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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Hitler nos dejó sin abejorros, pero nosotros hemos hecho el resto del destrozo

El muy amenazado abejorro de pelo corto lleno de polen. Foto: Capitán Swing

Te imaginas biólogo estudiando linces boreales, águilas imperiales o leopardos de las nieves pero ¿abejorros? Especialista en abejorro de pelo corto (Bombus subterraneus), para ser más exacto. Es la curiosa obsesión profesional de Dave Goulson, profesor de biología en la Universidad de Sussex, quien ha dedicado toda su vida a estudiar estos bichitos tan torpones y poco agraciados. Y quien acaba de publicar un libro de divulgación científica fabuloso, ‘Una historia con aguijón’ (Capitán Swing, 2022), un entretenido texto para saberlo todo sobre tan ignorados insectos a pesar de su importancia para la biodiversidad del Planeta y nuestra propia salud.

El caso es que los abejorros (y sus primas las abejas) se están extinguiendo por culpa de Hitler. ¿Te lo puedes creer?

Disfrutando del libro en las praderas llenas de abejorros de Somiedo (Asturias)

Los horrores de la guerra y sus secuelas

La aparición del sangriento dictador nazi es sin duda uno de los capítulos más sorprendentes de esta publicación, aunque claro, esta afirmación hay que matizarla leyendo toda la letra pequeña.

La Segunda Guerra Mundial provocó un duro aislamiento de los países, unos invadidos por los alemanes y otros luchando para evitar esa invasión, lo que causó un brutal desabastecimiento de alimentos. Para aumentar las producciones fue necesario poner el turbo en la industrialización  de la agricultura. Fue así como comenzó a generalizarse el uso masivo de insecticidas, pesticidas y fertilizantes, que en muy pocas décadas arrinconaron el cultivo tradicional sin químicas que hoy queremos recuperar a través de la agricultura biológica. También la concentración urbana y el fin del mundo rural.

Fueron igualmente Hitler y sus científicos malotes los que perfeccionaron todos esos venenos como armas mortíferas que ahora se han generalizado en el campo. Entonces se pensaron para matar enemigos y ahora para combatir plagas.

El resultado de todos estos cambios está a la vista. Las grandes praderas floridas, las grandes extensiones de secano con sus barbechos periódicos, los linderos y setos vivos, han desaparecido. Y lo poco que queda se ha quedado en silencio, enmudecido, sin pájaros ni insectos cuyo rumor arrulle al viento. Visiones románticas aparte, supone un cataclismo ambiental pues muchos seres vivos dependen de ellos, empezando por nosotros mismos, que los necesitamos para polinizar nuestros alimentos. Para que te hagas una idea, la inmensa mayoría de los cultivos de tomate en el mundo se hacen en invernaderos, y para polinizar sus flores se compran abejorros criados en cautividad que se sueltan bajo el plástico. Sin ellos no tendríamos tomates.

Dave Goulson disfrutando de una pradera inglesa llena de flores. Foto: Capitán Swing

El arte de saber contar la ciencia

Dave Goulson forma parte de esa escuela de estupendos divulgadores científicos británicos capaces de hacerte reír mientras te cuentan sus experimentos más disparatados con los que son capaces de darte un montón de buena información. Mezcla anécdotas personales con los resultados de sus investigaciones más complejas y así, entre risas y asombro, vas conociendo la vida y misterios de esos seres que antes no te decían nada y ahora te parecen fascinantes, los abejorros.

Como resalta el biólogo Miguel Delibes de Castro, otro lector apasionado de este libro, «Dave nos cuenta cómo les surgen a él y a su grupo (y también a otros colegas) las preguntas que conducirán su investigación, de qué modo se las ingenian para abordarlas (¿y si usamos perros para localizar los nidos de abejorros?), cómo, a veces, fracasan estrepitosamente (llenando de abejas los despachos de media universidad o sufriendo dolorosas picaduras), y también la manera en la que descubren, en ocasiones, lo que no buscaban, mientras lo que intentaban descubrir se les oculta celosamente».

El abejorro que no quería volver a casa

También habla de fracasos, no te vayas a pensar que todo son mieles. El principal de todos, el proyecto al que ha dedicado toda su vida, la reintroducción del abejorro de pelo corto en el Reino Unido, de donde se extinguió en 1988. Pero entre 1885 y 1906 se había introducido en Nueva Zelanda para polinizar los nuevos cultivos de trébol rojo.

En 2009 Goulson capitaneo un programa para reintroducirlo en el Reino Unido con abejas reinas de Nueva Zelanda a través de la pintoresca asociación que fundó, la Bumblebee Conservation Trust (Fondo para la Conservación del Abejorro). Compraron tierras, plantaron en ellas millones de flores y soltaron allí a los recién traídos abejorros, pero todo salió mal. Muchas de las reinas murieron durante la hibernación. El análisis de ADN de las abejas de Nueva Zelanda mostró que carecían de diversidad genética. En 2012, se hizo un segundo intento para reintroducir el abejorro de pelo corto pero esta vez utilizando reinas de la provincia sueca de Skåne, genéticamente mucho más diversas. Y el experimento funcionó, pues ya hay este tipo de abejorros volando de nuevo por las praderas inglesas.

Eso sí, después de leer este libro hay dos cosas que tienes claro:

  • Que los abejorros son seres fascinantes que apenas pican.
  • Que la agricultura industrial es una mierda y nos terminará matando igual que a los abejorros.

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