
Dolmen de Menga, con Peña los Enamorados al fondo. © Javier Pérez González / Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera.
En pocos sitios como Antequera (Málaga) se puede hoy sentir la misma fascinación por la naturaleza que sintieron nuestros antepasados hace 7.000 años. Puedes llamarlo magia, religión, espiritualidad o sensibilidad paisajística, pero cuando desde el oscuro interior del dolmen de Menga ves a lo lejos recortada esa mole rocosa con forma de rostro femenino que es la Peña de los Enamorados se te pone la carne de gallina. Exactamente igual que a los primeros agricultores y ganaderos de esta llanura, por entonces encharcada y preñada de vida, empeñados en dominar el hábitat con revolucionarias técnicas neolíticas llegadas de Oriente, provechosos cultivos y ganados, herramientas en piedras pulidas, cerámicas, fuego, armas para atacar y defenderse, matar o morir.
Con todo los méritos, los dólmenes de Antequera son Patrimonio de la Humanidad desde 2016. Tienen un valor universal excepcional que, como reconoce UNESCO, «trasciende las fronteras nacionales y es de interés para las generaciones presentes y venideras de toda la humanidad». Si todavía no los conoces ya estás tardando.
La primera cultura europea se gestó hace unos 7.000 años. Mientras en Egipto se levantaban pirámides, en España, Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Italia y Portugal se erigían dólmenes y menhires. De estos últimos, piedras hincadas aisladas estilo Obelix, pero también alineaciones (en Carnac) o círculos (en Stonehenge). También crómlech, círculos de piedras que rodeaban el túmulo de un dolmen.
El antequerano de Menga es el conjunto megalítico más grande de Europa. Decenas de piedras inmensas de hasta de hasta 180 toneladas de peso cerrando un alto y largo pasillo cubierto por otras tantas losas que acaba en una cámara sepulcral, pues en realidad es un inmenso panteón funerario. Todo el dolmen se cubrió de tierra hasta crear una redonda montaña artificial de 50 metros de diámetro, nuestro primer intento de imitar a la naturaleza.
Fue un trabajo ímprobo en el que necesariamente colaboraron cientos de personas durante varios años, perfectamente sincronizadas y con una tecnología muy avanzada capaz de cortar con cuñas de madera y agua hirviendo (no conocían el metal) inmensas piedras en la cantera y transportarlas sobre raíles de troncos los más de 500 metros que les separan del lugar elegido para levantar el túmulo. Para luego levantarlas mediante un sistema de palancas y poleas e hincarlas en zanjas profundas abiertas con cuernos y estacas.
Orientación mágica
En contra de lo habitual en este tipo de construcciones megalíticas, orientar la entrada hacia la salida del sol en el solsticio de invierno, Menga es el único que la orienta al norte de la salida del sol en el solsticio de verano.
La razón está clara. Mira directamente a la Peña de los Enamorados, esa pétrea cara de mujer tumbada, potente nariz indígena y cabellera caída hacia atrás, aunque algunos lo ven hombre y conocen como «el indio antequerano». Una vieja leyenda explica su nombre actual por dos jóvenes, cristiano él, musulmana ella, que ante la imposibilidad de vivir juntos su amor se despeñaron desde allá arriba agarrados de la mano. Impresionante.
Al lado de Menga está el dolmen de Viera, más pequeño, y a unos dos kilómetros de distancia el tholos de El Romeral, ya de época calcolítica y que presenta una espectacular cúpula.
Los dólmenes de Antequera son un excepcional ejemplo de temprana monumentalización paisajística. Aquí los hitos naturales se perciben como monumentos (Peña de los Enamorados) y las construcciones megalíticas se presentan bajo la apariencia de paisajes naturales, de montañas artificiales.
Y ahora los peros
Los dólmenes de Antequera son un fascinante yacimiento arqueológico, es verdad, pero apena ver la debilidad de su gestión ante una avalancha turística mal controlada. En 2017, el conjunto arqueológico batió récord de visitas y fue visitado por más de 200.000 personas.
Es de esperar que con la reforma del nuevo centro de visitantes, desgraciadamente construido donde más molesta a la unión visual del dolmen con la Peña de los Enamorados, mejore la escasa información actual que recibe el visitante si no concierta una visita guiada, restringida a un vídeo documental.
Tampoco existe una página web oficial detallada. Tampoco paneles que nos hablen de esa cultura, de cómo y dónde vivían, dónde estaban las canteras y sus poblados, otros yacimientos semejantes en Andalucía, España y Europa, cuánto pesan las piedras, cuánta gente hizo falta para moverlas.
Pero lo más triste, como siempre, es la falta de personal. He visitado el yacimiento esta Semana Santa y los trabajadores tan solo daban a basto para repartir entradas y vender recuerdos. A falta de vigilancia, muchos visitantes se encaramaron a los techos de los dólmenes para hacerse fotos, porque son idiotas, es verdad, pero porque nadie ni nada les informó de no hacerlo. Con su actitud ponen en peligro el monumento.
Y en el interior, esos 200.000 visitantes anuales se empeñan en tocar una y mil veces las paredes de piedra, acariciarlas, rascarlas y lo que quieran hacer en ellas.
Es verdad, hay muy poca cultura y escaso respeto en este país, pero si es Patrimonio de la Humanidad, lo lógico sería preservarlo para las generaciones futuras y no solo para los tocones del presente.
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mucho ha cambiado eso, antes sí había visitas guiadas y estaba controlado el acceso
09 abril 2018 | 04:39