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Coronavirus y psicología: la preferencia por la pequeña comunidad

«Vivimos en sociedades muy individualistas que nos llevan a sentir una rotunda división entre el ‘yo’ y el ‘tú’. Tanto es así que hemos olvidado el ‘nosotros’, a pesar de que ese ‘nosotros’ resulta imprescindible para asegurar nuestra supervivencia y constituye nuestra mayor fuente de bienestar». Thomas d’Ansembourg

 

Las relaciones sociales; una de las consecuencias psicológicas más insoportables durante esta pandemia. Después de un año, qué difícil se nos hace seguir sin vernos, sin abrazarnos, sin salir y conocer gente nueva, sin mezclarnos en multitud. Todo aquello que hacíamos sin pensar ni valorar y que ahora nos parece impensable y echamos tanto de menos.

No es una cuestión de gustos o preferencias, los seres humanos somos animales sociales ‘por naturaleza’, de forma genética e irremediable. Sin embargo, aunque esto tiene un carácter estable, el tipo de sociedad de la que queramos formar parte, sí que puede variar dependiendo de nuestras circunstancias.

De hecho, los estudios nos demuestran que los cambios que se dan en el contexto son capaces de hacernos virar rápidamente en este sentido, pasando de participar en amplios sectores de la sociedad a querer participar casi en exclusiva en micro-sociedades, como por ejemplo la familia y un grupo muy reducido de amistades.

Normalmente, cuando surge el miedo a las pandemias, las personas tienden a querer evitar relaciones sociales poco significativas, funcionando a través de una especie de distanciamiento social instintivo, es decir, nos centramos en la interacción con aquellas personas más relevantes y con las que solemos convivir más (minimizando el riesgo de contagio).

La amenaza de enfermedad nos hace desconfiar más de los extraños. Según algunos experimentos sociales: formamos peores primeras impresiones de otras personas si nos sentimos vulnerables a una enfermedad, tenemos miedo al contagio o no nos sentimos totalmente seguros en contextos peligrosos para la salud.

Si en el contexto social, la emoción que más estamos sintiendo es el miedo, puede que conocer a alguien nuevo, y más, acortar distancias, tocarle, besarle, se convierta en una posible amenaza insuperable por parte de nuestro cerebro más reptiliano.

Malos tiempos si deseas encontrar el amor o renovar tu grupo de amistades…

Paciencia 🙂

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Coronavirus: el miedo a confiar de nuevo en los demás

La pistantrofobia consiste en una desconfianza extrema y generalizada hacia otras personas. Este miedo irracional se asocia con experiencias pasadas o recientes en las que hemos aprendido, de forma directa o indirecta, que confiar en los demás es peligroso para nosotros.

Sí, tal y como podemos imaginar, la pandemia por coronavirus también ha contribuido a incentivar este tipo de fobias. Cuando nos vemos ‘obligados’ a evitar la intimidad, nos distanciamos de los demás física o emocionalmente, y de esta manera, también nos alejamos de nuestras propias necesidades o emociones, ‘enfriando’ todas las relaciones afectivas posibles, pensando incluso que es muy cansado socializar.

De esta manera entramos en un bucle de pesimismo defensivo y, con la negatividad por delante, no nos plantemos que nuestras relaciones sociales nos sirven de un apoyo fundamental, ahora más que nunca. Es cierto que con este panorama tenemos que relacionarnos de otra manera, todos tenemos la nostalgia de tiempos pasados más sencillos y, a veces, se hace muy cuesta arriba no abandonar nuestro mundo social y meternos en nuestra burbuja, pero en ningún caso es una buena opción.

En general, algunos de los siguientes indicios pueden hacernos sospechar que tendemos hacia la pistantrofobia:

  • Miedo a que se produzcan relaciones estrechas o intensas, previendo que resultará en traición o decepción.
  • Mantener relaciones superficiales para evitar involucrarse emocionalmente.
  • Evitar situaciones en las que el nivel de relación pueda ser alto o llegar al compromiso.
  • Estilos de relación desde la evitación, manteniéndose cerrados o distantes.
  • Poner cuidado en que los otros no conozcan del todo su personalidad, como de protegerse.

La búsqueda de apoyo social y el sentimiento de pertenencia son necesidades básicas en todo ser humano y es por ello que, en ocasiones, estas situaciones de aislamiento y distanciamiento pueden generar serios problemas en la vida diaria (agotamiento mental, ansiedad y rumiaciones persistentes).

Tomar conciencia de la importancia de las relaciones sociales para el bienestar e incluso la supervivencia de todos nosotros será fundamental para superar este miedo irracional, te puede interesar: «Se hizo el silencio. Las 22 claves psicológicas para entender la pandemia«.

 

Referencias bibliográficas:
González, M. (2020). ¿Tienes miedo a confiar en los demás? Podrías sufrir pistantrofobia. Madrid: Revista Bienestar
Flores-López, M.; Serrano-Ibáñez, E.R.; Maestre, C.R.; López-Martínez, A.E.; Ruiz-Párraga, G. T.; Esteve, R. (2019). Pesimismo defensivo, optimismo y adaptación al dolor crónico. Psicología Conductual, 27(2), 325-340.
Ortiz, I. (2017). Pistantrofobia. El temor excesivo a confiar en las personas. PsicólogosOnline

 

 

Hafefobia: el nuevo miedo de la pandemia

Una fobia es un tipo de trastorno de ansiedad. Esto significa que causa un gran sufrimiento para las personas que lo padecen cuando deben enfrentarse al estímulo fóbico, o simplemente cuando lo imaginan; habitualmente el estímulo ‘culpable’ no suele estar muy presente en la vida diaria (determinados animales, grandes alturas…), pero en otras ocasiones ocurre todo lo contrario y resulta bastante limitante para quien lo padece.

La hafefobia es uno de estos casos, ya que se describe como un terror desmesurado y persistente al contacto físico con los demás, a pesar de que este miedo ha existido antes de la pandemia, es ahora, por el miedo al contagio, cuando más se está manifestando su incidencia.

Este trastornos desencadena una serie de respuestas tanto cognitivas (pensamientos de muerte u otros asociados a consecuencias que se perciben como catastróficas), fisiológicas (taquicardias, sensación de ahogo, sudoración, sensación de tener una “bola en el estómago”, tensión muscular, entre otros) o conductuales (evitación del estímulo, huida o escape) para reducir la sensación desagradable.

Es importante aclarar que no todas las personas que actualmente mantienen distancia física y evitan el contacto con los demás, padecen o padecerán en el futuro hafefobia.

La mayoría evitamos el contacto físico pero deseamos tenerlo y volveremos a la interacción habitual cuando la situación se normalice y sea segura para todos, lo cuál no quiere decir que nos aislemos socialmente ni limite nuestra actividad diaria, simplemente ahora las interacciones deben ser de otra forma para mantener nuestra seguridad y la de los demás ante un posible contagio.

Sin embargo, a pesar de que las personas que padecen hafefobia también desean tener contacto, el miedo que experimentan es tal que su única manera de gestionarlo es evitando por completo la interacción social incluso aunque ésta pueda ser segura. Y esta es una conducta muy peligrosa que puede desencadenar en otros trastornos más severos, como la depresión.

En este último caso es fundamental solicitar la ayuda de un profesional para gestionar de manera más adaptativa esta ‘nueva realidad’ pandémica.

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Se hizo el silencio. Las 22 claves psicológicas para entender la pandemia

 

Cómo reconocer y actuar ante un ataque de ansiedad

Tanto el miedo como la ansiedad son parte de nuestra vida diaria, sobre todo en tiempos de coronavirus, éstos pueden protegernos, nos mantienen cuidadosos y alerta ante posibles peligros del medio y nos provocan reaccionar con rapidez, protegernos, huir o atacar. Pero este mecanismo puede volverse contra nosotros mismos y ser limitantes, dañinos y generar mucho sufrimiento.

Pixabay License. Fotografía de uso gratuito

Pixabay License. Fotografía de uso gratuito

 

Una alteración de la ansiedad es un estado constante de preocupación excesiva que interfiere en tu actividad diaria, en este caso, se perciben muchas situaciones y acontecimientos como amenazantes, incluso cuando no lo son. En ocasiones, esta idea se siente tan intensa que desemboca en una crisis de ansiedad o ataque de pánico.

Entonces, en esta avalancha súbita de miedo, perdemos el control sobre nuestro cuerpo y nos invade una sensación terrible que nos hace temer hasta por nuestra propia vida (sobre todo si es la primera vez), ya que la expresión física del ataque es muy desagradable e intensa, pero en realidad se trata “solo” de un estado de angustia extrema y descontrolada.

Suelen ocurrir tras un «fallo» en el sistema de alarma frente al estrés, que consiste en una descarga del sistema nervioso simpático (el que nos prepara para luchar o escapar) pero sin un estímulo de peligro real, sino ante una percepción subjetiva (una idea, una preocupación, un recuerdo, un pensamiento determinado…)

Se experimenta una aceleración del pulso, dificultad para respirar, se siente ahogo y presión en el pecho (puede parecer un ataque al corazón), sudoración, boca seca, temblores, escalofríos, mareo, náuseas, tensión muscular, llantos o gritos, sensación de desmayo, hormigueo en el rostro y en la manos, sentimientos de irrealidad o despersonalización.

Con esta descripción podemos imaginar el horror de experimentar este episodio, pero es importante saber identificar este momento para recobrar la calma y superar la crisis. No es fácil de manejar, si nos ocurre lo primero es saber que es temporal, que esto va a pasar y bloquear la idea de que nos va a pasar algo muy malo, en este caso, la mente controla al cuerpo y tiene la capacidad de detener la reacción física del sistema de alarma.

Recupera el control de tu pensamiento e intenta recordar algo agradable, si no es posible haz una operación de distracción, por ejemplo contar hacia atrás desde 100. Ten presente que no hay un enemigo físico real fuera de ti, lo que sientes es una reacción normal de tu organismo ante el estrés, no es peligroso.

A continuación, si controlamos la hiperventilación de la respiración ya empezaremos a salir de la crisis, para ello, concéntrate de forma consciente en la entrada de aire y en tus pulmones, ayúdate de ejercicios como fruncir los labios (como intentando soplar una vela) o respirar dentro de una bolsa de papel durante unos minutos y si conoces alguna técnica de relajación, ponla en práctica.

Si queremos ayudar a alguien que sufre esta crisis, lo esencial es no agobiarle, simplemente le acompañamos dándole su tiempo y espacio, si es posible podemos sentarle o recostarle, hable con muchísima calma y pregúntele qué necesita, ayude a su distracción pidiéndole realizar tareas sencillas pero motoras, como levantar los brazos por encima de la cabeza.

Puede colaborar en desacelerar su respiración, respirando con ella para acompasar la suya o en el conteo lentamente hacia atrás, recuérdale que está a salvo, que se concentre en la respiración, que lo está haciendo muy bien, refuerza los logros que vaya consiguiendo para salir de ahí, ten paciencia.

 

Libro: «Se hizo el silencio: las 22 claves psicológicas para entender la pandemia»

«Tuve sueños muy extraños durante el confinamiento, «¿por qué se está agotando el papel higiénico?», «¿cómo le explico a mis hijos lo que está ocurriendo?, ¿seré capaz de mantener mi relación a distancia

Estas fueron algunas de vuestras preguntas durante el estado de alarma, aún a día de hoy me siguen llegando inquietudes respecto a las cuestiones más psicológicas de la pandemia. Porque ciertamente la enfermedad es muy grave y preocupante, pero también lo es la huella psicológica que esta crisis está dejando en todos nosotros.

Alicia Martos, autora de l libro: "Se hizo el silencio". Fotografía: Jorge París.

Alicia Martos, autora del libro: «Se hizo el silencio». Fotografía: Jorge París.

Hemos vivido con miedo y con mucha incertidumbre la llegada del virus, pasamos por un aislamiento inimaginable, algunos han perdido a sus seres queridos sin poder si quiera despedirse, ni iniciar su duelo con un funeral, otros han perdido su trabajo, o cerrado sus empresas, o han experimentado una ansiedad desconocida hasta ahora… y qué decir sobre lo que han sufrido nuestros sanitarios y demás personal de necesidad durante la emergencia sanitaria.

La dichosa COVID-19 ha transformado nuestro mundo tal y como lo conocíamos, nuestros planes, deseos, prioridades, necesidades… ahora se han convertido en otros muy distintos. Vivimos una nueva realidad sin abrazos, con desconfianza hacia los demás, con un bombardeo continuo de bulos en redes sociales y tratando de gestionar unas emociones muy distintas a las de la etapa pre-coronavirus.

En este libro descubrirás una nueva psicología.

«Se hizo el silencio« se presenta como un sencillo manual que analiza el impacto psicológico de la pandemia, que explica los nuevos perfiles e insólitos comportamientos que se han sucedido durante este periodo revolucionario y que, por supuesto, no olvida ofrecer estrategias de afrontamiento y de reconstrucción mental para poder adaptarnos (lo mejor que podamos) a estos nuevos tiempos.

 

Los dos grandes fallos al intentar detectar mentiras

Nos guste más o menos, el engaño es una característica central de nuestra vida social. La mayoría (si no todas) de las relaciones humanas involucran alguna forma de engaño, o al menos la posibilidad de que ocurra. Las mentiras existen entre aquellos a quienes amamos y confiamos tanto como entre aquellos que no nos agradan, e incluso ocurren entre completos desconocidos.

Fotografía de la representación de la ópera de Otelo

Fotografía de la representación de la ópera de Otelo – MusiTour

Nuestro afán por conocer la verdad a veces nos obsesiona pero hay una serie de errores con los que tenemos que contar si queremos ser justos. Los dos mayores fallos de juicio en la detección del engaño son: el «peligro de Brokaw» y el «error de Otelo».

El primero se refiere a no tener en cuenta las diferencias individuales y juzgar un mismo indicio de igual forma en diferentes personas. Es muy difícil intentar captar una mentira cuando no se conoce nada del otro y no estamos familiarizados con su comportamiento habitual.

Entonces, podemos no creer a alguien que dice la verdad por el simple hecho de que está nervioso, bueno, es que quizás tiene siempre una actitud similar porque puntúa muy alto en una escala de neuroticismo, por ejemplo.

La mejor premisa para ‘pillar’ una mentira es detectar cambios importantes en la conducta, observar alteraciones sospechosas que nos hagan inferir que la persona no se está comunicando de una manera ‘normal’ para él.

El error de Otelo tiene su origen en la famosa tragedia de William Shakespeare, Otelo asumió erróneamente que la expresión de miedo de Desdémona era la reacción propia de una mujer que le había traicionado. No entendió que el simple hecho de observar una emoción no te dice qué causó esa emoción. Desdémona temía por su vida, lloraba por la desconfianza de su esposo y no por la muerte de su supuesto amante.

El miedo a no ser creído cuando uno es inocente se ve igual que el miedo a ser atrapado cuando se es culpable; o, por ejemplo, la emoción de ira en un sospechoso de delito, solo profundizando es posible determinar si el enfado es el resultado de estar bajo sospecha injustamente o si siente rabia hacia el entrevistador por tratar de atraparle como el ejecutor de un delito que ha cometido.

Por tanto, el error de Otelo se trata de no reconocer que una persona sincera, pero sospechosa de mentir, puede mostrar los mismos signos emocionales que un mentiroso.

De este modo, comprobamos que los errores en la detección del engaño no solo implican creer a un mentiroso, sino también, y lo que puede ser peor, no creer en una persona sincera. Las consecuencias pueden ser desastrosas.

 

 

*Fuente: PaulEkmanGroup

 

 

 

El negacionismo del coronavirus explicado por la psicología

Reptilianos, antivacunas, terraplanistas, creencias paranormales…

Ahora, tras las manifestaciones con cientos de asistentes sin mascarillas, ni distancias de seguridad y los movimientos organizados por redes sociales que cuestionan la pandemia, la negación de la existencia de la COVID-19 por parte de un sector de la población ya es un hecho.

Vista de los asistentes a la manifestación en la Plaza de Colón de Madrid convocada en redes sociales en contra del uso de las mascarillas. EFE

Vista de los asistentes a la manifestación en la Plaza de Colón de Madrid convocada en redes sociales en contra del uso de las mascarillas. EFE

Lo primero que tenemos que destacar es que la gente que cae en los movimientos mencionados no son incultos o faltos de inteligencia, según la investigación al respecto, el perfil se asocia con una clase media/alta y estudios superiores.

El negacionismo no es nada nuevo, se trata de una conducta irracional pero real, que algunas personas eligen para rechazar una realidad verificable, generalmente con el objetivo de evadir una verdad incómoda. Normalmente, el negacionismo se genera en situaciones críticas, angustiosas y de alta incertidumbre.

Siendo sinceros, en los tiempos iniciales de esta pandemia, todos en alguna medida hemos sido negacionistas, al principio nadie creíamos en la magnitud de propagación del virus, no podíamos ni imaginar un confinamiento, pensábamos que a nosotros no nos pasaría nada, que en España seríamos resistentes a la mortalidad de la enfermedad.

Y en ese punto temporal sí era lógica esta reacción, porque no hemos tenido precedentes, porque la negación es un mecanismo de defensa inicial ante el miedo, frente a cualquier circunstancia dolorosa que nos resulte increíble y/o insoportable.

Después de este ‘efecto de irrealidad’, la mayoría rectificamos, dejamos de minimizar lo que ocurría y aceptamos esta nueva realidad que nos ha tocado vivir, muchos de nosotros por experiencia propia, hemos perdido familiares cercanos o hemos padecido la enfermedad con más o menos virulencia. Comenzamos a creer en la información de organismos oficiales y a seguir las recomendaciones que los expertos iban dictando.

En este último punto, muchas de las personas negacionistas, lo son precisamente por la falta de confianza en las instituciones. Y cierto es que el caos y la opacidad fueron muy acusados en la comunicación y gestión de la pandemia a nivel mundial: medidas contradictorias, presidentes que negaban el virus, pésima organización, bulos que no favorecían una información veraz, ocultación de datos por parte de los gobiernos, restricciones cambiantes, blanqueamiento de la muerte y del impacto de la crisis…

Todo ello ha contribuido a que muchos dejen de creer y reaccionen con incredulidad y rebeldía a las autoridades. No es justificable, por supuesto, pero el negacionismo es una consecuencia posible.

Existen muchos sesgos (errores/atajos de pensamiento) que también podrían explicar el movimiento negacionista. Por ejemplo, el sesgo de atribución, un fenómeno muy común respecto a la forma en la cual explicamos duramente las acciones de los demás pero siempre tratamos de justificar las nuestras, aunque se trate de un mismo hecho, por ejemplo: si vemos que otro se salta un semáforo, pensaremos automáticamente que es un ‘loco al volante’, pero si nos lo saltamos nosotros, argumentaremos que nos fue imposible frenar.

En el contexto de la pandemia, este error de atribución nos lleva a considerar que los demás actúan de forma exagerada o equivocada respecto al coronavirus, atribuyendo erróneamente que hay una psicosis colectiva, que la gente es muy miedosa o hipocondríaca. Tienen una falsa sensación de seguridad porque no les ha tocado de cerca y creen que podemos combatirlo como una gripe, que nada ha cambiado, que sigue amaneciendo, que continúan en sus empleos y que sus vidas no están alteradas en absoluto.

No quieren abandonar esa ‘zona de confort‘, que se refiere a un estado mental donde la persona mantiene una actitud rutinaria para no asumir ningún riesgo, es decir, se vive con el ‘piloto automático’ y se resiste a los cambios, solo ponen el foco en su micro-mundo, donde se está seguro y estable. Se siente miedo a perder el bienestar conseguido, aunque todo se desmorone a su alrededor.

En definitiva, observamos conductas y emociones tan dispares frente a una misma situación, con normas y usos sociales impuestos por la emergencia sanitaria, porque las reacciones humanas dependen de una compleja dimensión de variables, intervienen desde los rasgos de personalidad de cada uno (si se es más o menos solidario, impulsivo, arriesgado, asocial, cumplidor, temeroso, desafiante) a la edad, el aprendizaje, las experiencias vividas antes y durante la pandemia, la percepción de vulnerabilidad, la gestión emocional, incluso el empleo que desempeña cada persona, todo ello interviene.

Por tanto, se genera una línea continua en la que todos nos vamos situando y en la que también hay sitio para los extremos, desde el que va: alguien que está pasando por esta etapa con ansiedad y un gran miedo que paraliza y limita la vida ordinaria, hasta el negacionista más radical de la realidad.

Las convicciones erróneas no se sostienen con la base de argumentaciones lógicas y evidentes, normalmente se enquistan como parte del sistema de creencias de la persona, se convierten en parte de nuestra identidad, tal y como si de nuestro sistema inmunológico se tratara, nuestro sistema cognitivo se empeña a toda costa en protegerlas.

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#Coronavirus «Me da miedo salir»: el síndrome de la cabaña

Parece que las restricciones para frenar la pandemia se van suavizando y, al menos, como poder, podemos hacer más cosas, más salidas. Pero a pesar de ello, hay muchas personas que confiesan que no se sienten preparadas, que todavía tienen cierto miedo a salir a la calle, a mezclarse con la gente.

Fotografía Pixabay License

Fotografía Pixabay License

Una de las secuelas emocionales de este periodo de confinamiento colectivo es el conocido como ‘síndrome de la cabaña‘, y es que muchos hemos podido asumir que nuestro hogar representa un espacio asociado a la absoluta seguridad, mientras que el exterior simboliza un espacio enorme cargado de peligros.

Hasta ahora, sufrir esta alteración estaba restringida a astronautas, población carcelaria, o habitantes de ciudades con climas extremos. Hoy recibo multitud de mensajes que describen este síndrome: «Me da miedo salir». Hay que aclarar que no es una patología, no es un trastorno psicológico grave, ya que en estos momentos tiene un contexto que lo ‘justifique’.

Si bien, puede acarrar otras alteraciones asociadas que sí debemos vigilar, discernir si es una cuestión de apatía, falta de preparación o apetencia por la salida al mundo o si se trata de un pánico que nos imposibilita poner un solo pie en la calle; si nos crea ansiedad tan solo imaginar que volvemos a salir o incluso si estamos iniciando un desarrollo de pautas compatibles con la depresión, por ejemplo.

Tranquilidad. Durante la cuarentena, nuestra mente ha tenido que adaptarse contra natura a una situación extraordinaria para todos nosotros, acabando por habituarse a la situación de aislamiento propia, a esa particular rutina y a no tener contacto social directo con personas externas a nuestro hogar. Reconfigurarnos de nuevo es difícil y puede llevar más tiempo para algunos, eso no significa en modo alguno que no lo vayas a superar.

Si nos reconocemos en este miedo, ya empezamos a ganar en el proceso de asimilación consciente. Debemos intentar pequeños avances para no perpetuar esta sensación limitante, salidas cortas que aumentaremos gradualmente cada día y con todas las medidas de seguridad que necesitemos, seguir las recomendaciones para evitar el contagio nos mantendrán menos alerta y comenzaremos a disfrutar poco a poco fuera del hogar.

Tenemos que llevar mascarilla, guantes y mantener la distancia física, sí, todos reconocemos que no es nada agradable, pero quédate con la parte positiva de esta ‘excursión’ o quedada exterior: sentir de nuevo el viento, el sol, el olor de la primavera, salir a correr o a montar en bici, una buena conversación, el compartir experiencias entre tu círculo más cercano, las miradas cómplices, el ruido tras el caos silencioso…

Fotografía de Jorge París

Fotografía de Jorge París

 

Leer las emociones en el rostro con mascarilla

Los seres humanos (y muchos animales) expresamos 6 emociones básicas con el rostro: alegría, miedo, ira, tristeza, asco y sorpresa. Su codificación facial es muy específica y universal. Una persona enfadada es fácilmente reconocible aquí y en cualquier parte del mundo. Si bien, es cierto que al llevar mascarilla (impuesta ahora por coronavirus) perdemos indicadores emocionales, también lo es que la parte más importante para el reconocimiento facial está en el tercio superior de la cara, así que no lo demos todo por perdido.

Mujer con mascarilla. Fotografía de pxfuel/Free for commercial use

Mujer con mascarilla. Fotografía de pxfuel/Free for commercial use

¿Qué emociones podemos descubrir en el otro, a pesar de que lleve mascarilla?

Realmente… ¡Todas!

Al contrario de lo que podamos pensar, sabremos si una persona está de verdad contenta si observamos sus ojos, no su boca. La sonrisa verdadera (o sonrisa Duchenne) implica la acción muscular del músculo cigomático mayor y menor de la boca (hace que se eleven las comisuras de los labios), pero además también debe activarse el músculo orbicular que rodea el ojo (hace que se eleven las mejillas y produce arrugas alrededor de los ojos, ‘patas de gallo’ más marcadas).

Esta combinación es la que realmente es genuina de felicidad, ya que la mayor parte de las personas no podemos contraer el área orbicular a voluntad.

Para detectar la emoción de asco, es cierto que la boca y el pliegue nasolabial es importante, pero también se activan unas arrugas propias de la repulsión que producen un cambio de apariencia entre los ojos, en la parte superior de la nariz. Solo tenéis que observaros en el espejo mientras posáis simulando asco.

La distinción entre el miedo y la sorpresa es compleja, ya que en ambas se produce una elevación de los párpados superiores y se arquean las cejas, en el miedo la musculatura es más tensa y enérgica que en la sorpresa, en la cuál el movimiento se describe más suave y relajado a nivel muscular, tendremos que ayudarnos del contexto para interpretar una u otra.

Con la tristeza lo tenemos super fácil, ya que su expresión típica es la de elevar la zona interior de las cejas, las esquinas sobre la nariz, formando así un triángulo con éstas, es muy difícil de fingir, os animo a que lo intentéis y veáis el movimiento.

Por último, igual ocurre con la ira. Se tensa la boca y la mandíbula, también se abren significativamente las fosas nasales, pero su gesto más reconocible es el ceño fruncido.

Vemos que no es tan difícil seguir leyendo las emociones de los más, es solo cuestión de práctica ante este nuevo panorama. La parte beneficiosa es que tener solo una visibilidad parcial del rostro nos proporciona un duro entrenamiento y aumentará nuestra habilidad, nos esforzaremos más en la observación y esto mejorará nuestras capacidades cuando nos veamos desprovistos de mascarilla por fin. Esperemos que sea muy pronto…

Y a vosotros, ¿os cuesta más ahora leer emociones?, ¿conocíais estos trucos? ¡Contádme! 🙂

 

¿Por qué hay un ambiente festivo en plena pandemia?

Cuando estamos viendo una película de terror agazapados en el sofá y percibimos que se acerca ‘el susto’, cerramos los ojos, es lo único que tenemos que hacer para no sentir miedo, podemos escuchar el estruendo o el grito desgarrador de la actriz, pero no nos estremecemos si no vemos lo que ocurre en la pantalla.

Fotografía EFE / SALAS

Fotografía EFE / SALAS

Este mecanismo es adaptativo, ya que el estímulo que nos asusta en el cine no es real, pero no mirar y no sentir miedo ante situaciones auténticas puede hacer que adoptemos decisiones muy arriesgadas para nuestra propia supervivencia, porque el peligro sigue ahí, delante de nosotros, no desaparece, a pesar de que apartemos la mirada.

Ignorancia, ceguera, desinformación y falta de conciencia global.

Los 4 jinetes del apocalipsis que se han adueñado del período del estado de alarma y del inicio de la desescalada tras el confinamiento.

La mejor defensa, no solo para afrontar una pandemia mundial sino para todo en la vida, sin duda, es la información. La única que nos puede mostrar qué alcance tiene lo que estamos viviendo, qué herramientas y estrategias debo adoptar para superarla, qué decisiones son las más acertadas.

Más de 25.000 muertos en nuestro país. Hemos atravesado una epidemia muy grave, con unas consecuencias devastadoras, entre aplausos, risas, música en los balcones, anécdotas bonitas, actos solidarios, juegos entre vecinos, con humor y memes en redes sociales. Proyectar todo el tiempo esa imagen no corresponde.

No lo desprecio, ni lo rechazo por supuesto, fue necesario, mejoró nuestra adaptación, ayudó a muchísimas personas que sufrían por estrés o soledad, pero esta actitud positiva, festiva, no nos puede arrastrar a una fantasía, debemos relativizar e incluso desdramatizar lo vivido pero no podemos frivolizar y perder el contacto con la realidad, sobre todo, porque esto nos pone en riesgo, que es lo que está ocurriendo ahora.

¿Cómo vamos a cumplir las nuevas normas? ¿Cómo vamos a respetar los horarios que corresponden? ¿Cómo cumplimos con las medidas de protección y prevención del contagio? 

Lo visto en medios de comunicación era parcial, con una tragedia blanqueada, como una película de terror sin sustos, ni malos, ni víctimas.

Nadie ha visto morgues, ni el sufrimiento de las familias de pacientes enfermos o de fallecidos, sin despedidas, ni funerales, nadie ha visto los hospitales, ni los casos de las personas que fueron despedidas de sus trabajos, o empresarios que tuvieron que cerrar sus negocios. No ha habido luto, ni banderas a media asta, ni crespones negros.

No se trata de dar un espectáculo televisivo, de morbo sin escrúpulos ni respeto, pero sí del derecho a la información completa, veraz, a la toma de conciencia, porque por desgracia, el ser humano no aprende por experiencia ajena, a pesar de internet, de redes sociales, de un mundo conectado.

No creemos en lo que no vemos.

Según los estudios, de hecho, el cerebro humano procesa de manera más rápida y eficaz los estímulos emocionales en situaciones de peligro. Nuestra atención, nuestro aprendizaje, nuestra memoria, todo se asienta en la carga emocional, y no la hemos tenido, porque solo hemos oído hablar de números, curvas y picos. Datos, lógica, gráficas, estudios, no vimos caras, dolor, tristeza, duelo, pérdida, pánico.

La desinformación y la controversia tienen consecuencias nefastas. No nos han dejado concienciarnos, no hemos visto el peligro, y ahora retratamos la irresponsabilidad, toca salir en banda, viajar a una segunda residencia, deportistas en grupo, no respetar los horarios, incluso botellones en la calle.

Son las consecuencias, ojo, esperables aunque no justificables. Tenemos el derecho a que nos protejan, pero, también la responsabilidad personal de contribuir a la solución, sin la inmunidad del rebaño. A pesar de todo tenemos un deber cívico que cumplir y anteponer un bien común frente a las actitudes egoístas.