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La pandemia nos ha cambiado: la nueva comunicación no verbal

Un virus desconocido, un confinamiento inimaginable, miedos, duelos, teletrabajo, mascarillas… Hemos vivido toda una revolución a nivel social y psicológico. Es indudable que el Covid 19 nos ha pasado factura: nuestro comportamiento ha cambiado, de forma universal, de manera voluntaria pero también nos hemos transformado sin querer, obligados por las circunstancias.

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El psicólogo y experto en conducta no verbal, Alan Crawley, nos analiza las principales modificaciones en nuestro sistema de relaciones, ¿se quedarán para siempre?

Saludos ‘nuevos’.

Cuando dos personas se encuentran generalmente se realiza una forma ritualizada de saludo, como estrechar la mano, dar un beso en la mejilla o un abrazo. Para sorpresa del mundo, la pandemia borró del mapa (temporalmente) el conocido acto de dar la mano. Casi inmediatamente fue reemplazado por otros. Se popularizaron algunos saludos como el choque de puños y el contacto codo con codo.

Este hecho nos demostró que puede dejar de usarse de forma repentina hasta el saludo más universal.

Dubitación en el contacto.

La manera de interactuar ya no es la misma desde el momento en que tocar a otros se convirtió en un peligro para la salud. Ya sea la caricia de cariño a un niño o una palmadita en la espalda para felicitar a un colega, las personas tienen, según Alicia Martos (2020), ‘sed de contacto’ físico.

Sin embargo, se instauró la idea de que la mano podría ser un vehículo para transmitir la enfermedad. Es por ello que ahora en cada encuentro las personas están siendo muy conscientes de si tocan o no a otros. Hasta se pide disculpas por el más mínimo contacto, cuando antes se hubiera ignorado.

Mayor distancia física al interactuar.

La medida de distanciamiento social impuso que se debe tomar aproximadamente 2 metros de distancia respecto de otros. Ahora, sin darse cuenta, las personas se sientan a unos centímetros más lejos de un amigo o colega en comparación con el momento previo a la pandemia. Lo mismo cuando se paran frente a frente.

Lo que comenzó como una medida de salud hoy se propagó como una norma cultural que ha empujado hacia atrás la cercanía física. Está por verse si se mantiene o se vuelve pronto a viejas costumbres.

Mayor confianza en los ojos.

¿Cómo saber lo que sienten los demás? Se ha hecho más difícil conocer las emociones de otros. Los tapabocas ocultan más de la mitad de la cara. Numerosos artículos científicos demostraron que se necesita ver el rostro completo para identificar con precisión las emociones ajenas (Carbon, 2020; Proverbio & Cerri, 2021) y las máscaras son un obstáculo.

Ahora los gestos fugaces de las cejas y los ojos reciben más atención que antes y puede que se los considere como más importantes debido a que es lo único visible de la cara.

Menor contacto visual.

Parece contradictorio, pero en observaciones en la vía pública me he encontrado con que las personas miran menos a los ojos de los desconocidos (especialmente si no están hablando con ellos). Posiblemente porque: 1) la mascarilla incrementa la sensación de anonimato y 2) hoy día los encuentros con otros son potencialmente más peligrosos para la salud.

En otras palabras, se está menos motivado y se corre más riesgo (al contagio) en cada interacción, por ello, la mirada puede esquivar los ojos de los demás.

La importante lección detrás de todos estos cambios es que los estudios científicos de Comunicación No Verbal durante la pandemia reflejan lo rápido que aprendemos nuevas maneras de comunicar mensajes para seguir conectados con las demás personas.

La comunicación humana es como la vida, siempre encuentra su camino.

 

*Referencias:

Carbon, C. C. (2020). Wearing face masks strongly confuses counterparts in reading emotions. Frontiers in Psychology11, 2526.

Martos, A. (2020). Se hizo el silencio: las 22 claves psicológicas para entender la pandemia. Se hizo el silencio, 1-241.

Proverbio, A. M., & Cerri, A. (2021). Surgical Masks Impair People’s Ability To Accurately Classify Emotional Expressions, Except For Anger.

https://abcnews.go.com/Health/year-wearing-masks-talking-zoom-changed-us/story?id=76400154

¿Existe realmente la falta total de empatía?

La empatía es una característica necesaria para establecer relaciones sociales, imprescindible diría yo. Pero su significado no se reduce a ‘ponerse en el lugar del otro’.

En general, se trata de comprender la perspectiva, necesidades, intenciones, sentimientos y experiencias de otra persona, incluso siendo opuestos a los nuestros, sin compartir las mismas circunstancias, y aun así responder mostrando apoyo regulando nuestras propias emociones.

Ahí es nada.

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No siempre conduce a la acción porque hay varios tipos de empatía: cognitiva, comprender intelectualmente los sentimientos del otro aunque no experimentemos ninguna sensación; afectiva o emocional, es la tendencia a sentir las emociones de los demás, incluso a nivel físico; y compasiva o preocupación empática, es la suma de las anteriores y es el tipo de empatía que más moviliza a la acción, por ejemplo, tomar la decisión de parar para ayudar a alguien que tiene problemas con su coche, o donar dinero tras una catástrofe.

Hay bastante controversia sobre si la compasión es totalmente altruista o no. Parece que las investigaciones revelan que, siendo puristas, a nivel fisiológico, no lo es, ya que cuando ayudamos a alguien, nuestro cuerpo produce más dopamina, una hormona que provoca «sentirse bien», activando el sistema de recompensa en el cerebro.

Pero, ¿es posible no tener NADA de empatía?

Las personas con poca empatía se caracterizan por ser excesivamente críticos con los demás, por no conectar con las circunstancias y responsabilizar siempre al otro de su desgracia pensando que a ellos no les tocará o que podrían resolver mucho mejor ese tipo de situaciones complicadas, se muestran crueles, despectivos o indiferentes con las emociones de los demás.

Hay consenso en asegurar que la empatía existe en un espectro y, en la mayoría de los casos nunca está del todo ausente, simplemente está disminuida, en general o en particular, es decir, nos puede costar siempre conectar con las emociones de los demás, o a veces nos resulta imposible hacerlo con alguien en concreto, porque no le tenemos apego, porque pensemos que él/ella ‘no merece’ ya nuestra comprensión, porque nos ha hecho daño previamente, etc.

Los niveles de empatía pueden depender de nuestra genética, tipo de personalidad, cultura, educación, experiencias… Pero la empatía es una habilidad, la capacidad siempre está ahí y se puede desarrollar o aumentar entrenándola.

¿En qué casos nos encontramos una falta de empatía más acentuada o casi completa?

En personas con lesiones cerebrales en la zona de la ínsula (alexitimia), casos de autismo severo, aunque en las últimas revisiones se ha demostrado que pueden tener dificultades con la empatía cognitiva, pero sí que son capaces de desarrollar empatía emocional, lo que ocurre es que no pueden expresarla.

Ocurre lo contrario con las personas que padecen trastorno límite de la personalidad, que pueden tener dificultades para desarrollar empatía emocional (sentir), pero sí que pueden comprender los sentimientos de los demás. También se relaciona una escasa empatía con un bajo nivel de inteligencia emocional y con periodos de mucho estrés prolongado.

Tradicionalmente se pensaba que las personas que puntuaban alto en psicopatía o maquiavelismo, o diagnosticadas de trastorno narcisista de la personalidad, tenían una ausencia total de empatía, los últimos estudios apuntan que esta afirmación no es correcta, que en realidad tienen un cierto grado de empatía; simplemente pueden carecer de la motivación para mostrarlo o actuar en consecuencia.

*Fuente: Psych Central – Is it possible to lack empathy?

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Coronavirus y psicología: la preferencia por la pequeña comunidad

«Vivimos en sociedades muy individualistas que nos llevan a sentir una rotunda división entre el ‘yo’ y el ‘tú’. Tanto es así que hemos olvidado el ‘nosotros’, a pesar de que ese ‘nosotros’ resulta imprescindible para asegurar nuestra supervivencia y constituye nuestra mayor fuente de bienestar». Thomas d’Ansembourg

 

Las relaciones sociales; una de las consecuencias psicológicas más insoportables durante esta pandemia. Después de un año, qué difícil se nos hace seguir sin vernos, sin abrazarnos, sin salir y conocer gente nueva, sin mezclarnos en multitud. Todo aquello que hacíamos sin pensar ni valorar y que ahora nos parece impensable y echamos tanto de menos.

No es una cuestión de gustos o preferencias, los seres humanos somos animales sociales ‘por naturaleza’, de forma genética e irremediable. Sin embargo, aunque esto tiene un carácter estable, el tipo de sociedad de la que queramos formar parte, sí que puede variar dependiendo de nuestras circunstancias.

De hecho, los estudios nos demuestran que los cambios que se dan en el contexto son capaces de hacernos virar rápidamente en este sentido, pasando de participar en amplios sectores de la sociedad a querer participar casi en exclusiva en micro-sociedades, como por ejemplo la familia y un grupo muy reducido de amistades.

Normalmente, cuando surge el miedo a las pandemias, las personas tienden a querer evitar relaciones sociales poco significativas, funcionando a través de una especie de distanciamiento social instintivo, es decir, nos centramos en la interacción con aquellas personas más relevantes y con las que solemos convivir más (minimizando el riesgo de contagio).

La amenaza de enfermedad nos hace desconfiar más de los extraños. Según algunos experimentos sociales: formamos peores primeras impresiones de otras personas si nos sentimos vulnerables a una enfermedad, tenemos miedo al contagio o no nos sentimos totalmente seguros en contextos peligrosos para la salud.

Si en el contexto social, la emoción que más estamos sintiendo es el miedo, puede que conocer a alguien nuevo, y más, acortar distancias, tocarle, besarle, se convierta en una posible amenaza insuperable por parte de nuestro cerebro más reptiliano.

Malos tiempos si deseas encontrar el amor o renovar tu grupo de amistades…

Paciencia 🙂

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Coronavirus: el miedo a confiar de nuevo en los demás

La pistantrofobia consiste en una desconfianza extrema y generalizada hacia otras personas. Este miedo irracional se asocia con experiencias pasadas o recientes en las que hemos aprendido, de forma directa o indirecta, que confiar en los demás es peligroso para nosotros.

Sí, tal y como podemos imaginar, la pandemia por coronavirus también ha contribuido a incentivar este tipo de fobias. Cuando nos vemos ‘obligados’ a evitar la intimidad, nos distanciamos de los demás física o emocionalmente, y de esta manera, también nos alejamos de nuestras propias necesidades o emociones, ‘enfriando’ todas las relaciones afectivas posibles, pensando incluso que es muy cansado socializar.

De esta manera entramos en un bucle de pesimismo defensivo y, con la negatividad por delante, no nos plantemos que nuestras relaciones sociales nos sirven de un apoyo fundamental, ahora más que nunca. Es cierto que con este panorama tenemos que relacionarnos de otra manera, todos tenemos la nostalgia de tiempos pasados más sencillos y, a veces, se hace muy cuesta arriba no abandonar nuestro mundo social y meternos en nuestra burbuja, pero en ningún caso es una buena opción.

En general, algunos de los siguientes indicios pueden hacernos sospechar que tendemos hacia la pistantrofobia:

  • Miedo a que se produzcan relaciones estrechas o intensas, previendo que resultará en traición o decepción.
  • Mantener relaciones superficiales para evitar involucrarse emocionalmente.
  • Evitar situaciones en las que el nivel de relación pueda ser alto o llegar al compromiso.
  • Estilos de relación desde la evitación, manteniéndose cerrados o distantes.
  • Poner cuidado en que los otros no conozcan del todo su personalidad, como de protegerse.

La búsqueda de apoyo social y el sentimiento de pertenencia son necesidades básicas en todo ser humano y es por ello que, en ocasiones, estas situaciones de aislamiento y distanciamiento pueden generar serios problemas en la vida diaria (agotamiento mental, ansiedad y rumiaciones persistentes).

Tomar conciencia de la importancia de las relaciones sociales para el bienestar e incluso la supervivencia de todos nosotros será fundamental para superar este miedo irracional, te puede interesar: «Se hizo el silencio. Las 22 claves psicológicas para entender la pandemia«.

 

Referencias bibliográficas:
González, M. (2020). ¿Tienes miedo a confiar en los demás? Podrías sufrir pistantrofobia. Madrid: Revista Bienestar
Flores-López, M.; Serrano-Ibáñez, E.R.; Maestre, C.R.; López-Martínez, A.E.; Ruiz-Párraga, G. T.; Esteve, R. (2019). Pesimismo defensivo, optimismo y adaptación al dolor crónico. Psicología Conductual, 27(2), 325-340.
Ortiz, I. (2017). Pistantrofobia. El temor excesivo a confiar en las personas. PsicólogosOnline

 

 

No me gusta salir de fiesta, ¿por qué nadie lo entiende? #Introversión

La introversión, ese gran desconocido y maltratado rasgo de personalidad que genera una enorme incomprensión en el mundo social. Parece que está más aceptado ser extrovertido que introvertido, que lo primero tiene una imagen asociada más positiva, más optimista, más líder, exitosa, carismática… Y que la segunda ha adquirido injustamente un significado negativo, inferior a la primera en todos los sentidos. Nada más lejos de la realidad.

Disfrutas de la soledad, eres reflexivo, independiente, te agrada la tranquilidad, en lugar de grandes fiestas prefieres encuentros más íntimos y cenas entre amigos, no te gustan las conversaciones banales… Sí, probablemente seas introvertido. Quizás también es probable que durante toda tu vida hayas deseado ser más extrovertido/a o que incluso tus padres intentaran que lo fueses, también tu pareja o amigos en la etapa adulta, y que te hayan tachado de ser tímido en muchas ocasiones.

El cerebro de un introvertido funciona de manera diferente. Saber esto es fundamental para entender que ser introvertido no es una elección, un estado de ánimo, una característica que se pueda revertir. La persona que puntúa alto en el rasgo de introversión puede adaptarse con la edad y las circunstancias y moverse por la nube de puntuaciones de este rasgo pero jamás podrá ser extrovertido y viceversa (salvando hechos traumáticos o trastornos físicos o mentales de gravedad).

Nuestra anatomía cerebral y ese universo neuronal tan complejo y único de los seres humanos y mamíferos más evolucionados, también determina cómo somos y por qué somos como somos. Una de las diferencias del cerebro introvertido es una menor necesidad a la hora de buscar experiencias estimulantes. Este perfil de personalidad no ‘necesita’ socializar continuamente para sentir felicidad. La ‘culpable de ello es la dopamina.

Los introvertidos son mucho más sensibles a la dopamina y la acetilcolina que los extrovertidos. Les basta un nivel muy bajo para sentirse bien, para percibir motivación. Por el contrario, si hay un exceso de estimulación externa, lo que sentirá la persona introvertida es estrés y ansiedad.

Tal y como ya conocemos, nuestro sistema nervioso se divide en dos: sistema nervioso simpático, que se encarga de respuestas relacionadas con la acción gracias a la adrenalina, y el sistema nervioso parasimpático, que regula las funciones más relajadas (sueño, digestión, etc).

Todos hacemos uso de ambos en nuestra rutina diaria, pero la personalidad dominada por la introversión tiene una tendencia mayor activar el sistema parasimpático, regulado por el neurotransmisor de la relajación (acetilcolina). Por ello, se encuentran mejor en reposo, su bienestar depende de ‘actividades inactivas’ (cine, lectura, pintura, música relajante, museos, naturaleza…)

El cerebro de un introvertido tendrá un procesamiento del entorno con un ritmo más cauto, por un lado serán lentos en tomar decisiones y caigan en un laberinto de ideas y pensamientos excesivos que le impidan ser ágiles mentalmente, pero también tomarán determinaciones más meditadas, por lo que serán más certeros, firmes y se arrepentirán menos de sus actuaciones. ¿A qué se debe esto?

La doctora Inna Fishman, del Instituto Salk para Ciencias Biológicas de California, realizó un interesante estudio que demostró a través de resonancias magnéticas algo revelador: el proceso de pensamiento de la personalidad introvertida sigue un camino más largo que el de las extrovertidas. Es el siguiente.

  • Área frontal derecha de la ínsula, relacionada con la empatía, la autorreflexión y el significado emocional.

  • El área de Broca, encargada de regular el diálogo interno.

  • Lóbulos frontales derecho e izquierdo, responsables de planificar, evaluar ideas, expectativas, etc.

  • El hipocampo izquierdo, una estructura que media en nuestros recuerdos emocionales.

Las personas introvertidas no son, necesariamente, más inteligentes que los extrovertidos, al menos en lo que a cociente intelectual se refiere. Sin embargo, las investigaciones indican que son capaces de procesar una mayor cantidad de información, siempre y cuando estén en un entorno tranquilo, de lo contrario se bloquean y se produce el efecto contrario.

Y es que la actividad eléctrica en el cerebro de las personas introvertidas es mayor de la que se aprecia en los extrovertidos, lo que indica una mayor activación cortical, por tanto se ven obligados a limitar la cantidad de estímulos que provienen del medio para mantener un nivel óptimo de excitación cerebral y no colapsarse.

Se ha demostrado en cientos de investigaciones que la forma de ser está en nuestro ADN y no podemos estigmatizar al otro porque las características que le definan sean distintas, incluso opuestas, a las de uno.

La felicidad de un niño introvertido estará en que sus padres le acepten tal y como es y entiendan que no quiera tener sesenta amigos ni ir a fiestas de cumpleaños multitudinarias, y no por ello serán niños aislados, ni de adultos se convertirán en personas hurañas y desadaptadas. Ya de mayores, igual ocurre con las relaciones y vínculos que establecemos con los demás, no hay nada más bello que complementarse con tu pareja o amigos, admirar aquello que le hace único, especial y contrario a ti y que juntos encontréis el equilibrio que funcione, que os aportéis el uno al otro y que cada uno utilice sus habilidades cuando el otro no las tenga y más las necesite.

¿Y tú de quién eres? 🙂

 

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*Referencia: El cerebro de un introvertido – La mente es maravillosa.