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La revolución sin prisa: cuatro claves para el futuro del 15-M

*Hay tantas percepciones del 15-M como personas se acercan a conocerlo. El texto que vas a leer es solo una manera de verlo: la mía.

¿Cuánto ganas? ¿Cuántos metros cuadrados mide tu casa? ¿Cuántos caballos tiene tu coche? ¿Cuánta gente acudió a la manifestación el sábado? ¿Y el domingo? ¿Cuántos había en la plaza ayer? Vivimos en una sociedad en la que la cuantificación se convierte en la única referencia posible para valorar éxitos o fracasos.

Este era el fin de semana del examen, de la cuantificación definitiva. La fecha en la que todos esperaban saber si el 15-M seguía vivo, si mantenía su poder de convocatoria, si las plazas volverían a llenarse. El momento de la valoración, en términos numéricos y, por supuesto, inmediatos.

Pero el examen del 15-M debería ir más allá de las plazas y de fechas puntuales, porque el 15-M es  -o parece ser-  una revisión del orden establecido a partir de miles, millones de revoluciones pequeñas (tantas como personas quieran participar de ellas, tan pequeñas como inmensa es cada toma individual de conciencia), una mutación lenta pero segura de los hábitos del ciudadano, como individuo y como parte de una sociedad civil y participativa en la que este tiene -debe tener- capacidad de decisión y de cambio. Y esa transformación no sabe de exámenes ni de cifras, no conoce las prisas, no mira el reloj.

Dicho esto, ¿cómo casa esa lenta metamorfosis con el disparo frenético e indiscriminado por parte de los dirigentes políticos de medidas encaminadas al blindaje del sistema financiero a costa de acabar con la protección social del individuo que se le suponía al Estado? Ese es el problema: que no casa. Y no casa porque no hay tiempo para engranar esas pequeñas revoluciones con la demolición de la sociedad tal y como la conocíamos.

Frustración. Esa es la palabra resultante cuando lo que está en juego, como ahora, son las expectativas. Ni todos los indignados comulgan con el 15-M ni el 15-M representa a todos los indignados, pero en la primavera de 2011 muchos depositaron sus esperanzas en este movimiento. Confiaron en que esa gente que había logrado una movilización masiva real a través de las redes sociales fuera capaz de canalizar sus aspiraciones, quejas, malestar; su indignación, en definitiva. Por eso, este #12M15M era su momento para calibrar: fuerzas, repercusión, conclusiones, consecuencias, medidas, concreciones. De nuevo, cuantificación. Y, por tanto, frustración, porque es posible que al final la nota del examen no esté a la altura de esas expectativas; porque esta es una carrera contrarreloj para algunos, pero no para todos los que corren en ella. El tiempo, una vez más, como elemento confrontador entre realidad y deseo, y también como objeto de reivindicación.

¿Sobrevivirá el 15-M a este «mayo global»? ¿Tiene futuro? Posiblemente, estos cuatro puntos sean determinantes:

  • No cerrar el ciclo. Si algo ha logrado el 15-M es abrir un nuevo ciclo: cambiar el paso de la sociedad española y llevarla de la resignación a la convicción de que las cosas pueden y deben cambiarse; despertar conciencias, al fin y al cabo. Mientras esa convicción se mantenga, el 15-M seguirá alimentando, aunque sea de manera indirecta, la necesidad de protesta y de reivindicación. Pero el gran reto es pasar de la convicción a la acción: cambiar las cosas. Se han dado pasos (relativos a la dación en pago, la transparencia, a la reivindicación del espacio público, etc.) y se han logrado incorporar puntos importantes al debate político. Los avances en este terreno son claves para la imagen y la pervivencia en el tiempo del movimiento.
  • Aceptación y respaldo social. Aunque el 15-M ha seguido vivo a lo largo de este año, con acciones en barrios y plazas, muchos rompieron con él tras los últimos días de las acampadas de 2011. De ser considerada inicialmente una corriente de y para todos, pasó a adquirir cierto matiz marginal. Puntos calientes:
      • Los últimos días de acampadas de 2011 tuvieron un efecto negativo en la imagen del 15-M por su identificación -interesada y promovida en muchos casos por ciertos medios de comunicación e instituciones públicas-con los llamados grupos antisistema, izquierda radical e incluso indigencia. Los intentos de vincular el movimiento con estos grupúsculos y de criminalizarlo han sido constantes en los últimos doce meses.
      • De la utopía a la frustración. Si con las conclusiones de las asambleas acabara por construirse un nuevo Estado, estaría a años luz del que hoy conocemos. Esto genera cierta sensación de irrealidad, de juego de niños, de estar levantando castillos en el aire. Algunos de los indignados, no necesariamente partícipes del movimiento 15-M solo quieren recuperar el estado del bienestar que han conocido, no construir un nuevo sistema que rija el orden mundial.
  • Acción frente a información. El movimiento se vertebra a través de asambleas, pero estas requieren de una cierta constancia por parte de los asistentes, además de grandes cantidades de tiempo libre dada la duración de algunas de ellas. El #12M15M ha mostrado en los últimos días pocos avances respecto a los planteamientos asamblearios del pasado año. Las asambleas son más maduras (más centradas, más cortas, más al grano), pero el abanico de temas sigue siendo tan amplio como disperso (economía, política internacional, política a corto plazo, vivienda, feminismo, formación profesional, migración, economía, amor y espiritualidad…). Y, aunque para muchos de los activistas del movimiento la sociedad vive en una desinformación constante precisamente por la sobreabundancia informativa, algunos de los que rondaban las plazas estos días esperaban más «acción» (manifestaciones, sentadas de protesta…) y menos información.
  • Canalizar la indignación. A medida que aumentan la conciencia social y la indignación, los recortes, las políticas neoliberales y sus consecuencias van abriéndose paso a golpe de decreto ley. ¿Cómo canalizar esa indignación en los momentos clave? ¿Debe ser constante la movilización? ¿Es necesaria esa movilización? ¿Cuál es la mejor manera de introducir en el debate político y parlamentario ciertos mensajes y reivindicaciones? ¿Cómo se ejerce esa «democracia real» (ciudadana y participativa) más allá de las asambleas? Mientras los Gobiernos ponen el foco del sistema en la salvaguarda del sistema financiero y las elites políticas, ¿quién reorienta ese foco hacia la justicia social y la sociedad civil? ¿Quién y a quiénes se deben pedir responsabilidades? ¿Quién da respuesta a estas preguntas? Y, tal vez lo más importante,  ¿debe ser el 15-M? Porque es posible que el futuro del movimiento no pase por ofrecer respuestas, sino más bien por su capacidad para seguir planteando preguntas. El tiempo lo dirá. 

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