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El éxito del fenómeno influencer explicado por la psicología

Es indudable que las influencers triunfan ya entre diferentes generaciones y sus opiniones, recomendaciones y estilo, marcan tendencias, publicidad y ventas. ¿Pero qué tienen que engancha tanto? ¿Por qué consiguen influir en millones de seguidores?

Tanto la psicología como la comunicación no verbal tienen mucho que decir al respecto.

Tradicionalmente los líderes de opinión solían pertenecer a las clases altas de la sociedad, por su estilo de vida aspiracional y porque obviamente tenían un mayor acceso a la formación y educación más especializada, por tanto, su preparación, relaciones y conocimientos les dotaban de mayor credibilidad.

Hoy esta tendencia ha cambiado, en buena parte gracias al desarrollo de las tecnologías y la conexión que han logrado las redes sociales. El boca a boca es la nueva modalidad del marketing más eficaz.

Los estudios demuestran que ahora percibimos la publicidad convencional como una amenaza, sin embargo, si un influencer se dedica a establecer vínculos y cultivar relaciones de apego con su comunidad, esa persona nos empieza a resulta familiar, ya tomamos su ‘sugerencia’ como si fuera la de un amigo, alguien conocido, de nuestra total confianza.

Y no solo es fundamental lo que nos cuentan, también importa el cómo lo hacen.

Con un lenguaje muy cercano y coloquial, los influencers conectan contigo a través de un directo, de un vídeo, cara a cara, porque nos tienen que mostrar sus emociones, observamos rostros de placer al oler una determinada crema, o felicidad y diversión en un viaje o en tal hotel… Y además lo combinan sutilmente con días malos, también nos enseñan su tristeza, su ansiedad, su agobio o indignación con los haters, esto nos hace ponernos en su lugar, querer ayudarles, nos conectan aún más a ellos.

Casi podemos sentirlo, nos contagian emociones a través de su conducta no verbal y esa es la mejor forma de influir y convencer, pura empatía positiva. Nuestro cerebro se engancha a esa visión y querrá repetir cada día, sin perderse nada.

Porque no podemos olvidar el fenómeno del ‘deseo de pertenencia‘ para cerrar el círculo. El influencer se apoya en las aspiraciones de pertenencia de su audiencia a ese universo ‘mejor’, bello, atractivo, lujoso,  cuando recomiendan una peluquería, un perfume o un determinado restaurante. Su comunidad experimenta la necesidad de imitar en algún sentido ese estilo de vida para sentirse más cerca de ese mundo glam que proyecta.

 

 

Psicología: cómo se explica el efecto Illa

Una de las primeras entradas que escribía para este blog trataba sobre si votamos con la emoción o la razón, los estudios al respecto son claros: los votantes dependen profundamente de las apariencias al elegir el candidato al que votarán.

Salvador Illa / Europa Press

Salvador Illa / Europa Press

Esto significa que, por ejemplo, la mera sobreexposición de una persona puede predecir el éxito político. La familiaridad y la habitualidad nos hacen creer que ‘conocemos mejor’ a un determinado líder. A esto se refiere el tan sonado «efecto Illa«, un ministro que ya no se asocia a la Sanidad sino al coronavirus, una apuesta arriesgada pero que ha funcionado.

Illa no ha sido un candidato más del PSC sino un personaje ampliamente conocido, para bien y para mal, con una artillería de marketing por parte del Gobierno sin precedentes. Pero, muchos se preguntaran: ¿cómo es posible elegir a un candidato que ha cosechado los peores resultados en la gestión para combatir el Covid-19?

Porque las emociones vuelven a tomar protagonismo y surgen dos versiones en el análisis de un mismo hecho, los que ven a Illa como el culpable, responsable del manejo nefasto de la pandemia y los que lo perciben como una víctima, con actitud conciliadora, dialogante y de buena voluntad ante el complicado contexto que le ha tocado afrontar, a través de una lente que dice: ‘no pudo hacer más’.

Las razones del fracaso se saltan a Illa y se centran entonces en los recortes pasados de la sanidad, la falta de recursos y coordinación entre autonomías, sus fallidos asesores, da igual.

En la estética, Illa no destaca por su carisma, tampoco por su sonrisa ni conexión emocional con la ciudadanía, aunque a pesar de su interminable exposición pública en medio de una crisis sanitaria, pocas veces ha perdido los papeles y la neutralidad es capaz de equilibrar la balanza de las pasiones de la audiencia, aprovechando esa imagen tibia en su favor.

Tal y como apunta la tradicional premisa: “la mala publicidad también es buena publicidad”, es preferible tener mala prensa antes que nadie hable de ti. Los datos estadísticos son claros, si se trata de un producto previamente desconocido: con el caldo de cultivo adecuado, una reseña aumenta la notoriedad y la intención de compra, sin importar si la reseña fue positiva o negativa.

 

Y tú, ¿compras por el olor?

 “Érase un hombre a una nariz pegado” – Francisco Quevedo.

Los olores tienen la capacidad de activar todas las regiones emocionales de nuestro cerebro. De ahí la capacidad evocadora del olor, es el sentido más relacionado con la amígdala y el hipocampo, es decir, con la memoria. Asociar un recuerdo con un olor es lo más fácil para nosotros. Los aromas agradables permiten recordar momentos placenteros, mientras que los desagradables inhiben estos recuerdos. Los olores son directos, provocativos e inmediatos y nuestro sentido del olfato es difícil de anular (tendríamos que dejar de respirar).

Todo ello no ha pasado desapercibido para el marketing y la publicidad de alimentos y productos materiales. Una famosa tienda de comestibles de Brooklyn provocó un buen revuelo en el vecindario cuando la prensa se hizo eco de que aquel olor irresistible a pan y chocolate que emanaba del establecimiento no lo producían sus productos. Era artificial. El olor a pan recién hecho abre el apetito del consumidor y lo lleva hasta la tienda para comprar el producto.

Pero no son los únicos que recurren al sentido del olfato para atraer clientes.

En los últimos tiempos, son varias las marcas que lo han incluido en sus estrategias comerciales. La publicidad se ha basado exclusivamente en potenciar el producto a través de la vista y el oído, esto ya no sorprende y todos estamos saturados de toda la información que nos llega a través de estos dos sentidos, sin embargo trabajar el sentido del olfato se desmarca del marketing tradicional y pueda conseguir una ventaja más competitiva. Según los últimos estudios: El ser humano recuerda hasta el 35% de lo que huele, frente al 5% de lo que ve. 

Que los olores influyen en el estado anímico es innegable, cuando olemos algo que nos gusta, nuestro cuerpo se encarga de liberar endorfinas (la hormona de la felicidad). Esta influencia es aprovechada en ventas. Los empresarios descubrieron que, cuando se asocia un aroma a una marca, las ventas pueden aumentar en más de 15%. Pero es que además, el olor puede llegar a convertirse en la identidad exclusiva del producto. Por ejemplo, la marca de calzado infantil ‘Bubblegummers’, de Manisol, decidió hace más de 30 años utilizar un aroma a chicle para impregnar las suelas de los zapatos que producía ante la necesidad de darle una identidad propia al producto para diferenciarlo de la competencia.

Las marcas de coches tienen en su plantilla a químicos especializados en salvaguardar el olor a nuevo (fragancia neutra) realizando más de 400 test anuales de los materiales no metálicos en la fabricación de los automóviles. Y ya existen empresas exclusivamente dedicadas a formular aromas específicos para una marca a través del estudio de ésta, según cuál sea su objetivo, contexto, producto, qué emoción quieren potenciar; en función de todos estos factores fabrican un olor solo para tu establecimiento comercial o producto, puede ser para un evento puntual o como imagen permanente de marca. Solo hay que preguntarle a Inditex, que lo práctica desde su origen.

Este tipo de campañas hace que nos acordemos más de la experiencia generada y provoca que se almacene en nuestra memoria emocional, cuyo poder es inmenso y repercute de manera impulsiva en el proceso de compra. Tal y como decía Aristóteles “no hay nada que pase por nuestra mente, sin que antes haya pasado por nuestros sentidos”.