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¿Cómo afrontaríamos un segundo confinamiento?

Hace pocos meses, todos pasamos por una insólita situación, afrontamos una emergencia sanitaria con un confinamiento sin precedentes. El impacto psicológico que dejó a muchos es grave, no solo por el aislamiento en sí, sino por la nueva realidad que nos tocó vivir a continuación.

Imagen del confinamiento durante el estado de alarma / EFE

Imagen del confinamiento durante el estado de alarma / EFE

Nos reencontramos por fin con nuestros amigos y familiares, sí, pero nuestro mundo había cambiado por completo y nos hace falta mucho tiempo para asimilar esta transformación en nuestro estilo de vida, sobre todo, en nuestro ámbito social. Y no disponemos de ese tiempo porque el virus sigue con nosotros.

Somos un país denominado ‘de alto contacto’ entre seres humanos y no concebimos las relaciones sin cierta intimidad física entre nosotros.

Es decir, el problema no son los bares, los funerales, las bodas o las comuniones en sí mismas, el problema es que no queremos cambiar el modo de relacionarnos que tradicionalmente teníamos en este tipo de eventos, nos ponemos la mascarilla en el metro con desconocidos, sería impensable incumplir esta norma en ese determinado contexto, pero en familia y con amigos la cosa cambia, nos relajamos.

No cabe en nuestro sistema relacional que en una boda no bailemos, abracemos, besemos a nuestros seres queridos, lo necesitamos, no logramos desprendernos de esa sed de piel. No podemos convivir con el virus y a su vez no nos queda de otra si realmente apreciamos a los que nos rodean.

¿Estamos preparados para un segundo confinamiento?

Definitivamente no, al menos para la gran mayoría. Lo asumiríamos mentalmente mucho peor ahora, por dos motivos principales:

El primero es que aún estamos superando las secuelas del anterior, según las estadísticas, se elevaron significativamente los trastornos del sueño, de la alimentación y, sobre todo, los cuadros de depresión, estrés y ansiedad. Estamos más débiles mentalmente y en peor situación económica.

Hay muchas personas que han pasado la enfermedad de una forma terrible, otras han perdido a sus familiares, otras continúan en situación de ERTE y en los peores casos han perdido el trabajo o cerrado sus empresas. Si a todo ello le sumamos un nuevo confinamiento, los índices de ansiedad podrían dispararse de forma exponencial.

El segundo motivo tiene que ver con un mayor sentimiento de injusticia y de descrédito total hacia gobiernos y organismos oficiales. Cuando la pandemia llegó, nadie esperaba su magnitud, hasta el momento no había precedentes, nos asaltó por sorpresa; bien, la población podía asimilar entonces estrategias drásticas e incluso discordantes por parte de sus dirigentes.

Transcurrido el tiempo, nuestros políticos e instituciones han tenido la oportunidad de tomar medidas para frenar en buena medida esto y no ha ocurrido, estamos igual o peor. ¿Cuáles son las consecuencias?

Movimientos negacionistas, reivindicaciones varias, y, en definitiva, un aumento esperable (aunque no justificable) de conductas de incumplimiento hacia las normas que se imponen ‘desde arriba’, porque ya no confiamos en ellos, estamos cansados y nos parece injusto que seamos de nuevo nosotros quienes hagan el esfuerzo.