Al final se les coge manía. Ellas no tienen la culpa claro está, pero eso de que miles de cabras anden triscando sin la supervisión de sus dueños por los riscos de Fuerteventura comiéndose los últimos ejemplares de valiosas especies endémicas únicas en el mundo cuesta aceptarlo cuando eres botánico, naturalista o, sencillamente, un amante de las plantas.
Sin embargo, cuando te las encuentras desvalidas, indefensas ¿qué vas a hacer con ellas?
Esta es una historia real. La de cómo la Administración malgasta dinero en idear unos artefactos inútiles para tratar de cumplir mínimamente su obligación de preservar la biodiversidad en los espacios naturales protegidos y, en lugar de microrreservas botánicas, construye trampas que acaban tanto con la víctima como con el verdugo.
Los últimos cuatro ejemplares
Empecemos por el principio. La malva de risco de Fuerteventura es un taxón muy singular. Aparentemente semejante a la subespecie que crece en Lanzarote (hay dudas, podría ser diferente), su nombre científico oficial es Lavatera acerifolia var. hariensis. Lo de hariensis le viene por Haría, el municipio en donde sobreviven unos pocos ejemplares igualmente enriscados y con el mismo problema que los majoreros: no quedan ejemplares jóvenes. Cualquier plantita que germine fuera de los refugios es rápidamente consumida por el ganado. Sus semillas no tienen futuro.
La actual población mundial de este arbusto no puede ser más raquítica. 19 ejemplares en total, 15 en los riscos lanzaroteños de Famara y cuatro más en un pequeño castillete pétreo cuya localización exacta prefiero no dar para evitar que algún chalado se los quiera llevar a su jardín.
Esta población relicta fue descubierta en 1991 por el botánico Stephan Scholz, quien un año después publicó la noticia en una revista científica especializada. Y es precisamente con él y con el biólogo Juan Miguel Torres, los ya famosos tres del «trío inquieto«, junto con otros amigos, con quienes hace unos días trepamos a esas peñas para disfrutar de la floración de tan amenazada planta. Un espacio natural incluido dentro de la Red Natura 2000, la ZEPA ES0000310 «Llanos y cuchillos de Antigua», pero que para el «no trato» que la Administración le otorga perfectamente podría no estar protegido. Esa protección es puro papel mojado.

Arriba, a la derecha del risco, crecen los últimos cuatro ejemplares salvajes de la malva de risco de Fuerteventura. Lejos de las cabras.
Disparate ambiental
Sabíamos que hace unos cuatro años el Gobierno de Canarias había protegido esta minúscula población majorera levantando un vallado que impidiera a las cabras poder seguir comiéndose tanto a las malvas como a sus semillas. No es mucho, iba yo pensando ladera arriba, pero algo es algo.
La escena que nos encontramos allí no pudo ser más desoladora. Una birria de vallado y su peor diseño han convertido el recinto, en lugar de en espacio de exclusión ganadera, en exactamente lo contrario, en un corral de cabras.
Los animales entran a su antojo. El pisoteo del terreno es ahora mucho peor y más grave que antes de la actuación. Uno de los ejemplares, el más grande, muestra preocupantes síntomas de estar secándose. Su rama principal está ya en las últimas.
¡Será cabrito!
Y ahí estaba él, atrapado, lastimero. Jovencito, no más de seis meses de edad. Entró en el vallado y no sabía salir. Estaba a punto de morir de hambre y sed, famélico.
¿Qué hacer con él? ¿Dejarle morir en el cercado? ¿Capturarlo y dárselo a quién? ¿Cómo trasladarlo y a dónde?
Estaba claro lo que debíamos hacer, mal que nos pesara. Rápidamente lo rescatamos, le dimos agua y lo soltamos.
Salió dando traspiés por esas risqueras descarnadas. Seguirá destrozando la vegetación autóctona, pero si no lo hace él lo harán las más de 20.000 cabras que se mueven asalvajadas por las montañas de Fuerteventura, ajenas (ellas y sus dueños) a que destruyen espacios protegidos y a que esos últimos hierbajos masticados son los últimos que quedan de los antiguos bosques relictos de la isla, arrasados durante dos milenios por el fuego, el hacha y el diente.
Hecha la ley, hecho el esperpento
En el caso de la lavatera majorera, lo único que hasta el momento se ha hecho para evitar su extinción es incluirla entre las 16 especies de un proyecto de conservación denominado “Actuaciones en especies con planes de recuperación aprobados o redactados del Catálogo de Especies Amenazadas de Canarias (E, S y V) o prioritarias para Europa y Red Natura 2000”. Un convenio de colaboración entre el MAGRAMA y la Comunidad Autónoma de Canarias, cofinanciado por los fondos FEDER, permitió iniciar su ejecución a mediados del 2011 y concluirlo en 2015.
Dinero europeo perdido. En el caso que nos ocupa consistió en hacer ese cercado inútil y hasta contraproducente por su mal diseño. Pero que podría haberse mejorado si los técnicos de la Consejería de Medio Ambiente de Canarias o del Cabildo de Fuerteventura hubieran hecho alguna visita de control para evaluar la acción. Pero no. Se puso la malla metálica, se llevó allá arriba un gran madero donde se publicita tamaña enormidad (desconozco a quién, como no sea a las cabras), y allí quedó todo para divertimento caprino. Nadie ha vuelto a ver cómo va la cosa.
Dicen que las hermosas flores de la malva de risco llenan de color blanco y morado los cantiles y barrancos donde viven, ofreciendo un hermoso contraste durante los más de tres meses primaverales de su larga temporada de floración. Como ves en la imagen de Instagram que pongo aquí arriba, hecha desde el último refugio de estas plantas en Fuerteventura, falta le hace un poco de color a ese paisaje.
Descendiendo de los riscos, concluida la excursión, caía la tarde. No quisimos irnos sin visitar antes uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la isla. Nos lo encontramos tan deteriorado y degradado como de costumbre, triste costumbre la de esta tierra hacia sus riquezas.
Cayó la noche. Sentado en la base de la que fuera residencia real aborigen y luego casa fortificada de los conquistadores normandos recordé una vieja historia que leí hace mucho tiempo. Cuando morían los neardentales gustaban de cubrir los cuerpos de sus cadáveres con flores, igual que nosotros hacemos ahora con nuestros difuntos. Quise imaginar que los primeros mahos también lo hacían, y que esas flores elegidas serían las bellísimas de la malva de risco, recogidas en esa montaña perfectamente visible desde el asentamiento. Y que ahora comparten el mismo olvido, arqueología y botánica, cultura y biodiversidad, puro abandono.
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¿Y no pudieron haber hecho un cubículo techado con la misma cerca? Así supongo que las cabras no entrarían.
03 junio 2018 | 20:07
Se meten por todos lados. Tienes una gran agilidad!
06 junio 2018 | 09:25
Quizá un modo de contener la voracidad de las cabras, sobre todo cuando esta pone en peligro la supervivencia de especies únicas, sería levantar cercados eléctricos alrededor de las zonas más sensibles. Además, los impulsos eléctricos que disuaden a la cabra se pueden generar por medio de energía solar. En Fuerteventura la luz solar es un recurso abundante. Supongo que los técnicos del Gobierno de Canarias podrían idear un sistema eficaz y barato, contando con el asesoramiento de botánicos y ecologistas. Un artículo muy interesante.
06 junio 2018 | 21:50