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Lenguaje no verbal de Putin: su cuerpo muestra la conducta de ataque de la forma más primitiva

La comunicación no verbal se explica de forma biológica y de forma cultural. Ambas variables influyen y son importantes a la hora de realizar cualquier análisis de comportamiento.

Vladimir Putin siempre ha destacado por su mueca impasible, por lo parco en gestos con manos y brazos, por ser tacaño en sonrisas y por su mirada firme y sostenida.

Pero esta descripción corresponde realmente con la sociedad rusa, una cultura de baja expresividad corporal de cara al exterior, por supuesto que sienten como todos, pero contienen más sus emociones a los demás.

Por ejemplo, solo ríen cuando realmente están felices, la sonrisa para ellos no es un indicador social de afabilidad, educación o aprobación.

Para la cultura rusa, sonreír sin razón a extraños en público, a menudo se juzga como un signo de enfermedad mental o inteligencia inferior.

Entonces, ¿Putin es una persona carente de emociones? ¿No sonríe? Sí que lo hace, pero cuando está cómodo de verdad, de hecho, lo vimos hace poco días en su encuentro con el Presidente de Argentina.

Evidentemente, en su declaración de guerra no esperaremos que muestre emociones positivas. Pero emociones aparecen y no tanto como una ‘filtración emocional’ sino como toda una declaración de intenciones.

¿Qué nos encontramos? Decenas de microexpresiones de asco, desprecio e ira. Las emociones compatibles y esperadas al hablar de guerra, las sensaciones que mueve el odio, el rencor, el poder ambicioso…

Porque aquí entra en juego la biología, además del desarrollo cultural, todos somos animales, mamíferos, simios, que se culturizaron y desarrollaron un lenguaje, pero con bastante posterioridad a la comunicación no verbal que nos conectaba con el medio y con la manada.

Tal y como apunta acertadamente mi admirado compañero Mario Russo: «Putin es todo un simio agresivo«. Su cuerpo no hace más que mostrarse continuamente en disposición a la conducta de ataque de la forma más primitiva.

Abre los brazos para ocupar más espacio, para parecer más grande, fuerte e imponente, baja la cabeza pero manteniendo la mirada directa, desafiante, abre sus fosas nasales, se inclina hacia adelante.

Los pocos gestos que realiza son autoritarios e inquisitivos, por ejemplo cuando dice: «Quien quiera detenernos…», aquí utiliza el dedo acusador, amenaza y amedrenta no verbalmente, dándole potencia a su advertencia verbal.

Algo que también maneja y realza en su oratoria a través de los silencios, que no pausas, ejecuta largos silencios tras las frases que para él son importantes y contienen un significado de alto impacto.

Hasta el psicópata más puro es capaz de sentir emociones y hasta de experimentar empatía, aunque las gestiona y expresa de forma diferente al resto.

 

 

 

Coronavirus y psicología: la preferencia por la pequeña comunidad

«Vivimos en sociedades muy individualistas que nos llevan a sentir una rotunda división entre el ‘yo’ y el ‘tú’. Tanto es así que hemos olvidado el ‘nosotros’, a pesar de que ese ‘nosotros’ resulta imprescindible para asegurar nuestra supervivencia y constituye nuestra mayor fuente de bienestar». Thomas d’Ansembourg

 

Las relaciones sociales; una de las consecuencias psicológicas más insoportables durante esta pandemia. Después de un año, qué difícil se nos hace seguir sin vernos, sin abrazarnos, sin salir y conocer gente nueva, sin mezclarnos en multitud. Todo aquello que hacíamos sin pensar ni valorar y que ahora nos parece impensable y echamos tanto de menos.

No es una cuestión de gustos o preferencias, los seres humanos somos animales sociales ‘por naturaleza’, de forma genética e irremediable. Sin embargo, aunque esto tiene un carácter estable, el tipo de sociedad de la que queramos formar parte, sí que puede variar dependiendo de nuestras circunstancias.

De hecho, los estudios nos demuestran que los cambios que se dan en el contexto son capaces de hacernos virar rápidamente en este sentido, pasando de participar en amplios sectores de la sociedad a querer participar casi en exclusiva en micro-sociedades, como por ejemplo la familia y un grupo muy reducido de amistades.

Normalmente, cuando surge el miedo a las pandemias, las personas tienden a querer evitar relaciones sociales poco significativas, funcionando a través de una especie de distanciamiento social instintivo, es decir, nos centramos en la interacción con aquellas personas más relevantes y con las que solemos convivir más (minimizando el riesgo de contagio).

La amenaza de enfermedad nos hace desconfiar más de los extraños. Según algunos experimentos sociales: formamos peores primeras impresiones de otras personas si nos sentimos vulnerables a una enfermedad, tenemos miedo al contagio o no nos sentimos totalmente seguros en contextos peligrosos para la salud.

Si en el contexto social, la emoción que más estamos sintiendo es el miedo, puede que conocer a alguien nuevo, y más, acortar distancias, tocarle, besarle, se convierta en una posible amenaza insuperable por parte de nuestro cerebro más reptiliano.

Malos tiempos si deseas encontrar el amor o renovar tu grupo de amistades…

Paciencia 🙂

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