avance del Sáhara.

Si Radio Futura, enamorada de la moda juvenil, aseguraba que “el futuro ya está aquí”, una nueva versión actualizada de la canción debería decir que “el desierto ya está aquí”.

Lo advierte la ONU, promotora este miércoles del Día Mundial de Lucha contra la Desertificación. A su llamada ha respondido, por ejemplo, una pequeña ONG del Reino Unido, Sunseed Desert, con un programa educativo de acciones prácticas que nos enseñen a luchar contra esas arenas que se nos vienen encima.

Con base en la ecoaldea almeriense de Los Molinos del Río Aguas, Sunseed promueve acciones individuales para interrumpir la erosión y aplicar nuevas técnicas agrícolas que ayuden a regenerar el suelo, algo cada vez más vital.

No son los únicos. Otros proponen huertas urbanas en solares y hasta en azoteas o balcones; incluso instalan panales en los tejados en un intento de recuperar a nuestras amenazadas polinizadoras, las abejas. Recogida del agua de lluvia y su uso en el riego de jardines, algunos verticales adheridos a las fachadas cual eficaz aislamiento térmico. Hornos solares. Reforestaciones populares en tierras marginales pero también junto a instalaciones industriales o a modo de pantallas verdes.

Son pequeños gestos que marcan la tendencia, ese instinto natural de nuestra especie a prepararse para el cambio. Para vivir en un desierto, pero florido.

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La estrategia del avestruz nos ahoga en mierda

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© Wikimedia Commons

Mi tío Nemesio no necesitó censos ni análisis. Me lo dijo muy clarito un día en que me llevó, casi en volandas, a dar un paseo desde Hontoria hasta Cubillo a su ritmo incansable de guardia civil retirado, ajeno a sus 80 años:

“Ahora ya casi no quedan pájaros en el campo por culpa de todo ese sulfato que le echan a los cultivos”.

Yo jadeaba mientras trataba de imaginarme cómo serían esos casi silenciosos lugares preñados de cantarinas calandrias, terreras, mochuelos, perdices y tórtolas. Sitios donde en un par de generaciones habíamos pasado de miles de aves a unidades.

Hoy he vuelto a acordarme de él cuando he leído las conclusiones de los programas de seguimiento de aves comunes. Las conclusiones a muchos años de control y estudio son terroríficas. En los últimos 30 años hemos perdido en Europa 421 millones de pájaros, que se dice pronto, de los que el 90% proceden de las 36 especies más comunes y asociadas a los medios agrarios. A nosotros y a nuestras fábricas de alimentos.

Según datos de SEO/BirdLife, el alcaudón real (Lanius meridionalis) es el ave con declive más acusado en España, un 65%, seguido de la perdiz roja (Alectoris rufa), el 37%, y la tórtola europea (Streptopelia turtur), el 25%.

Mi tío Nemesio acertó. La principal razón para explicar tan preocupante y salvaje descenso aviar es toda esa mierda que echamos a esos campos de mierda para producir una mierda de alimentos, eso sí, en gran y rentable escala.

Cuando él era joven los sistemas agrícolas eran más respetuosos con la naturaleza y menos industrializados. Ahora todo está mecanizado, un paisaje homogeneizado sin linderos ni barbechos donde los pesticidas de última generación están acabando con los insectos, empezando por las imprescindibles abejas. Y sin ellos todo el ecosistema se ha venido abajo.

Mi tío me enseñó a moverme deprisa y observar despacio, como hace el alcaudón. Pero nuestra sociedad está optando por un ave torpe y asustadiza, el avestruz. Una peligrosa estrategia, pues ocultando la cabeza en el agujero del consumo tan sólo lograremos ahogarnos en nuestra propia mierda.

Artículo científico al que hago referencia: Richard Inger, Richard Gregory, James P. Duffy, Iain Stott, Petr Voříšek, Kevin J. Gaston. Common European birds are declining rapidly while less abundant species’ numbers are rising. Ecology Letters, 2014; DOI: 10.1111/ele.12387

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Los plaguicidas nos arrastran hacia un mundo silencioso… y hambriento

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Imagen: © Colin Grey / Wikimedia Commons

En 1962 Rachel Carson horrorizó al mundo al explicar cómo el DDT, peligroso y cancerígeno insecticida, arrastraba al mundo hacia una Primavera Silenciosa. Un planeta sin aves canoras. Bosques y campos sin otros sonidos que el viento y nuestros coches. 10 años después se prohibía su producción y uso. Pero no hemos aprendido nada.

Una revisión de la literatura científica publicada en los últimos años sobre los plaguicidas sistémicos o neonicotinoides confirma que están causando daños significativos a un gran número de especies de invertebrados beneficiosos y son un factor clave en el declive de las abejas.

Según los autores del estudio, el uso generalizado de estos productos está teniendo un impacto similar al del DDT y su efecto va más allá de las tierras de cultivo.

Según explica SEO/BirdLife a través de un comunicado, lejos de asegurar la producción de alimentos, estos plaguicidas están amenazando la propia capacidad productiva a largo plazo, pues reducen o eliminan los polinizadores y los controladores naturales de las plagas, elementos clave del buen funcionamiento de los sistemas agrarios.

La preocupación sobre el impacto de los plaguicidas sistémicos o neonicotinoides en una amplia variedad de especies beneficiosas ha crecido en los últimos 20 años, pero hasta ahora las evidencias no habían sido consideradas concluyentes.

Para realizar un análisis completo de la situación, el Task Force on Systemic Pesticides, un grupo internacional de científicos independientes que asesora a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), ha revisado durante cuatro años toda la literatura científica disponible, más de 800 estudios publicados en revistas de alto impacto sometidas al sistema de revisión por pares.

Este meta-análisis, el Worldwide Integrated Assessment (WIA), será publicado próximamente en el Journal Environment Science and Pollution Research. Su conclusión es que hay claras evidencias de que los plaguicidas sistémicos causan un impacto tan grave que exigen una imperiosa regulación de su uso.

 

Las aves agrarias están en declive 

Para SEO/BirdLife, ésta es una prueba más de la degradación ambiental de los sistemas agrarios, detectada ya a través de sus programas de seguimiento de aves, que muestran un declive continuado de las especies comunes asociadas a los paisajes agrarios.

Por ejemplo, la golondrina, Ave del Año de 2014, muestra una reducción de su población de más del 30% en la última década. Y otras, como la codorniz, el sisón o la calandria están en una situación similar.

El uso de plaguicidas se une a otros factores que influyen en este escenario de pérdida de biodiversidad, como la reducción directa de hábitats favorables o enfermedades nuevas traídas con el comercio internacional de mercancías.

Aunque la UE ya ha prohibido temporalmente el uso de estos productos en algunos cultivos, el problema tiene una escala global. De acuerdo con SEO/Bird Life, sería necesario empezar a trabajar en un cambio profundo del modelo agrario, reconectando los sistemas productivos a los ciclos naturales.

Esto podría tener un impacto en los rendimientos por hectárea en ciertas zonas, pero igualmente acabaría reduciendo los costes crecientes en inputs y ofrecería más garantías de futuro sobre el suministro de alimentos. Cuestión que por otra parte requiere atajar también otros problemas como la distribución, el acceso y el desperdicio de comida, junto con los modelos de consumo y las dietas.

En todo caso, lo fundamental ante los neonicotinoides sería aplicar el principio de precaución, pero no se hace. El principio máximo de nuestra sociedad actual es el del negocio. Los que vengan detrás, ya sean abejas, pájaros o nuestros hijos, que arreen.

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Los plaguicidas ponen en peligro a las abejas y a toda la agricultura

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En 1962 Rachel Carson nos habló de esa Primavera Silenciosa, un planeta sin aves canoras al que estábamos condenados si seguíamos utilizando el DDT, peligroso y cancerígeno insecticida. 10 años después se prohibía su producción y uso, aunque todavía hoy la leche materna presenta altas concentraciones de este tóxico; las mujeres españolas el doble que la media europea.

En la India un antiinflamatorio, el diclofenaco (Voltarén), utilizado tanto para la artritis en humanos como para tratar afecciones del ganado, provocó en una década el exterminio del 95% de los buitres, decenas de millones de ejemplares. Los medicados cadáveres reventaban los riñones de las carroñeras, al provocarles una mortal insuficiencia renal. Su uso veterinario está ahora prohibido.

Como con los buitres, algo muy parecido está ocurriendo con las abejas. Desaparecían por millones y nadie sabía la razón. El misterio de las colmenas vacías ha sido finalmente desvelado. La culpa la tienen los plaguicidas neurotóxicos. Ante las muchas evidencias científicas, la Comisión Europea propuso en enero pasado prohibir tres de estos insecticidas (imidacloprid, tiametoxam y clotianidina). Pero es una solución parcial. En realidad se deberían prohibir todos. Urgentemente.

Un mundo sin abejas es mucho peor que un mundo sin pájaros. Por cada euro que estos insectos producen en forma de miel, polen, cera, jalea real o propóleo, revierten 20 euros en forma de polinización. Sólo para Europa este desinteresado trabajo vale 22.000 millones de euros, pues de él depende la germinación del 84 % de los 264 principales cultivos agrícolas. Lo mismo ocurre con las plantas silvestres.

Empeñados en convertir la producción mundial de alimentos en una beneficiosa factoría de enormidades enlatadas no nos damos cuenta de lo evidente: sin abejas no hay paraíso. Ni futuro.

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Sin abejas no hay paraíso

¿Has desayunado ya? Si en las tostadas tuviste la sana idea de endulzarlas con miel, relámete ahora de nuevo buscando ese único dulzor floral en los labios. Porque entre el cambio climático, la contaminación, el uso-abuso disparatado de insecticidas en el campo y las enfermedades misteriosas nos estamos quedando sin abejas en el mundo. Y además de su almibarado néctar, sano, sanísimo, corremos el riesgo de perder un tercio de la producción agrícola mundial, directamente dependiente de la polinización de tan trabajadores insectos. Sin ellas no hay paraíso.

El problema es el mismo en la mayoría de los países mediterráneos y también en Estados Unidos, donde el año pasado desapareció misteriosamente entre el 60% y el 70% de las abejas.

Decía el zoólogo Karl von Frisch (Premio Nobel de Medicina en 1973) en su famoso libro La vida de las abejas:

El labrador puede poseer una sola vaca, un solo perro e incluso una sola gallina, pero jamás podrá tener una sola abeja, porque si esto ocurriera no tardaría en quedarse sin ella.

Desgraciadamente, en estos momentos, y por causas poco claras, «los pueblos de las abejas», como llamaba Von Frisch a las colmenas, se están quedando desiertos.