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Psicología: cómo se explica el efecto Illa

Una de las primeras entradas que escribía para este blog trataba sobre si votamos con la emoción o la razón, los estudios al respecto son claros: los votantes dependen profundamente de las apariencias al elegir el candidato al que votarán.

Salvador Illa / Europa Press

Salvador Illa / Europa Press

Esto significa que, por ejemplo, la mera sobreexposición de una persona puede predecir el éxito político. La familiaridad y la habitualidad nos hacen creer que ‘conocemos mejor’ a un determinado líder. A esto se refiere el tan sonado «efecto Illa«, un ministro que ya no se asocia a la Sanidad sino al coronavirus, una apuesta arriesgada pero que ha funcionado.

Illa no ha sido un candidato más del PSC sino un personaje ampliamente conocido, para bien y para mal, con una artillería de marketing por parte del Gobierno sin precedentes. Pero, muchos se preguntaran: ¿cómo es posible elegir a un candidato que ha cosechado los peores resultados en la gestión para combatir el Covid-19?

Porque las emociones vuelven a tomar protagonismo y surgen dos versiones en el análisis de un mismo hecho, los que ven a Illa como el culpable, responsable del manejo nefasto de la pandemia y los que lo perciben como una víctima, con actitud conciliadora, dialogante y de buena voluntad ante el complicado contexto que le ha tocado afrontar, a través de una lente que dice: ‘no pudo hacer más’.

Las razones del fracaso se saltan a Illa y se centran entonces en los recortes pasados de la sanidad, la falta de recursos y coordinación entre autonomías, sus fallidos asesores, da igual.

En la estética, Illa no destaca por su carisma, tampoco por su sonrisa ni conexión emocional con la ciudadanía, aunque a pesar de su interminable exposición pública en medio de una crisis sanitaria, pocas veces ha perdido los papeles y la neutralidad es capaz de equilibrar la balanza de las pasiones de la audiencia, aprovechando esa imagen tibia en su favor.

Tal y como apunta la tradicional premisa: “la mala publicidad también es buena publicidad”, es preferible tener mala prensa antes que nadie hable de ti. Los datos estadísticos son claros, si se trata de un producto previamente desconocido: con el caldo de cultivo adecuado, una reseña aumenta la notoriedad y la intención de compra, sin importar si la reseña fue positiva o negativa.

 

El polémico cartel electoral de Salvador Illa

El mes pasado la imagen de Salvador Illa en la campaña electoral catalana ya hizo saltar las alarmas por un cartel cuyo eslogan ponía los pelos de punta, en el que decía: «Illa es la vacuna contra el independentismo«. Los partidos opositores pedían por redes sociales que dejaran de banalizar la pandemia y retiraran aquel ignominioso y antidemocrático mensaje. Finalmente el PSC se desmarcó de la creación y difusión de aquel cartel y publicó su propuesta oficial:

Cartel electoral oficial de Salvador Illa

Cartel electoral oficial de Salvador Illa

Pero esta fotografía tampoco escapa a la controversia y muchos destacan el exceso de Photoshop utilizado para rejuvenecer y pulir el rostro del candidato socialista.

No es un recurso nuevo, anteriormente Garzón, Cospedal, Aguirre, Ximo Puig… también fueron objeto de este mismo retoque digital para proyectar una fisonomía más perfeccionada, digamos… de forma excesivamente minuciosa.

Para gusto, los colores, pero en política vender un candidato poco natural, corregido, artificial en definitiva, puede ser un gran error. Los carteles transmiten de forma no verbal lo que un determinado partido político pretende esgrimir con palabras y argumentos, y esto entonces se convierte en una forma más de mentir, de distanciarse de la credibilidad del electorado.

Borrar con Photoshop las arrugas de expresión cinceladas por los años resta la proyección de experiencia y sabiduría de cualquier persona. Además, estas líneas de la cara son las que dibujan a las emociones, no hay alegría sin patas de gallo, o ira sin las arrugas propias del ceño fruncido. Sin marcas en el rostro nos convertimos en seres robóticos, no conectamos con los demás, no transmitimos sensaciones, un pecado mortal en política.

Retoque sí, pero con unos límites, esto es como maquillarse, un buen trabajo de maquillaje apenas se nota, favorece, realza tus facciones y expresiones, un mal maquillaje te disfraza, te transforma, te deja en evidencia, y el supuesto beneficio que se buscaba se acaba desvaneciendo.