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¿Mentirse a uno mismo? Sí, pero poco

Nos resulta imposible no mentir. Todos lo hacemos, con mejor o peor intención. Una investigación de la Universidad de Massachusetts, con estudiantes universitarios, encontró que el 60% mintió al menos una vez durante una conversación cotidiana de 10 minutos; muchos mintieron varias veces, pero normalmente la motivación para hacerlo no era del todo maligna:

Con los desconocidos, intentaban parecer más agradables y competentes de lo que eran, se vendían mejor… ¿Realmente esto también sería una forma de autoengaño, verdad? Para reforzar nuestra dignidad y amor propio, queremos parecer mejores de lo que sabemos que somos.

Fotografía CCO

El autoengaño, o el arte de mentirse a uno mismo, es una estrategia que utiliza nuestro cerebro de manera inconsciente, según los estudios, también todos lo hacemos en algún momento y normalmente es un mecanismo de defensa inofensivo, pero a veces puede causar serios problemas.

El autoengaño adaptativo (no perjudicial) se manifiesta por ejemplo cuando no conseguimos una meta importante para nosotros e intentamos minimizar el asunto para sobrellevarlo mejor.

En pequeñas dosis y con baja frecuencia este pensamiento es beneficioso, pero si se repite puede mantenernos en una zona de confort infinita y evitar que arriesguemos, que cambiemos, que tomemos decisiones importantes, que evolucionemos o que asumamos nuevos retos. Nos inmoviliza y esto es limitante y peligroso.

En otras ocasiones, mentirnos a nosotros mismos nos sirve para proteger nuestro ego y autoestima, pero esto tampoco es saludable porque nos aleja de pulir aquellos defectos o comportamientos que realizamos de manera poco adecuada.

Por ejemplo, justificamos que somos muy celosos solo porque nuestra pareja nos da motivos. Esta falta de autocrítica y autoconocimiento nos evita crecer y superar ciertos rasgos desadaptativos.

El psicólogo Arthur C. Brooks afirma que: «La verdadera felicidad comienza cuando te dices la verdad, incluso cuando duele. Engañarse a sí mismo no debería tener sentido lógico».

Y es cierto que todo el mundo se autoengaña en algún grado, pero no por ello es un hecho inofensivo. En niveles altos, se asocia con mala salud mental. En niveles moderados, puede protegernos temporalmente de los sentimientos negativos, pero aún existe una barrera para el profundo bienestar: el que proviene de vivir con integridad.

Fingir para conseguir un objetivo es positivo, fingir para siempre, ya es otra cosa. Es decir, si hablar en público no es tu fuerte, puedes tratar de aumentar tu coraje antes de una presentación diciéndote a ti mismo: «¡Vamos, yo puedo, soy un gran orador!». Te ayuda, te potencia, te da energía.

Pero el autoengaño se vuelve francamente peligroso cuando se bloquean verdades que son dolorosas pero importantes de enfrentar, como una relación abusiva o una adicción, manteniendo la dependencia y negando la necesidad de tratamiento.

En el año 2016, descubrieron que los adictos al alcohol y las drogas mostraban puntuaciones elevadas de autoengaño, incluida la negación activa («Puedo dejarlo cuando quiera») y amnesia selectiva («No estaba borracho anoche»).

Parece que en la receta de la felicidad, debemos añadir solo una pizca del ingrediente del autoengaño para proteger nuestros sentimientos y hacernos la vida algo más fácil. El autoconocimiento y el análisis de la realidad es fundamental para nuestra salud y para evitar situaciones peligrosas para nosotros y los demás.

 

*Fuentes:

Autoengaño: una introducción

Quit Lying to Yourself

 

Miénteme si te atreves: las claves de la detección de la mentira

En este blog escribo sobre psicología, comportamiento no verbal, perfiles de personalidad, análisis de conducta y testimonios, comunicación… pero sin duda lo que más interés suscita siempre es hablar de la mentira. Porque es algo natural, innato en nosotros, mentir, pero también no querer ser engañados. Los entresijos de la mentira nos atraen y repelen a parte iguales.

Miénteme... si te atreves: claves para detectar la mentira

Miénteme… si te atreves: claves para detectar la mentira

Si sois asiduos a mis artículos ya sabréis que no existe la receta mágica para detectar la mentira, no hay nada infalible, nada. Si bien es cierto, que conocer ciertas señales conductuales, verbales, no verbales, contextuales, etc, nos pueden ayudar a desconfiar y seguir indagando.

Mi colega de profesión José Luis Martín Ovejero ha reunido muchas de las investigaciones científicas sobre el estudio del comportamiento humano y la mentira en un libro que se convierte en un manual imprescindible si deseas adentrarte en este apasionante mundo.

Explicado de forma sencilla, encontramos numerosos e interesantes resultados de los grandes experimentos sobre el engaño:

Por ejemplo, la influencia de la mentira en el desarrollo de una sociedad, encontrando que los grandes engaños (robar, herir) conducen a la desintegración de las comunidades, pero las mentiras piadosas (para no dañar o hacer sentir bien a alguien) tienen el efecto contario, las conexiones entre las personas mejoraban con el tiempo gracias a estas.

Que, en algunos casos, la mentira hasta puede beneficiar nuestra salud, se ha demostrado que ‘falsear’ nuestra edad, quitándonos unos añitos, genera una mayor expectativa de vida con una tasa de mortalidad más baja.

O que se ha llegado a la conclusión de que a la hora de detectar mentiras, todos somos iguales,no existen diferencias significativas de género, edad, nivel educativo, experiencia… Aunque sí se desgranan ciertos matices al respecto, así como la aplicación en casos muy cotidianos, también relacionados con personajes famosos del mundo de la criminología, la política o el deporte, ni el Papa se escapa del análisis.

Interesante, ¿verdad? Si se os ha despertado el gusanillo, esta tarde el autor estará firmando en la Feria del Libro de Madrid, en las casetas de la editorial Aguilar, una buena oportunidad para comentar con él vuestras inquietudes y conocer a un profesional brillante.

 

¿Mentimos más y mejor con mascarilla?

Parece que las mascarillas han llegado para quedarse, al menos hasta que tengamos el remedio definitivo contra el virus. Este nuevo elemento sobre el rostro ha cambiado por completo nuestra forma de comunicarnos, ahora las sonrisas solo se ven en la mirada y nos cuesta detectar expresiones emocionales tan reveladoras como el asco o el desprecio, que solo se aprecian en la zona media y tercio inferior de la cara.

Fotografía de uso libre Pixabay License

Fotografía de uso libre Pixabay License

No hay fórmula infalible para detectar a un mentiroso observando las expresiones de su rostro, pero sí que ciertas emociones nos daban pista de algún signo de tensión, incomodidad, falsa sonrisa, o de la fuga de alguna expresión contraria al mensaje verbal que se pronunciaba.

Ahora sabemos que tenemos una pantalla que nos ‘protege’ de estas filtraciones no verbales y por tanto nos es más sencillo ocultar ciertos pensamientos o sentimientos internos. Podríamos decir que sí, que nos es más fácil mentir.

Mentir es una acción complicada, necesitamos recursos multitarea para inhibir la verdad, inventar otra versión, controlar lo que decimos y lo que hacemos con nuestro cuerpo y además intentar adivinar si la otra persona nos está creyendo analizando su reacción… Ahora, tenemos un elemento menos que controlar, las emociones en nuestro rostro están protegidas y podemos centrar más energía en controlar la parte cognitiva, por ejemplo.

El uso de la mascarilla nos hace sentir más seguridad a la hora de engañar, sabemos que ahora tenemos un elemento que tapa los gestos de nuestro rostro que no pensamos, los que salen de forma natural en las caras que mienten.

La pregunta entonces es: ¿cómo podemos fiarnos de alguien en estas condiciones? Muchos dirán que mirando a los ojos. La neuropsicóloga Judy Ho advierte que «Hay una creencia natural en nosotros al pensar que todo está en los ojos, sin embargo, cuando alguien baja o aparta la mirada, por ejemplo, no quiere decir que necesariamente esté mintiendo, sino que podría significar que no se siente del todo cómodo. Hay muchas emociones en juego cuando alguien aparta la mirada».

No solo debemos fiarnos de la comunicación no verbal en el rostro como indicador para detectar mentiras. La palabra clave para averiguar un engaño es: cambios. Si estamos ante un total desconocido, nos resultará muy complicado localizar sus mentiras porque no tenemos referencias anteriores sobre la forma de comportarse de esa persona.

Pero si estamos ante alguien a quien conocemos bien, tenemos que fiarnos de nuestra capacidad para evidenciar que no está actuando como siempre, que ante una determinada pregunta se altera su estilo de comunicación de repente. No podremos saber si nos engaña directamente, pero los cambios en su conducta habitual ya nos dará pistas sobre si hay tensión, evasivas, incomodidad, etc, en una situación específica.

Lo tenemos más difícil pero no es imposible! 🙂

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¿Mentir es bueno para la salud?

La mentira es una parte más de nuestra vida diaria. Todos mentimos, unos más que otros y por diferentes motivos. Aunque, esto es indudable, la mentira es necesaria para un buen engranaje social, es una conducta adaptativa, pero, ¿engañar tendría efectos negativos en nuestra salud?

Fotografía Free to use – Pexels.

Este planteamiento ha tenido una respuesta afirmativa en un estudio realizado por investigadores de la Universidad americana de Notre Dame y cuyos resultados han sido presentados en la 120ª Convención de la Asociación Americana de Psicología. Uno de los datos más llamativos fue la media de mentiras por semana que verbalizaban los americanos: 11 mentiras.

Durante 10 semanas analizaron las respuestas de 110 personas ante ciertas situaciones. La mitad de ellas fue entrenada para decir menos mentiras. Precisamente, este grupo fue el que, según Anita E. Kelly, profesora de psicología en dicha universidad y autora principal del estudio, «presentó mejoras significativas en su salud«. Tales beneficios iban desde menos sentimientos de tensión y melancolía a un menor número de cefaleas y molestias de garganta.

Tampoco se puede afirmar que ser sincero será saludable, bien es cierto que reduce los estados de estrés y ansiedad, pero hay que encontrar el equilibro, ya que con la verdad también se puede dañar y dañarnos a nosotros mismos, ya lo comentamos en este blog, en el artículo sobre el ‘sincericidio‘.

¿Qué opináis?

Como se suele decir… «¿la confesión es buena para el alma?»

 

No, el ‘efecto pinocho’ para detectar mentiras no existe

Hace años la Universidad de Granada ya publicó un artículo sobre el ‘efecto pinocho’, basado en la técnica de la termografía, según la cual, cuando una persona miente, la temperatura de la punta de su nariz desciende, y la de su frente aumenta, según el estudio, cuanto mayor sea la diferencia en este cambio de temperatura entre ambas regiones de la cara, más probable es que esa persona nos esté engañando. La razón de esta asociación, según ellos, es que:

«Cuando alguien miente, se produce una respuesta emocional en su cuerpo, la ansiedad, que se manifiesta en la temperatura de la nariz. Pero también se produce una respuesta cognitiva, porque para mentir tenemos que pensar, planificar nuestras excusas, analizar el contexto…, y esto nos provoca una carga cognitiva o una fuerte demanda de control atencional que se traduce en un aumento en la temperatura de la frente”.“Para mentir hay que pensar, y por eso aumenta la temperatura de la frente, pero también nos ponemos nerviosos, algo que provoca un descenso de la temperatura de la nariz”.

Fue toda una revolución, todos los medios se hiceron eco, y me alegro que trascienda todo lo que tiene que ver con la investigación en el ámbito de la mentira, pero finalmente se transmiten datos erroneos, información inexacta y poco rigurosa, que solo hacen más que fomentar los mitos formados alrededor de la tecnología de la detección del engaño. Vemos titulares como por ejemplo: «Diseñan el detector de mentiras mas fiable hasta la fecha, basado en la termografía». Ojalá fuera cierto pero esto aún no es posible.

Los autores dicen que el éxito de esta técnica de la termografía facial es del 80%, muy superior al del polígrafo que es del 70% y por ello es la mejor tecnología que hay ahora en el mercado. Empezamos mal con tal afirmación. Suscribo totalmente las palabras que mi compañero Aurelio Cortés, experto en comunicación no verbal, ha publicado en sus redes sociales y la referencia del estudio que realizó hace años sobre el tema:

Ni el polígrafo tiene una fiabilidad del 70% según se afirma (la realidad es que su fiabilidad es próxima al azar, o sea 50%), ni la de la Termografía facial es del 80%. 
Ni el aumento de la conductancia de la piel, junto aumento del ritmo cardíaco (que mide el polígrafo), ni la variación de la temperatura de diferentes partes del rostro (que mide la Termografía facial) son indicadores de aumento de la carga cognitiva, lo cual no tiene porque necesariamente ser indicadores de que el sujeto que los experiencia, esté mintiendo, ya que existen otros varios condicionantes, como el contexto de ocurrencia del hecho, la propia personalidad del individuo, la preocupación, el nerviosismo, la tensión por la situación vivida, el querer responder adecuadamente, etc. 


La ilusión de que cuando mentimos «nos crece la nariz» es solo una bonita metáfora del cuento de Pinocho.
A la detección de la Mentira se llega por caminos científicos, mucho más estructurados y complejos, que nunca nos darán la certeza absoluta de si el sujeto está mintiendo o no.
Por tanto, seguimos en la vida real sin poder ver «como crece la nariz de Pinocho cuando se está mintiendo».
Os recomiendo leer el artículo de investigación, que realicé hace un par de años, sobre la Termografía Facial y su aplicación a la detección de la Mentira, se encuentra en la web Mentirapedia