La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

La increíble historia del vampiro come lenguas

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Si te pregunto por un bicho llamado Cymothoa exigua te sonará a chino. Te confieso que a mí también me pilló de nuevo cuando hace unos días un profesor universitario me habló de él, un extrañísimo pero inofensivo para nosotros parásito marino.

Mi amigo el investigador está completando las colecciones de crustáceos del departamento y me pedía que abriera bien los ojos en la pescadería por si me encontraba alguno. Así me enteré de la existencia de tan raro cangrejo de comportamiento extraordinario. Un bicho capaz de entrar por las agallas del pez y adherirse a su lengua para poder beberle plácidamente la sangre cual vampiro acuático. Allí va creciendo, a golpe de chupetón, hasta que el órgano se atrofia y desaparece. En ese momento el crustáceo ocupa el lugar de la perdida lengua, de tal forma que el pez lo utiliza como si fuera la suya, pues no sufre mayor daño.cymothoa_exigua01

Repulsivo ¿verdad? Yo diría mejor maravilloso, sorprendente. Sobre todo si indagas un poco más en su biología. Son hermafroditas. Si hay dos machos uno se transforma en hembra antes de aferrarse a esa lengua que le garantizará alimento seguro. Sus crías son habitualmente machos, que saldrán por la boca del pez en busca de otras víctimas en las que hospedarse.

Es un animal algo raro, a pesar de estar presente en casi todos los mares, incluidos los nuestros. Aparece en peces de altura (nunca de costa ni de piscifactoría), y no solemos verlos pues dado su gran tamaño suelen ser detectados y eliminados en la lonja para no asustar al consumidor. Pero a veces se les pasa alguno y ahí aparece sonriente, poniendo cara de lengua en el interior de la boca del pescado como si fuera lo más normal del mundo, cuando en realidad se parece más al hermano pequeño de Alien, el octavo pasajero.

En este vídeo (en inglés) cuentan de manera muy gráfica la extraordinaria vida del raro parásito marino.

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13 comentarios

  1. Dice ser wil

    joe!!! que curioso.

    10 octubre 2013 | 22:42

  2. Dice ser Aton

    Dices que no aparecen en peces de playa, pues qui en valencia existe una especie de pez llamado Mabra, un pez con rayas marrones en el lomo, que posee, si no ese parásito, por que, no se distingue bien en la foto, uno muy parecido, el cual los pescadores de la zona llamamos »piojo». Este pescado se puede pescar desde todas las payas de valencia.

    10 octubre 2013 | 23:57

  3. Dice ser Sicoloco del casting de Foolyou

    Maldito piojo loco del PP valenciano.

    11 octubre 2013 | 00:41

  4. Dice ser acme

    Pues aquí en Tarragona le llamamos directamente garrapata, y es bastante común que lo tengan en la boca las mabras o herreras en otras zonas. Como bien ha dicho Aton, lo pescamos desde la orilla, incluso hay gente que esta «garrapata» lo suele usar de cebo.

    11 octubre 2013 | 01:23

  5. Dice ser Uno del panfleto

    Seguro que es socialista visto que lo que busca es vivir parasitando a los demas sin dar golpe y chupando la sangre de otro animal.

    11 octubre 2013 | 08:32

  6. Dice ser Scorpio

    Pues seguro que si cocinamos este crustáceo está delicioso.

    11 octubre 2013 | 08:56

  7. Dice ser sara

    Hay una pelicula que se llama The Bay, buenísima, que salió el año pasado o a principio de éste, sobre este asunto…. de los productores de paranormal activity, os la recomiendo!!! Hacen como si fuera un documental y te lo crees… ataca a personas y todo
    https://www.youtube.com/watch?v=brPVxzhYyc8

    11 octubre 2013 | 09:37

  8. Dice ser anonimo

    Interesante, pero deberías de poner la fuente de donde has sacado la información porque es corta y pega de la wikipedia…

    11 octubre 2013 | 09:50

  9. Dice ser Pedro

    En aguas de Canarias también es muy común verlo en los peces de orilla como las «viejas» o también llamado «pez loro» y también en las «bogas» , de hecho si no lo llevan en la lengua, lo llevan pegado boca abajo al paladar o en la garganta y también en el lomo como si fuera una rémora, yo creo que más que lengua lo que hace es directamente subcionar la sangre le da igual donde, supongo que intentará meterse en el interior de la boca porque es donde el pez no podrá quitárselo (aunque si lo intentas despegar con tu mano, está fuertemente anclado ya que cuesta quitarlo y cuando tiras con fuerza normalmente arrancas un trozo de carne del pez), un saludo.

    11 octubre 2013 | 11:00

  10. Dice ser Ivan

    Joder! que puto asco, por favor! se parecen a algunas sociedades de nuestro tiempo.
    1saludo.

    11 octubre 2013 | 11:00

  11. Dice ser patricia

    q asco:S

    11 octubre 2013 | 18:43

  12. Dice ser pepetricio

    socorro: veganos!!!!!

    11 octubre 2013 | 22:58

  13. Dice ser Sin palabras

    Hacía ya muchos años que en ese país habían desaparecido las palabras. Estaban secuestradas, presas en algún lugar oculto, controlado férreamente por los más poderosos. Nadie podía tener palabras, y mucho menos utilizarlas. Estaba prohibido hablar, o escribir. Solo un pequeño grupo de poderosos a los que denominaban “Los sabios” estaba autorizado a usarlas para nombrar las cosas según su conveniencia. Para los demás, poseer palabras y usarlas se había convertido en un delito castigado con la pena máxima.

    Las personas se comunicaban con gestos y ya nadie leía. Los únicos libros y revistas que se publicaban tenían espectaculares ilustraciones que abusaban de los colorines, pero estaban desprovistos del más mínimo atisbo de lenguaje escrito. Por la radio solo se emitía un hilo musical permanente, cuajado de monotonía, que convertía cualquier estancia en una vulgar sala de espera. La televisión vomitaba imágenes superpuestas, que salían de la pantalla como si se tratara de una gran cascada repleta de irrealidad.

    Al no utilizar el lenguaje, la memoria colectiva se estaba perdiendo y la mayoría de las personas se comportaba con una mansedumbre propia de las ovejas de corral. Las calles eran lugares ordenados, en donde las gentes se desplazaban en un silencio solo interrumpido por las bocinas de los coches o los gemidos turbios de los tubos de escape de las motocicletas.

    Ya nadie recordaba lo que había pasado.

    Nadie, excepto una mujer casi centenaria que había decidido desobedecer desde el principio y que se dedicó a recopilar y a conservar palabras. Para que no la descubrieran guardó todas las palabras que tenía almacenadas en su cerebro en una especie de armario gigante que construyó camuflado bajo la pared del salón de su casa. El armario estaba lleno de cajones ordenados alfabeticamente y en cada uno de ellos había depositado las palabras que se iniciaban por la letra que daba nombre al cajón. Así, en el cajón dedicado a la letra “A” estaban guardadas “alforja”, “alambre”, “almíbar”, “arbusto”, “araña”, “ameno”, “amor”, “amistad”, “alucinante”, “alevoso”, “aire”…, y miles de palabras más, todas las que ella había podido recordar. Lo mismo sucedía con el cajón dedicado a la “S” o con el de la “M” o con el de la “T”. Había consagrado su vida entera a escribir todas las palabras en pequeños trocitos de papel y a la tarea inmensamente peligrosa de conservarlas.

    Ella tenía predilección por el cajón destinado a la letra “P”, porque dentro de él se encontraba la palabra “pesadilla”, una palabra que parecía inocua, pero que llegó a convertirse en un término revolucionario. Esta fue la primera palabra proscrita por las autoridades. La palabra “pesadilla” fue prohibida el día dos de octubre del año 2015, justo cuando ella cumplía treinta años, por eso lo recordaba tan bien.

    La palabra “pesadilla” se decía mucho por aquellos entonces, la gente no paraba de repetirla para describir la situación que se vivía y las autoridades terminaron por prohibir el uso de esa palabra, como si así todo mejorara de forma automática y se dejara de vivir en una “pesadilla” por arte de magia.

    La mujer casi centenaria que decidió desobedecer desde el principio recuerda ahora que comenzaron las señales de alarma muy pronto, pero que casi nadie se daba cuenta de ello. Los maniquíes de los escaparates empezaron a fabricarse sin boca, sobre todo los que representaban la figura de las mujeres. Se convirtió en una moda, todos los maniquíes femeninos se creaban sin boca. Aquello era una premonición, pero nadie lo veía. Luego vinieron todos los demás, los que representaban a los hombres o a los niños y a las niñas.

    Otra de las señales fue que se popularizó abusar de los eufemismos y dejaron de llamarse a las cosas por su nombre. Por ejemplo, nadie denominaba “culo” al “culo”, las gentes se dejaron arrastrar por la moda estúpida de llamarle “pompi”. Y no digamos ya cosas importantes como “hambre”, no se decía, se sustituía por “necesidad”. Como si el hambre dejara de existir por cambiarle el nombre.

    El hecho fue que la situación se hizo insostenible para las autoridades y como vieron que no era suficiente con cambiar el nombre de las cosas, decidieron que lo mejor para conservar su poder era prohibir las palabras, terminar con ellas. Y así se inició toda una campaña de reeducación brutal, donde se emplearon todos los métodos. Simplemente el lenguaje pasó a mejor vida. Todas las palabras fueron recluidas, secuestradas, prohibidas.

    Cuando la mujer casi centenaria recordaba la secuncia de los acontecimientos le entraban unas ganas tremendas de gritar palabras a voz en cuello a los cuatro vientos y de abrir todos los cajones del armario de su salón para que volaran libres y salieran por los ventanales como las mariposas que anuncian la primavera, buscando el aire fresco para inundar las calles.

    El momento de la liberación de las palabras estaba cerca. Había soñado con ese momento muchas veces y tenía que hacer realidad sus propios sueños. No podía irse a la tumba con ese anhelo cosido a su hígado.

    Dentro de cuatro días, el dos de octubre de 2085, iba a cumplir cien años y había llegado la hora de comenzar a luchar. Se haría un regalo. Su pequeña revolución consistiría en abrir los cajones del armario de las palabras y los ventanales del salón para colocarse en el centro de la galería con un megáfono, dispuesta para gritar una por una todas las palabras según el orden en que habían sido prohibidas: “pesadilla”, “hambre”, “educación”, “consuelo”, “solidaridad”, “física”, “boca”, “amor”, “revolución”, “igualdad”, “cuerpo”, “matemáticas”, “consuelo”, “sangría”, “chorizo”, “resistencia”, “carne”, “libertad”…así, miles y miles de ellas, hasta la última que nombraría, que sería la palabra “pensar”.

    El momento de la liberación de las palabras estaba cerca.

    nuevatribuna.es | Relatos | Carmen Barrios | 28 Septiembre 2013

    12 octubre 2013 | 11:25

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