Anoche se celebraba el primer debate político a cuatro antes de las elecciones del 28 de abril, hoy podremos compararlo con el segundo. Tal y como apuntaba el propio Pedro Sánchez, en varias ocasiones durante el debate, ojalá tuviéramos un detector de mentiras y verdades para saber con certeza quién miente y cuándo.
Y yo respondería, todos y ninguno. El objetivo es segmentar la información y fijar el discurso en los datos que interesan a cada uno. Por esto, todos hablan con convicción soberana. Sin embargo, sí que podemos analizar actitudes y cambios en el comportamiento de cuatro perfiles muy expuestos y por tanto muy estudiados.
En cuanto a comunicación y proyección de alto impacto destacó sobre los demás Albert Rivera, con el rol más protagonista y combativo; hábil y ocurrente recriminaba y rebatía a cada oponente, atacaba y repartía para todos. Ha evolucionado notablemente en lo que a gestualidad se refiere, en anteriores debates se apreciaba descontrolado, nervioso y perdido, pero ha adquirido tablas y ahora brilla en la contienda política.

En esta ocasión, se muestra más sereno y abierto, repleto de gestos ilustradores que le benefician en credibilidad. Dos momentos destacados, la expresión facial de desprecio muy intenso al hablar de Echenique, llamativo; y un momento de cierre y agresividad al hablar de la situación de Cataluña, es el tema que más le afecta a nivel emocional y su cuerpo reacciona cerrando los puños con fuerza, acompañados de expresiones de asco que señalan el profundo rechazo que experimenta. La proyección en la comunicación ha sido muy espontánea durante todas sus intervenciones, salvo en el minuto final, demasiado teatral y artificial, ha roto su línea de comportamiento más natural y ha dejado un mal regusto postizo al final que no le beneficia.
Pablo Casado ha roto con el tono elevado que ha mantenido durante toda su campaña, intuyo que para compensar, y se ha mantenido en un plano más secundario, excesivamente moderado. Muy sereno y positivo, demasiado, ya que sonreía constantemente, hasta en los momentos en los que no correspondía. Se proyectaba extraña su emocionalidad.

Si bien es cierto, que de esta manera no arriesga, no le captamos expresiones negativas, ni ira, ni asco, ni desprecio hacia sus rivales de campaña, actitud que transmite positividad, optimismo, pero sobre todo, seguridad. Eso sí, le resta naturalidad ya que cae en la incoherencia entre situación-emoción, no es lógico que si nos recriminan o acusan justa o injustamente, la respuesta sea una sonrisa.
La palabra para describir la comunicación no verbal de Pablo Iglesias es la de ‘desconcertante’. Fue el gran ausente del debate, es el que más ha cambiado su gestualidad y conducta. Su evolución ha sido bastante insólita, recuerdo a un Pablo muy ‘cañero’ a nivel comunicacional, con emociones intensas, gestualidad marcada y tono revolucionario, marca registrada Pablo Iglesias que ha desaparecido y se echa de menos. Anoche su conducta distaba mucho de esta imagen. Si bien, de esta manera, su mensaje calaría en otro sector de la población más indeciso con Podemos.
Por un lado, el tono de voz era muy bajo y a un ritmo muy pausado, estaba sereno, defendía los mensajes con calma y tranquilidad. Este rol mediador y conciliador puede ser un papel muy positivo pero choca con la parte más innata de la personalidad de Iglesias, con su esencia, con la parte a la que estamos acostumbrados de él y llegaba y revolucionaba al votante, traspasaba la pantalla; el cambio es abrumador e inquieta al espectador. Llamativo también el gesto de la mano en el bolsillo, casi desde el principio hasta el final de su aparición, un gesto de proyección complicada, ya que no se puede interpretar de otra forma que con desidia, indiferencia y estado emocional apocado.

Realmente no le conviene perder su fuerza y energía, la imagen proyectada es derrotista, desinflada, y cansada. Sí que se mantiene fiel al ceño fruncido constante, fruto de la ira pero también de la concentración y el esfuerzo mental visible. Sorprende las numerosas referencias a la Constitución, ha abusado demasiado de este recurso que hubiera estado correcto como única vez, como una herramienta más, pero cayó en el exceso, pareciera que no tuviera más argumentario.
Pedro Sánchez estuvo repetitivo y poco fluido en el discurso verbal, se mantuvo solemne, muy presidencial, sin entrar, en general, en confrontaciones directas ni respuestas comprometidas. La ira y la represión emocional se aprecian en la tensión de la mandíbula, la apretaba sin parar cuando hablaba Pablo Casado y sus gráficas de datos. Sus intervenciones estaban demasiado encorsetadas en la preparación previa, no seguía el flujo de toma y daca propio de un debate electoral, prácticamente cayó en el mitin sin más.
El momento de más intensidad emocional de Sánchez fue su expresión emocional de asco hacia el líder de Ciudadanos, al confesar que se sentía muy decepcionado con él. Realmente lo sentía, su rostro se tornó en una gran mueca de desprecio, mirada de medio lado e ira. Profundo rechazo hacia Rivera y, efectivamente, gran decepción y enfado hacia él.

Esta noche podremos comparar, solo espero que se ‘suelten’ más y dejen de lado la férrea imagen de control y preparación excesiva. Naturalidad ante todo.
¿Y a vosotros? ¿Qué os pareció el debate? ¿Algún claro ganador o perdedor?