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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Descubre dónde crece el árbol más solitario del Planeta

En el confín del mundo, en el punto más septentrional de Canarias, en medio del Atlántico y frente al desierto del Sahara, crece un árbol único, el más solitario y agreste de todos, el de la isla de Alegranza. Hoy voy a visitarlo de nuevo. Impresiona.

Es un tarajal o taray (Tamarix canariensis), una dura especie capaz de subsistir en suelos casi salados y sudar todas las mañanas el exceso de sal extraída por las raíces gracias a unas pequeñas glándulas secretoras que tiene entre las aciculadas hojas. Este recurso igualmente le ayuda a evitar la alta deshidratación provocada por las elevadas temperaturas.

Retorcido árbol no muy alto, es el único ejemplar arbóreo que existe en todo este árido islote desértico. Su resistencia a la alta salinidad y fuertes vientos del entorno, pero también proximidad a un aljibe, la única fuente permanente de agua dulce de toda la ínsula, explican el milagro de su presencia en este paisaje lunar.

 

Seguramente se plantó en 1950 para crear una pantalla de protección contra el alisio, así como para aportar sombra a la gente y al ganado que allí acudía a saciar su sed, pues nunca ha sido podado. Tiene una forma muy parecida a la de la famosa sabina milenaria de El Hierro y por idéntica razón, la influencia de los vientos alisios constantes en su crecimiento desigual y tumbado hacia sotavento.

La presencia del solitario árbol en un terreno volcánico extremadamente duro y árido le aporta una singular belleza, así como un gran interés, tanto paisajístico como etnográfico.

No es fácil llegar a este islote deshabitado con algo más de 10 kilómetros cuadrados de extensión. Forma parte del Parque Natural del Archipiélago Chinijo y de la Reserva Integral de Los Islotes. Su acceso está rigurosamente restringido por Ley, por aislamiento, y sorprendentemente, porque salvo el faro y sus alrededores, todo el islote pertenece a una familia, la Jordán-Martinón.

Llegando a Alegranza.

Pura alegría

Según Leonardo Torriani, un ingeniero italiano del siglo XVI, Alegranza fue bautizada así por el conquistador de Canarias Juan de Bethencourt, debido a la alegría que tuvo al descubrirla pues fue la primera tierra canaria que se encontró en su viaje de ocupación. Una teoría poco creíble dado lo inhóspito y aislado del lugar. De hecho, se considera como más probable que el topónimo responda al nombre Allegranza de una de las galeras italianas utilizadas por los hermanos Vivaldi en su viaje de 1291 desde el puerto de Génova hacia las islas Afortunadas.

Da lo mismo. Cuando después de varias horas de navegación empiezas a ver bien perfilada la silueta del islote, un negro volcán a la deriva en medio del azul Atlántico, sientes una inmensa alegría.

Faro de Alegranza, también conocido como de Punta Delgada.

El faro de los ratones

Atracamos en el puertito del faro, bellísimo como todos los faros españoles. Su luz guía la navegación de cabotaje entre las islas Canarias y África. Fue inaugurado el 30 de abril de 1865 y declarado Bien de Interés Cultural en 2002. En estos 150 años de servicio las instalaciones han acogido a muchas generaciones de torreros –como así se llamaba a los fareros– y sus familias, quienes vivían largas temporadas en un aislamiento casi absoluto tan sólo roto por la irregular llegada del barco de los suministros, por nombre El Bartolo, o de algún barquillo de pescadores de la cercana isla de La Graciosa. Como vecinos sólo tenían a un medianero que, en esos mismos años, criaba cabras y cultivaba cebada que según aseguran algunos luego se usaba para hacer cerveza en la ciudad de Las Palmas.

Automatizado, solitario y deshabitado, el faro sólo sirve en la actualidad de alojamiento eventual a vigilantes de Medio Ambiente, o a los científicos que periódicamente acuden aquí a estudiar su rica geología, flora y fauna, especialmente sus espléndidas colonias de aves marinas. Ahora mismo está sufriendo una profunda remodelación que más parece prepararlo para su transformación en hotelito de lujo o refugio de gente de alto copete, aunque oficialmente será un aula de estudio de la naturaleza. Cuando yo he dormido hace unos años en él no se estaba mal si eras capaz de pegar ojo entre los cientos de ratones que pululan entre las habitaciones.

Inmenso lapero junto al faro de Alegranza.

Pardelas y lapas

Agustín Pallarés Padilla llegó como farero de Alegranza en 1937, siendo un niño de nueve años. Allí tuvo, asegura en el blog que a sus 85 años tiene abierto, una infancia feliz. Tanto que se hizo torrero y pidió destino en el mismo faro de su niñez. Echaba de menos esa soledad y a las pardelas. Y a propósito de estas últimas, Pallarés explicó una vez al periodista Yuri Millares que “en los años que estuve yo allí la caza de la pardela estaba regulada y pertenecían al dueño de la isla, Manuel Jordán, salvo el territorio del faro, que está expropiado”. Y añade: “Ésas las cogíamos nosotros, comíamos las que queríamos. Tiene una condición muy curiosa: al que le gusta, le gusta con locura; para el que no le gusta, es lo más repugnante que hay”.

Detalle del lapero.

Además de pardelas, en Alegranza se comían lapas, muchas lapas. En Canarias existe una gran tradición marisquera, centrado especialmente en el consumo de estos moluscos. Esta actividad se remonta a los aborígenes, como lo evidencia la presencia en los concheros repartidos por todas las islas. En el islote, los fareros y medianeros explotaron con contundencia este recurso, cuyas conchas acumularon por decenas de miles en lugares concretos, los denominados laperos. El que está junto al faro es absolutamente impresionante.

En un lugar tan aislado las comunicaciones eran prácticamente inexistentes. Si te ponías enfermo o sufrías un accidente te tenías que buscar la vida. Para pedir ayuda, el lugar habitado más cercano era  era la isla de La Graciosa (a 10 kilómetros de distancia) o el puerto de Órzola (a 17 kilómetros), ya en el norte de Lanzarote.

Por eso tenían un código. Encender hogueras. Una significaba enfermedad, dos era gravedad y tres muerte. Código arriesgado pues necesitaba leña que prender, un lugar elevado donde hacerla y, lo más importante, que alguien de la otra isla viera el fuego o el humo y montara todo el operativo de rescate, aunque tampoco podían hacerse demasiadas ilusiones. En La Graciosa tampoco había médico.

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