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Coronavirus y harina: La repostería también tiene efectos terapéuticos

Tras el desabastecimiento del papel higiénico y de productos de limpieza (‘linkea‘ para acceder al análisis psicológico de estos comportamientos) hemos pasado a la misión imposible de encontrar harina y levadura en el supermercado.

Las reacciones ante el coronavirus son insospechadas pero todo (o casi) tiene su porqué.

Para una muestra solo hay que dar una vuelta por redes sociales. Nuestros amigos y familiares no paran de subir a sus perfiles bizcochos recién horneados, pan artesanal, tartas, magdalenas y galletas caseras…

De repente vivimos en el boom de la repostería por coronavirus.

Las estadísticas nos dan el dato: El consumo de harina se ha disparado hasta un 196% con respecto a semanas anteriores. ¿Qué nos lleva a realizar frenéticamente esta actividad durante el confinamiento?

La razón más obvia es que se trata de una actividad útil pero ociosa que ocupa nuestro tiempo y que podemos compartir en familia, puede ser entretenida y muy divertida para los más peques de la casa.

Consumir dulce (con moderación) es beneficioso para nuestra salud mental.

La repostería es una tarea relativamente sencilla, estructurada y demandante de toda tu atención.

La cocina, y la repostería en concreto, nos hace no pensar en nada más, nos focaliza plenamente en una actividad, por lo que incluso se suele recomendar practicar esta actividad como terapia psicológica para tratar ciertas enfermedades mentales.

En estos tiempos de estrés, ansiedad e incertidumbre, nuestro sistema de recompensa se dispara. Nuestro cerebro nos pide ‘caprichos’ para equilibrar la balanza de emociones y experiencias dispares.

Nos apetece comer dulces y saltarnos la dieta porque esto nos ayuda a sentirnos mejor, nos damos un premio y calmamos la ansiedad a corto plazo.

John Whaite, ganador en 2012 del reality show The Great British Bake Off y diagnosticado de trastorno bipolar desde 2005, contaba a la BBC que, aunque obviamente cocinar no cura su trastorno pero sí que le ayuda a sobrellevarlo.

“Cuando estoy en la cocina, midiendo la cantidad de azúcar, harina o mantequilla que necesito para una receta o cascando la cantidad exacta de huevos, siento que tengo el control. Esto es muy importante, porque una de las claves de mi trastorno es el sentimiento de que no tienes control”.

Así que… ¡Seguid con la repostería! Las actividades creativas nos ayudan a relajarnos, afectan positivamente a nuestras emociones y nos proporcionan una sensación de control y crecimiento personal.

Eso sí, no olvides combinar el consumo de dulce con actividad motora intensa. Practica ejercicio en casa. Ambas actividades forman la combinación perfecta para pasar lo mejor que podemos esta extravagante etapa que nos ha tocado vivir.

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*Referencia: María Arranz para Freedamedia.es

¿Por qué nos da por limpiar en casa durante el confinamiento?

Las reacciones colaterales a esto de la cuarentena durante la amenaza del coronavirus son variopintas. Además de las curiosidades que ya analizamos sobre el acopio de papel higiénico, nuestras casas están totalmente relucientes, como los chorros del oro.

¿Por qué actuamos de esta manera?

Nuestros hábitos y conductas se han visto alterados de forma repentina, esto no es fácil de gestionar. En algunos hogares se ha quedado solo una persona, en otros una pareja, pero hay viviendas que se han transformado en el refugio obligado de familias numerosas, en ocasiones, en espacios reducidos.

Y aunque la casa o el piso sean grandes… ¡qué pequeña nos parece de repente!

Para que la convivencia sea buena los espacios tienen que estar ventilados, limpios y ordenados. Nuestro cerebro necesita una armonía visual para equilibrar el caos interno de emociones y sentimientos estresantes. Por esto, organizamos nuestro hogar constantemente, mucho más de lo habitual.

La incertidumbre, la confusión ante la información contradictoria, la preocupación por la salud, por el trabajo, por la economía, generan un estado alto de ansiedad e indefensión.

Ante esta situación, de nuevo nuestro cerebro se pone en marcha, y quiere ocupar la mente, te genera la necesidad de seguir llevando una rutina, sea cual sea.

Precisamos sentirnos útiles, aprovechar el tiempo, así que no nos queda otra que reparar aquello que siempre está pendiente en casa, cocinar con dedicación y sin prisa esa receta que nunca teníamos tiempo para preparar, cambios de armario, reorganizar cajones y limpiar, limpiar mucho.

Porque además de que tenemos tiempo para ello y nos reconforta visualmente, también descargamos la inquietud por la adecuada higiene y desinfección de la casa que en este momento es tan importante y nos recomiendan. Nos da seguridad y sosiego ante esta situación agónica.

Y no nos olvidemos que, a su vez, cuando limpiamos nos activamos, movemos al cuerpo, generamos actividad motora que también nos demanda el cerebro en un intento por igualar la acción de estos días con la que hemos acostumbrado a nuestro cuerpo en la rutina habitual.

Mi querida compañera Melisa Tuya me planteaba este tema recordando un antiguo artículo suyo, éste habla sobre las mamás que durante el embarazo desarrollan un  instinto de nido, como las gallinas. Preparan la llegada del bebé hasta el último detalle y sienten el impulso de dejarlo todo limpio y ordenado. Realmente es lo mismo, puro instinto animal que no lleva a salvaguardar el bienestar de la familia, sea del tipo que sea.

 

No me gusta salir de fiesta, ¿por qué nadie lo entiende? #Introversión

La introversión, ese gran desconocido y maltratado rasgo de personalidad que genera una enorme incomprensión en el mundo social. Parece que está más aceptado ser extrovertido que introvertido, que lo primero tiene una imagen asociada más positiva, más optimista, más líder, exitosa, carismática… Y que la segunda ha adquirido injustamente un significado negativo, inferior a la primera en todos los sentidos. Nada más lejos de la realidad.

Disfrutas de la soledad, eres reflexivo, independiente, te agrada la tranquilidad, en lugar de grandes fiestas prefieres encuentros más íntimos y cenas entre amigos, no te gustan las conversaciones banales… Sí, probablemente seas introvertido. Quizás también es probable que durante toda tu vida hayas deseado ser más extrovertido/a o que incluso tus padres intentaran que lo fueses, también tu pareja o amigos en la etapa adulta, y que te hayan tachado de ser tímido en muchas ocasiones.

El cerebro de un introvertido funciona de manera diferente. Saber esto es fundamental para entender que ser introvertido no es una elección, un estado de ánimo, una característica que se pueda revertir. La persona que puntúa alto en el rasgo de introversión puede adaptarse con la edad y las circunstancias y moverse por la nube de puntuaciones de este rasgo pero jamás podrá ser extrovertido y viceversa (salvando hechos traumáticos o trastornos físicos o mentales de gravedad).

Nuestra anatomía cerebral y ese universo neuronal tan complejo y único de los seres humanos y mamíferos más evolucionados, también determina cómo somos y por qué somos como somos. Una de las diferencias del cerebro introvertido es una menor necesidad a la hora de buscar experiencias estimulantes. Este perfil de personalidad no ‘necesita’ socializar continuamente para sentir felicidad. La ‘culpable de ello es la dopamina.

Los introvertidos son mucho más sensibles a la dopamina y la acetilcolina que los extrovertidos. Les basta un nivel muy bajo para sentirse bien, para percibir motivación. Por el contrario, si hay un exceso de estimulación externa, lo que sentirá la persona introvertida es estrés y ansiedad.

Tal y como ya conocemos, nuestro sistema nervioso se divide en dos: sistema nervioso simpático, que se encarga de respuestas relacionadas con la acción gracias a la adrenalina, y el sistema nervioso parasimpático, que regula las funciones más relajadas (sueño, digestión, etc).

Todos hacemos uso de ambos en nuestra rutina diaria, pero la personalidad dominada por la introversión tiene una tendencia mayor activar el sistema parasimpático, regulado por el neurotransmisor de la relajación (acetilcolina). Por ello, se encuentran mejor en reposo, su bienestar depende de ‘actividades inactivas’ (cine, lectura, pintura, música relajante, museos, naturaleza…)

El cerebro de un introvertido tendrá un procesamiento del entorno con un ritmo más cauto, por un lado serán lentos en tomar decisiones y caigan en un laberinto de ideas y pensamientos excesivos que le impidan ser ágiles mentalmente, pero también tomarán determinaciones más meditadas, por lo que serán más certeros, firmes y se arrepentirán menos de sus actuaciones. ¿A qué se debe esto?

La doctora Inna Fishman, del Instituto Salk para Ciencias Biológicas de California, realizó un interesante estudio que demostró a través de resonancias magnéticas algo revelador: el proceso de pensamiento de la personalidad introvertida sigue un camino más largo que el de las extrovertidas. Es el siguiente.

  • Área frontal derecha de la ínsula, relacionada con la empatía, la autorreflexión y el significado emocional.

  • El área de Broca, encargada de regular el diálogo interno.

  • Lóbulos frontales derecho e izquierdo, responsables de planificar, evaluar ideas, expectativas, etc.

  • El hipocampo izquierdo, una estructura que media en nuestros recuerdos emocionales.

Las personas introvertidas no son, necesariamente, más inteligentes que los extrovertidos, al menos en lo que a cociente intelectual se refiere. Sin embargo, las investigaciones indican que son capaces de procesar una mayor cantidad de información, siempre y cuando estén en un entorno tranquilo, de lo contrario se bloquean y se produce el efecto contrario.

Y es que la actividad eléctrica en el cerebro de las personas introvertidas es mayor de la que se aprecia en los extrovertidos, lo que indica una mayor activación cortical, por tanto se ven obligados a limitar la cantidad de estímulos que provienen del medio para mantener un nivel óptimo de excitación cerebral y no colapsarse.

Se ha demostrado en cientos de investigaciones que la forma de ser está en nuestro ADN y no podemos estigmatizar al otro porque las características que le definan sean distintas, incluso opuestas, a las de uno.

La felicidad de un niño introvertido estará en que sus padres le acepten tal y como es y entiendan que no quiera tener sesenta amigos ni ir a fiestas de cumpleaños multitudinarias, y no por ello serán niños aislados, ni de adultos se convertirán en personas hurañas y desadaptadas. Ya de mayores, igual ocurre con las relaciones y vínculos que establecemos con los demás, no hay nada más bello que complementarse con tu pareja o amigos, admirar aquello que le hace único, especial y contrario a ti y que juntos encontréis el equilibrio que funcione, que os aportéis el uno al otro y que cada uno utilice sus habilidades cuando el otro no las tenga y más las necesite.

¿Y tú de quién eres? 🙂

 

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*Referencia: El cerebro de un introvertido – La mente es maravillosa.

 

 

Contar hasta 10 cuando estamos enfadados… ¡Funciona!

La ira es una emoción básica, genética, primitiva, universal; es una de las sensaciones que se viven con mayor impulsividad, aparece de 0 a 100, es una de las más intensas y genera cambios importantes en nuestra fisiología, aumenta nuestro ritmo cardíaco y la presión sanguínea, nuestra adrenalina se dispara y nos posee la impaciencia, la necesidad inmediata de resolver aquello que nos frustra.

La ira es la única emoción que consigue anular nuestra razón, nos obnubila, paraliza nuestro pensamiento más humano y nos catapulta a la conducta de actuación más ‘animal’.

Diez segundos. Aproximadamente este es el tiempo que tarda la información que percibimos desde nuestra vía del cerebro más primitiva, más emocional, a una vía más racional, a la corteza cerebral, nuestra estructura más evolucionada. Ese lapso de tiempo es el que nos separa de actuar de una manera impulsiva o que nos frena para actuar de una forma más meditada, ‘pensándolo dos veces’ antes de decir o hacer algo de lo que nos podamos arrepentir.

Este camino rápido de procesamiento de la información que nos hace actuar sin pensar puede parecer una lacra, pero nada más lejos de la realidad. Esta ‘mecha corta’ es menos precisa pero muy rápida y nos ha ayudado a sobrevivir y reaccionar de forma casi automática ante fuertes amenazas y situaciones peligrosas.

Imaginaos si nuestros antepasados cavernícolas vieran a una voraz bestia acercándose hacia ellos y se pararan a meditar y decidir sobre si ese estímulo que están viendo es malo o no, hubiera desaparecido nuestra especie. En cuanto el cerebro percibe una posible amenaza nos activa un sistema de lucha o huída instintivo que nos permite reaccionar sin necesidad de reflexión.

Por tanto, contar hasta diez antes de responder a algo que consideramos una gran afrenta o amenaza es un útil consejo que en muchas ocasiones conviene seguir, en muchas ocasiones. Sin embargo, las respuestas impulsivas se han conservado porque nos ayudan a evitar males mayores.

Fijaos que hablamos de amenazas físicas que atentan contra nuestra supervivencia, la vía corta funciona, pero, ¿qué ocurre con las amenazas psicológicas? Éstas también activan rutas parecidas que desembocan en una respuesta de lucha o huída, igual que una amenaza física. Por ejemplo, la valoración de nuestro trabajo por parte de nuestro jefe, o en el ámbito familiar, la respuesta a una crítica.

Aquí sí que conviene respirar hondo y contar hasta diez. El motivo es que, el aprendizaje emocional, la forma en la que respondemos en situaciones que consideramos amenazantes, aunque sean psicológicas, depende de rutas que no pasan por la corteza cerebral, como explica Joseph Ledoux en “El cerebro emocional”.

La corteza cerebral, también denominada neocórtex, es la estructura responsable del pensamiento, el razonamiento y la consciencia. Por eso, en estos casos, antes que contestar impulsivamente (vía amígdala), es preferible contar hasta diez y dar tiempo a que el lóbulo frontal tome las riendas y elabore una respuesta más meditada.

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*Fuente de consulta: ABC Ciencia.

Del amor al odio hay solo un paso (la ciencia lo confirma) #SanValentin

No hablo de parejas que se desgastan por la rutina, relaciones en las que el amor se desvanece poco a poco hasta que el sentimiento pasional desaparece. Hablo de dos personas que se quieren con intensidad y tras un episodio más o menos grave se instaura una semilla venenosa de odio que crece sin remedio, en forma de rabia explosiva, ira, reproches, venganzas y desprecios.

Aunque no lo parezca, odio y amor no son dos estados tan opuestos, realmente lo contrario del amor sería la indiferencia.

Cuanto más profundo es el amor, más profundo será el odio cuando la relación se rompa, así lo demuestra el estudio publicado en la revista Frontiers in Psychology; y es que tanto el amor como el odio comparten algo muy importante: la intensidad emocional.

Ambos sentimientos son muy fuertes y están involucrados en el mismo procesamiento neuronal en el cerebro, conocido como el ‘efecto de excitación de la emoción‘. Esto es, las emociones más potentes y voraces comparten una misma vía de recorrido en el cerebro y por ello es sencillo ir de un extremo a otro, se procesan por el mismo circuito.

Lo vemos continuamente, del amor al odio hay sólo un paso, por lo que no es extraño que algunas de las estructuras cerebrales que se activan para el odio lo hagan también cuando las personas se enamoran románticamente. Utilizando la resonancia magnética funcional el neurocientífico Semir Zeki estudió a 17 personas elegidas por profesar odio a alguien, como a un ex-amante, a un compañero de trabajo, o incluso a un político.

Observó que estructuras como el putamen y la  ínsula se activaban en el cerebro de esas personas tanto para estímulos relacionados con el odio como para estímulos relacionados con el amor romántico, lo que podría justificar al menos en parte y biológicamente la relación entre ambos. Curiosamente, el putamen se activa también en la preparación de conductas agresivas en el contexto amoroso.

Pero no todo son coincidencias, pues también se ha observado que la corteza prefrontal asociada al juicio y razonamiento que se desactiva en el amor, no lo hace tanto cuando lo que sienten las personas es odio. Como si el odio requiriera conservar la capacidad de razonar para calcular mejor cómo proceder contra el odiado, o para mantener los pensamientos que lo alimentan y lo incrementan.
Zeki dice que, mientras en el amor romántico, el enamorado suele ser menos crítico y juzga menos al amado, es más probable que en el contexto del odio el odiador ejercite juicios y cálculos para herir, injuriar o vengarse. 
Feliz día de San Valentín enamorados y enamoradas de lo que sea o de quién sea… 🙂

«Yo no juzgo a alguien por su aspecto.» Sí, sí lo haces

«Qué más me da la ropa que lleve o su peinado, yo no me fijo en eso»… Imposible.

Lo he escuchado muchas veces y lo he leído repetidamente en los comentarios de este blog en los últimos análisis de comunicación no verbal sobre Pablo Iglesias por ejemplo, o anteriormente en otras entradas de políticos o personas públicas.

Podemos querer no hacerlo, pero es un acto involuntario de nuestro cerebro, que nos ha sido bastante útil, por cierto, para evolucionar e incluso para sobrevivir. Nuestro cerebro necesita constantemente realizar inferencias y predicciones sobre los que nos rodea, para ello toma los pocos datos de los que dispone visualmente cuando por primera vez tenemos delante a un desconocido.

Su postura, caminar, sus gestos, su expresión emocional en el rostro, nos da información válida para saber si una persona se presenta ante nosotros en estado hostil, afiliativo, convincente, seguro, tímido, agresivo y un largo etcétera, pero también su ropa, estilo, complementos, colores o su corte de pelo.

El cerebro también toma esas referencias para complementar su ‘prejuicio’ rápido hacia alguien todavía anónimo. Además, esa primera impresión formada en pocos segundos es difícil de cambiar, se graba a fuego en nuestra mente.

Sin que nos demos cuenta, con las prendas que llevamos estamos dando muchas señales sobre lo que nos gusta, lo que valoramos y la personalidad que tenemos. Investigadores de la Universidad de Princeton, por ejemplo, descubrieron incluso que se esperaba que las personas que usaban ropa «más pija» ​​fueran más competentes que las que se muestran con otro atuendo más informal o deportivo.

El juicio rápido da un nivel completamente nuevo de la importancia sobre la formación de primeras impresiones, pero este resultado va más allá de simplemente hacernos conscientes de nuestro propio impacto en una reunión o evento importante: también indica un sesgo implícito en nuestras opiniones sobre los demás.

«Para superar un sesgo, uno no solo debe ser consciente de ello, sino tener el tiempo, los recursos de atención y la motivación para contrarrestar el sesgo», escribieron los investigadores. «Conocer un sesgo es a menudo un buen primer paso», dijo Shafir, coautor de los estudios.

«Reconocer nuestros prejuicios es una parte importante del crecimiento personal, y esta investigación y otros estudios al respecto brindan otra área importante de prejuicios sociales casi inevitables a tener en cuenta en nuestras rutinas diarias.»

Y ojo con los cambios, es la palabra clave. Un cambio de actitud, de estilo, de comunicación, de vestimenta, es la llave que abre un entendimiento más profundo de esa persona, de sus estados, fases, evolución, creencias, aprendizajes, etc.

 

 

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¿Por qué es tan difícil cambiar de opinión? La política también crea fieles adeptos

Cabe hacerse esta pregunta en el panorama político en el que nos encontramos ahora.

He escuchado, no en pocas ocasiones, que el voto electoral a un partido u otro se hace por tradición, por costumbre, incluso por el gusto o afecto hacia un representante político en concreto (obviando el resto del envoltorio), «yo es que soy muy de Pedrito», «en mi familia siempre se ha votado al PP y yo hago igual», «he votado siempre al PSOE y pase lo que pase lo seguiré haciendo».

La política también nos fideliza y nos anula el pensamiento crítico, negamos nuestra capacidad para analizar y cambiar de opinión si es que algo de lo que estamos viendo en ‘nuestro partido político’ no nos gusta.

¿Qué nos ocurre? Ceder, negociar o incluso replantearte algo que consideras parte de tu esencia es traicionarte. La resistencia al cambio es una evidencia, y no es un hecho subjetivo, renunciar a una postura o asimilar una idea contraria es un proceso que resulta realmente agresivo para nuestro cerebro.

Cuando nuestros argumentos y pensamientos son confrontados (da igual que sea por hechos contrastados) la química de nuestro cerebro experimenta los mismos mecanismos que cuando nos sentimos amenazados o en peligro. En este momento el sistema límbico toma el control sobre la parte racional de nuestro cerebro, y no importa cuan valiosa sea la nueva idea que tengamos delante o lo evidente que pueda resultar, ya que nuestro cerebro se encuentra en modo defensivo.

Así, cambiar de opinión requiere de un esfuerzo de reflexión y en ocasiones, hasta supone un verdadero acto de voluntad. Interpretamos la realidad no como es, sino como nos conviene, así que no es de extrañar que insconscientemente, al igual que sentimos rechazo por ideas que no compartimos, busquemos refugio en opiniones parecidas a las nuestras, que refuercen lo que creemos. Es entonces cuando nos adentramos en el concepto de ‘sesgo de confirmación‘, es decir, tendemos a aceptar mucho más fácilmente las ideas que ya corresponden con nuestra visión de la realidad.

Al contrario que ocurre cuando nuestras ideas son cuestionadas, cuando nuestras opiniones son valoradas de forma positiva o coinciden con la de nuestros semejantes, en el cerebro se activan los sistemas de recompensa en los que la dopamina serotonina -dos neurotransmisores que regulan las sensaciones del placer, el bienestar y la felicidad- cumplen su función haciéndonos sentir más importantes y afectando positivamente a nuestra autoestima.

La conclusión inmediata parece desoladora. ¿Renunciamos a la información? ¿Desistimos de modificar una idea que ahora vemos equivocada para no desvincularnos de nuestra comunidad cognitiva? Como indica Sloman, no hay soluciones únicas y definitivas, pero eso no significa que no haya cosas que podamos hacer. Él sugiere obligarnos a explicar cómo funcionan las cosas en lugar de describir qué nos parecen. Eso nos haría ser más conscientes de la limitación de nuestro propio conocimiento y por lo tanto más abiertos a aceptar argumentos distintos.

 

 

*Fuente: National Geographic/Ciencia

Los dos criterios que más valoramos en un líder político

Nuestro cerebro juzga constantemente a los demás, no puede dejar de hacerlo, sobre todo con desconocidos.

Es un patrón evolutivo que conservamos de nuestros antepasados cavernícolas, ya que entonces, era cuestión de pura supervivencia, era crucial averiguar si tu prójimo se mostraba confiable o no, podía matarte, robarte o ayudarte, querer formar parte del grupo a través de la afiliación emocional y todo ello se tenía que percibir e interpretar a través de la comunicación no verbal.

En nuestros días ya existe un lenguaje desarrollado y complejo para dar y recibir información, pero nuestro cerebro sigue fiándose más de las sensaciones de los primeros minutos de exposición, ya que sabe que el mensaje verbal, nuestras palabras, no es íntegro; es controlable y manipulable a voluntad.

Todos realizamos valoraciones en cuestión de segundos, en política con mayor empeño si cabe para tratar de acertar en nuestra importante ‘apuesta’, pero ¿qué es lo que analizamos exactamente?

La profesora de Harvard, Amy Cuddy, ha realizado estudios longitudinales durante más de 15 años y los primeros resultados son claros, los dos rasgos que queremos ver en los demás, sobre todo si va a gobernar nuestro país, son la ‘calidez’ y la ‘competencia’. Nuestro cerebro trata de indagar continuamente si tiene estos dos rasgos a través de dos preguntas: ¿Puedo confiar en esta persona? y ¿puedo respetar a esta persona?

Podríamos pensar que la segunda dimensión, ser competente, podría ser la principal sobre todo en política o en un contexto laboral, al fin y al cabo queremos que sea lo suficientemente inteligente y capaz de manejar la presidencia. Pero lo cierto es que la calidez, o la confianza, es el factor más importante en la forma en que la gente evaluamos.

También es evolutivo, nuestros antepasados preferían confiar en alguien que no fuera a matarles que confiar en alguien que hiciera bien el fuego.

La competencia es importante y una cualidad muy valorada pero sólo se apreciará después de que ya se establezca la confianza, por tanto, que nuestros políticos se esfuercen en exceso en mostrar sus fortalezas, poderes y habilidades puede llegar a ser incluso contraproducendente, nos resultarán distantes e inaccesibles.

La psicóloga Amy Cuddy lo sintetiza así: «Si alguien a quien estás tratando de influenciar no confía en ti, no vas a llegar muy lejos; de hecho, es posible que hasta despiertes sospechas porque parezcas un manipulador. Una persona cálida y digna de confianza que también es fuerte suscita admiración, pero sólo después de haber establecido la confianza, su fuerza se convierte en un regalo y no en una amenaza«.

¿Lo lograrán?

¿Sabías que no hay dos gritos iguales y por qué lo hacemos?

Tenemos claro que en el reino animal, las distintas especies utilizan el grito como una forma útil de comunicarse, asustar, intimidar, atacar a un posible depredador o, en animales sociales, de reclutar ayuda cuando están en problemas. Sorprendentemente, se sabe mucho menos acerca de cómo funcionan los gritos humanos en la comunicación, o cómo son los gritos humanos de similares o diferentes a los de otras especies.

En el lado opuesto del silencio, que llama a la relajación, el grito es una expresión (no verbal) destinada a alertar. A veces sobre algo positivo, pero casi siempre sobre un hecho no tan agradable. Por lo general, un grito expresa descontrol, desbordamiento de las emociones.

Los seres humanos gritamos porque no encontramos o no queremos encontrar otra manera de expresar lo que sentimos o deseamos. En situaciones felices, el grito es liberador. Permite dar rienda suelta a un sentimiento, sin una razón diferente a la satisfacción de expresarlo. El ejemplo más potente de ello es el gol, ese momento único en donde hay un grito de júbilo casi siempre compartido. También nace de lo inesperado, del dolor, del miedo o de la agresividad, nos ‘carga’ de energía para reaccionar, huir o luchar.

Cuando oímos un grito, nuestro cerebro no lo procesa como cuando escucha un sonido propio de la comunicación verbal, como un fonema, sino que el grito viaja directamente desde el oído hasta la amígdala cerebral, encargada de recibir los ruidos con esas modulaciones y de procesar la información de peligro.

Para ayudar a desentrañar los secretos de los gritos humanos, el profesor de psicología Harold Gouzoules y sus estudiantes en la Universidad de Emory realizaron varias investigaciones sobre el tema, y los resultados fueron sorprendentes.

La mayoría de los voluntarios confundió el sonido de un silbato con un grito humano. Los investigadores descubrieron que los sonidos que se clasificaban con mayor frecuencia como gritos compartían ciertos factores acústicos, entre ellos un tono alto (agudo), así como una gran rugosidad. Extrañamente, hubo un sonido decididamente que no era de grito, un silbato, que el 71% de los participantes calificó como un grito. «Esto tenía sentido, sin embargo, cuando analizamos las cualidades acústicas del silbato, ya que tenía muchos de los rasgos que generalmente se asociaban con los gritos», como el tono alto, el llamado arco, y la rugosidad moderada-alta.

Las vocalizaciones de personas identificadas como gritos provienen de una amplia gama de contextos emocionales, explica Schwartz. «Algunas tenían miedo, mientras que otras estaban enfadadas, sorprendidas o incluso emocionadas», dijo. «En casi todas las demás especies, los gritos están reservados para una situación particular, como un ataque de un depredador o rival; con los seres humanos no ocurre lo mismo».

No hay dos gritos iguales.

El equipo de Gouzoules encontró una gran variación acústica entre los gritos humanos, es decir, no hay dos que suenen igual. Esto plantea la pregunta: ¿Los humanos usan gritos de diferentes sonidos en diferentes situaciones, y podemos discriminar esos gritos e interpretarlos? «En el futuro, planeamos incorporar imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) para examinar los fundamentos neurológicos de las reacciones de las personas a los gritos», dice Gouzoules.

«Los gritos son vocalizaciones intrínsecamente interesantes, pero también hay aplicaciones potenciales de la salud humana en la investigación de gritos, ya que existen múltiples trastornos psiquiátricos que involucran el comportamiento de gritar», concluye Gouzoules.

 

 

*Fuente: Información de Agencia – MADRID, 16 May. 2019 (EUROPA PRES) –

Mirar al mar produce cambios increíbles en nuestro cerebro #EstudioCientífico

Con la nostalgia propia del fin de las vacaciones todos recordamos el mar y las sensaciones de paz y tranquilidad que nos provoca. No es ningún secreto, la mayoría de las personas experimenta una agradable sensación de calma, relajación y bienestar cuando está cerca del agua, pero ¿por qué? Los neurocientíficos demuestran que no es solo una percepción subjetiva sino que realmente se producen cambios en nuestro cerebro.

A través de un proyecto llamado BlueHealth, la investigadora Lora Fleming y su equipo de la Universidad de Exeter, en Inglaterra, demostraron el impacto que tiene el mar y sus olas en la mente humana.

De base, nuestro cerebro está sometido a una continua sobreestimulación que impide lograr un verdadero estado de relajación, admirar al profundidad del mar y escuchar su sonido nos permite entrar en una fase de desconexión momentánea, recrea una especie de burbuja alrededor y aporta unas ‘vacaciones’ verdaderas a nuestro cerebro pasando del modo ‘ocupado’ al modo ‘relajado’.

Según el estudio, el sonido de las olas del mar activan la corteza prefrontal del cerebro, un área asociada a las emociones, haciendo que la capacidad de bienestar y autoconocimiento se amplíe. Además, tienen el poder de regular los niveles de serotonina, sustancia química producida por el organismo responsable de la mejora del estado de ánimo y de la reducción de la ansiedad.

Se constató también que el cortisol, la hormona del estrés, reduce sus niveles en el organismo con el ruido de las olas del mar, que tiene patrones de volumen y frecuencia armónicos y relajantes. El sonido generado por el mar puede remitirnos a los ruidos que oímos cuando estábamos en el vientre materno, lo que genera un gran impacto emocional inconsciente en lo que se refiere a la protección y la seguridad.

El entorno en el que nos desenvolvemos está cargado de iones, tanto negativos como positivos. Se ha demostrado que los iones positivos, como los que emiten la mayoría de los equipos electrónicos, merman nuestra energía. Al contrario, los iones negativos, que son comunes en el mar, generan un estado de activación positiva. De hecho, un estudio realizado en el Mount Carmel College de Bangalore desveló que los iones negativos tienen un efecto positivo en nuestro desempeño cognitivo (memoria, atención, creatividad y toma de decisiones).

El mar inspira… ya lo decía Neruda sin saber de la ciencia que escondía: «Necesito del mar porque me enseña».