De la nueva sociedad 3.0 organizada horizontalmente en red que ha enterrado la edad contemporánea. ¡Bienvenidos a la edad digital!

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El pasado 2.0 de la América prehispánica

 

La sharing economy (economía de lo compartido) cotiza al alza. El crowd sourcing (externalizar un proceso hacia una multitud que trabaja en red) está en la boca de los gurús. El crowd funding (financiación colectiva) llega pisando fuerte a ámbitos como la cultura. La sociedad P2P (peer-to-peer) de la que hablan los gurús Yochai Benkler o Michel Bauwens más horizontal, participativa y al margen de las retribuciones meramente económicas, ilumina el túnel del tremebundo capitalismo. El commons – el bien común, los bienes colectivos- está en boga. El co-working ya no es tendencia: es realidad. Sin embargo, algunos apenas creen en estas nuevas prácticas / realidades si llegan de la boca de un gurú del Silicon Valley. Y sólo si vienen de la mano de un término en inglés.

Paradoja: algunas palabras del castellano, como procomún (commons), existen desde el primer diccionario de Antonio Nebrija (1494) y la primera referencia escrita data de 1477.  Sorpresa: si estudiamos las prácticas de la América precolombina encontramos que los indígenas ya practicaban el crowd funding, el crowd sourcing o las dinámicas participativas de la era 2.0. La llegada de los pueblos africanos, de una fuerte raíz colectiva, también convirtió a América (principalmente la latina) en un espectacular territorio del procomún (commons territory para quien lo prefiera). La América pre capitalista era chic, cool y 2.0, ¿vale? Y lo sigue siendo. Los indígenas se anticiparon varios siglos a la tan hablada sharing economy. La mega crisis mundial está empujando al capitalismo a una irreversible mutación. Y el poscapitalismo es sorprendentemente parecido a aquel precapitalismo de la América indígena.

Aviso para incrédulos: he preparado un ligero repaso a algunos términos y prácticas colaborativas de los pueblos indígenas de América Latina. Que cada uno lo remezcle como quiera. Que cada uno complete la lista como quiera, porque sin dudas es apenas una aproximación.

Tequio.  El tequio es una forma de trabajo en beneficio del colectivo muy arraigada en la cultura zapoteca. Los integrantes de una comunidad aportan materiales o su fuerza de trabajo para realizar una obra comunitaria. Puede ser una escuela, un pozo, un camino. El individuo no puede ser nunca el beneficiario exclusivo del tequio. Tiene un toque de crowd sourcing, algo de crowd funding y mucho de commons. El tequio todavía funciona en algunos Estados mexicanos. En el Estado de Oaxaca el tequio está protegido por una ley estatal. Existen otros términos para prácticas similares como gozona o el trabajo a ‘mano vuelta’.

Potlatch. Las tribus indigenas del Pacífico de Estados Unidos y Canadá practicaban un ritual de intercambio que, en esencia, es igual al intercambios de archivos peer-to-peer (P2P) de la era digital. El potlatch, usado por los pueblos los HaidaTlingitTsimshianSalishNuu-chah-nulth, y Kwakiutl, es P2P en estado puro. El potlatch no era trueque. Los pueblos distribuían alimentos (sobre todo carne de foca y salmón) y riqueza a otras tribus que no habían tenido un buen año. Un detalle importante: algunos colonizadores europeos se enriquecieron notablemente gracias al potlatch. Igual que los cantantes super estrella que, según estudios, se benefician del intercambio de archivos entre usuarios que algunos se empeñan en llamar piratería.

Guelaquetza. La tradición de guelaguetza del Estado mexicano de Oaxaca sería una mezcla del tequio y de potlach. El vocablo  significa «intercambio recíproco de regalos y servicios». Su práctica se teje alrededor de las relaciones recíprocas que unen a la gente. Es la base de una red de cooperación entre familias y hasta entre pueblos y municipios. La guelaguetza derivo también en una celebración sincrética que tiene lugar en la ciudad de Oaxaca.

Minga. La minga es un término quechua que define un mecanismo ancestral de trabajo colectivo muy común en el norte de Perú y Ecuador. El objetivo común está por encima de cualquier beneficio individual. La colaboración por encima de la competición. Commons economy 100%+crowd sourcing, vaya. No es casualidad que Cultura Senda, que trabaja con la cultura de red, realizase recientemente un seminario en Quito llamado Open Minga. La minga, según el texto de Cultura Senda, «implica el desafío de superar egoísmos, protagonismos, desconfianzas, prejuicios y envidias; males que regularmente acechan al trabajo colectivo y a la movilización social». Además «implica aprender a escuchar y obedecer proponiendo».

Ayni.  El ayni es un término con un significado muy próximo a la minga que define un sistema de trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros del ayllu (una comunidad que trabaja con propiedad colectiva). Lo más común es intercambiar trabajos en labores agrícolas, pastoreo, cocina o en la construcción de casas. Esta tradición continúa viva no solo en muchas comunidades campesinas sino también en la población mestiza de Ecuador, Bolivia, Perú y Chile. Cualquier banco de tiempo de intercambio de servicios del movimiento 15M español, por ejemplo, sería en esencia ayni.

Mutirão. Es un término de origen tupí que se usa en Brasil para definir una movilización colectiva basada en una ayuda mutua no remunerada. La definición de mutirão de Wikimedia es bastante redonda: «Es una expresion usada originalmente para el trabajo en el campo en la construcción civil de casas populares en la que todos son beneficiarios y se prestan ayuda con un sistema rotativo y sin jerarquía». Se usa mucho para acciones colectivas no remuneradas como limpieza de parques, calles, escuelas… Para esta práctica de acción comunal existen muchos sinónimos: muxirão, muxirã, muxirom, muquirão, putirão, putirom, putirum, pixurum, ponxirão, punxirão o puxirum.

Córima.  El pueblo mexicano rarámuri, que vive en las montañas de Chihuahua, usan el término ‘córima’ para definir un acto de solidaridad con alguien que lo está pasando mal. No ofrecer córima a alguien que necesita ayuda se considera un incumplimiento a una obligación y una ofensa a la vez. La definición también desfila por «la práctica del bien común». No tiene mucho que ver con caridad, pues los rarámuri están lejos de la moral católica. La maxima autoridad de las decisiones de este pueblo es la comunidad en asamblea, tal como lo es en el movimiento 15M, en Occupy Wall Street y en el mexicano #YoSoy32.

Maloka. La maloca (o maloka en portugués) es una casa comunitaria utilizada por las tribus indígenas de la region amazónica de Colombia y Brasil. En ellas conviven diferentes familias. Comparten lugar de trabajo, como lo hacen los espacios de co-working. La propiedad es colectiva, como en las okupaciones (squatter communities) de Europa. El commons rige el día a día. Por las noche la maloca es un centro de conocimiento. Se cuentan historias, mitos, leyendas. Las tiendas de campaña de la plaza Tahir de El Cairo, de la Puerta del Sol de Madrid o de Zuccotti Park en Nueva York durante Occupy Wall Street podrían ser la versión tecno-malokas digitales de estas casas colectivas de la Amazonia.

Este artículo fue publicado previamente en Yorokobu.es.

Mi web: bernardogutierrez.es Fundador de la red futuramedia.net En Twitter soy @bernardosampa

 

¿Crowd funding para ciudades?

Imagina que los ciudadanos pueden proponer iniciativas para su ciudad en una página web. Que todos los ciudadanos pueden votar las propuestas tal como se hace en las redes sociales, apretando un icono de «Me gusta» y/o comentando. Que después, la institución que gobierna la ciudad estudia las propuestas con más adhesiones y las ejecuta. No se trata de un sueño lejano. El proyecto se llama Bristol Rising y está llevándose a cabo en Bristol (Estados Unidos). Los usuarios de Bristol Rising, por ejemplo, han sugerido propuestas tan dispares como un centro de performances, papeleras con paneles de energía solar o un restaurante mexicano. Evidentemente, aquellas propuestas que benefician al colectivo tienen un tirón infinitamente mayor (Centro de Artes Performáticas 334 «Me gusta», restaurante mexicano, 1). Además, existen herramientas en el site para crear grupos y trabajar colaborativamente en el territorio con otros usuarios.

El proyecto es una brillante vuelta de tuerca a lo que podríamos llamar crowdsourced placemaking (construir territorio en red). Personas relacionándose en el territorio gracias a plataformas digitales. Grupos co-creando, cooperando, alrededor de proyectos. The Civic Crowd, una mapa abierto de proyectos ciudadanos de todo el Reino Unido, podría encajar dentro de esta nueva tendencia que crea puentes entre redes y territorios. Portoalegre.cc sería la versión más activista y contestataria de este camino híbrido de redes-ciudades. Cualquier ciudadano puede crear una causa o petición – como se puede hacer en Change.org, por ejemplo – pero geolocalizada en la ciudad. Una plataforma activista, vaya, para resolver problemas urbanos. Y aquí llegamos al punto quizá, más visionario y polémico al mismo tiempo: el crowd funding urbano. ¿Recaudar fondos colectivamente para financiar proyectos urbanos en la ciudad? El proyecto Low Line, que consiguió en la plataforma de crowd funding Kickstarter 155.000 dólares para revitalizar una parte de la High Line de Nueva York, es el ejemplo más visible.

Sin embargo, existe una creciente corriente crítica haca este crowd funding urbanístico. Alexandra Lange publicó recientemente un demoledor artículo contra el Urbanismo Kickstarter. Por un lado, criticaba la mega envergadura del proyecto. Argumentaba que un proyecto para instalar una mesa de ping pong en el espacio público que recaudó apenas 4.200 dólares dinamiza más la ciudad que el Low Line (gran texto, The Power of a ping pong table). Por otro lado, la crítica viene contra el denominado urbanismo pop up o bottom up (procesos de abajo arriba, normalmente auto gestionados horizontalmente) y su incapacidad de crear intervenciones sólidas a medio plazo. Ricardo Amasté, de la red Colaborabora, comentando mi texto Adhócratas al poder, alerta sobre ello: «la adhocracia, su flexibilidad, provisionalidad y estructuras ligeras podrían terminar no siendo más que otro intento de redefinición del capitalismo en su faceta inmaterial. Una celebración carnavalesca del (neo)liberalismo perversamente disfrazado».

El riesgo existe. La sociedad P2P auto organizada en red y horizontalmente tiene cierta similitud con la idea de big society que el Partido Conservador del Reino Unido lanzó en 2010 antes de las elecciones para «empoderar a los ciudadanos». «El objetivo reconocido – recogía el documento oficial – es crear un clima que empodere a las comunidades, construyendo una «gran sociedad»  que cogerá poder de los políticos para dárselo a la gente». Que las instituciones puedan aprovecharse de las comunidades y dejar de cumplir algunas funciones correspondientes al poder público es, sin duda, un riesgo. Principalmente, si no abren mano de su poder, presupuestos y profesión política. Si se apartan del camino y ceden la gestión política al 100% bienvenida sea la big society.

¿Qué diferencia existe entre la sociedad P2P y la big society? Una principal: en el mundo P2P el intermediario sobra, los políticos serían verdaderamente innecesarios. Por eso, me parece interesante que algunas instituciones estén cediendo espacios y gestiones a colectivos y comunidades (El despertar del comunal urbano, un gran texto) para encontrar fórmulas intermedias. Que Bristol cree una plataforma de crowd sourced placemaking o el Ayuntamiento de Madrid ceda el Campo de la Cebada son una forma de convivencia de instituciones y ciudadanos. Aunque quizá, para espantar, todos los fantasmas neoliberales, el siguiente paso sea un verdadero crowd funding en el que los ciudadanos puedan escoger en qué gastar los presupuestos. Y no sólo en prácticas inmediatas pop up, sino en las intervenciones a medio y largo plazo. El Estado debería ser apenas un paraguas que garantice la igualdad de oportunidades y que cree un marco neutro de intercambios P2P entre sus ciudadanos. Un velador e incentivador del procomún.

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La monarquía analógica frente a la república 3.0

 

#ElefantesRepublicanos #Todossomoselefante #TomalaZarzuela. #ElefantesporlaRepública. Ni el más entusiasta de los republicanos de España habría esperado un 14 de abril tan anti monárquico. El  81º aniversario de la II República, tras el percance real de Juan Carlos II en una cacería en Botsuana, se convirtió en un auténtico día viral contra la monarquía española. Unos días después de que el movimiento 15M se hubiera sumado a la causa republicana Twitter rezumó humor y encendidas críticas. Algunos Tweets fueron retuitados miles de veces, como el  Efecto mariposa de @perecasellas: «yo pago mis impuestos en España y un elefante muere en Botswana». Mientras la Casa Real mantenía silencio, los festejos del 14 abril se convertían en algo mundial. Surgían divertidos montajes de elefantes republicanos, campañas en PicBadgeds para poner un elefante en perfiles personales. E incluso nació una curiosa campaña activista con la fotografía del rey frente al elefante para que los ciudadanos enviasen por correo una postal montada denunciando la cacería real.

La enumeración de los juancafacts podría ser infinita. Tampoco quiero centrarme en el negro año para la monarquía española. Apenas quiero repasar algunos detalles de esa institución llamada Casa de S.M el Rey en la era de las redes. La Casa Real – que tiene un sitio unilateral, obsoleto y diseñado con escuadra y cartabón – es una organización totalmente centralizada. Mientras el mundo se rehace en redes descentralizadas y distribuidas la Casa Real sigue anclada en el mundo predigital. El site no admite comentarios de usuarios. Ni siquiera ha llegado a la fase de la «adhesión» y «participación» de la pirámide del compromiso que caracteriza el mundo 2.0 (que ya es el pasado). Ni hablar, lógico, de las interacciones que caracterizan el mundo distribuido. La Casa Real no tiene perfiles en redes sociales. El diálogo con el pueblo es casi nulo. Los mensajes de la institución son verticales y unilaterales (mundo analógico y centralizado). La Casa Real tampoco puede presumir de transparencia (quedó fuera incluso del proyecto de Ley de Transparencia presentado por el PP). Y por si fuera poco es una organización cerrada que no entendió nada del nuevo ecosistema de organizaciones abiertas. Para Juan Carlos el cazador el outsourcing debe de ser, como mínimo, una palabrota.

Abre tu organización o desaparece con todos los demás, dice Olmo Gálvez, experto en el commons marketing. Una posible receta: la abdicación, afirma Arsenio Escolar, director de 20 Minutos. El rey debe elegir entre sus responsabilidades o su abdicación, asegura el socialista Tomás Gómez. Sea cual sea el final real de esta historia, la brecha entre la monarquía analógica y la república 3.0 de la sociedad en red seguirá creciendo. Si el rey hubiera cazado un elefante en 1980 nadie habría sabido nada. La prensa no habría publicado una línea. En la era de la web 3.0 el pie de foto más repetido ayer en Facebook bajo la imagen del rey en Botsuana es totalmente premonitorio: «dos especies en peligro de extinción: elefantes y monarcas».

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Comienza la #Guerranarrativa

Mira bien el mapa. Bingo: reconoces el río Hudson, la isla de Manhattan. Exacto: Nueva York se llama Now. Ahora entra en el proyecto A more perfect Union, de Luke Dubois. Escoge el mapa del Estado de California. No encuentras las ciudades que buscas. Ya sabes por qué: Acting (actuación) substituye en a Los Ángeles; San Francisco se llama Gay. La explicación es sencilla: Luke Dubois construyó los mapas analizando las palabras más repetidas en las redes sociales. Nueva Orleans, años después del huracán Katrina, continúa llamándose Flood (inundación). De nada serviría que una marca o un Gobierno intentasen imponer una esencia a una ciudad. Nueva York, en la democracia semántica y colectiva de la sociedad en red, no significa exactamente negocios. San Francisco es más que tecnología.

Esta Unión Perfecta de Luke Dubois – prototipo de un nuevo mundo- se rige por otras normas. No sirven los mensajes verticales. Tampoco la propaganda movida por intereses. La historia – este presente que se estudiará en el futuro – no será más un cuento distorsionado por los vencedores. El pasado dejará de ser esa ciencia ficción forjada por filólogos (tesis defendida por Ortega y Gasset en La rebelión de las masas). Y las metarrativas del poder, esas armas de construcción masiva, irán cayendo por el abismo. Todavía existen. Suenan, machaconamente, al otro lado del espejo. La paz en la tierra. Hay un dios verdadero. Hollywood es una gran familia feliz. Pienso luego existo. La historia es progreso. Coca Mola, la sensación de vivir. Las descargas son sinónimo de piratería. Spain is different. Resuenan, desafinadas, dentro del laberinto. Pero empiezan a desvanecerse.

Soy optimista. Cada día tendrán más difícil imponer discursos, eslóganes. Cualquier metanarrativa se desmantela colectivamente a un ritmo asombroso. Y puede hacerse en tiempo real. Internet despedazó en unas horas una trabajada campaña de Loewe. Y es que la vida – gracias a la tecnología, a las redes – empieza a parecerse más a una narración colectiva que a un monólogo. Un Trendsmap sobre las etiquetas de Twitter más usadas dice más de un país que la portada de sus periódicos. De aquí a poco, habrá tecnología para saber en tiempo real la cara semántica de una calle. O el mapa de emociones de cada edificio. Si la historia hubiera estado contada colectivamente en tiempo real, puede que Barcelona fuese sinónimo de anarquismo libertario y no de Gaudí. La Habana no estaría (quizás, quizás, quizás) asociada apenas a barbudos revolucionarios. Tal vez fuese un eco de capitalismo y perfumes caros como los que protagonizaban las páginas de la revista Bohemia en 1959.

Guerranarrativa, sí. Con almohadilla (#), elegancia y mucha paciencia. Estamos en el punto de inflexión. No es una simple batalla de eufemismos. Es una guerra superior. Cierto: el poder-sistema sigue usando la neolengua que denuncia Ignacio Escolar. El copago sanitario es un necesario “ticket moderador”. Abaratar el despido es“flexibilizar el mercado laboral. Pero la neolengua es parte de un entramado mayor. El cuento adulterado del 1% sigue mitificando la propiedad privada. La democracia representativa es un mal necesario. El neoliberalismo, la única opción para salir de la crisis. Descargas=piratería. Compito, luego existo.

El colectivo de escritores italianos Wu Ming aboga por usar las historias como hachas de guerra: «La única alternativa que cabe cuando te imponen una historia es contar mil historias alternativas (…) Si una contra-narración existe, la máquina mitológica nos ayudará a construirla». Sabemos que mienten. Sabemos que manipulan. Sabemos que traicionaron a sus pueblos. Que descuartizaron la esencia de las polis griegas. Que traicionaron la ordenanza de 1523 de su idolatrado emperador Carlos V que ensalza el procomún de las plazas públicas. Sabemos que despedazan los principios de las religiones que imponen. Sabemos que cuando los inversores de Wall Street dejaron de negociar alrededor de un árbol y construyeron un edificio para la Bolsa violaron el espíritu P2P (de tú a tú) del capitalismo. Sabemos que mienten. Que encienden farolas en los días de huelga para aumentar el consumo energético. Mienten. Descaradamente.

Pero son débiles. Sus verdades se desmoronan. El emperador está desnudo. Y nunca fue tan fácil desmantelar una versión oficial. Jaques Derrida, papá de la deconstrucción, sería un tuitero empedernido. Decostruiría, reconstruiría. Deconstruiría versiones oficiales, para luego distribuirlas. Después, un cerebro de neuronas/ciudadanos en red, construirían una narración colectiva indestructible. Se acabó la era de escuchar pasivamente. Narremos. Arranca la era de la #guerranarrativa. Deconstruyamos su imperio de sandeces. Su baraja trucada de sub-principios. Contemos entre todos este mundo en tiempo real que se les escapa. Inventemos microutopías factibles que desmoronen la ridícula ciencia ficción de pasado que intentan imponer al futuro. Las micronarrativas harán explotar sus macromentiras. Inventemos, soñemos. Porque el futuro influye en el presente más que el pasado (gran dicho ciberpunk). Narremos, sí. Pero no sólo con antagonismo.

Co-construyamos nuevos imaginarios para la sociedad en red. Sabemos que la cultura es acción, co-creación, relación, y no un vetusto tocho enciclopédico. Los perroflautas son tecnociudadanos universitarios que investigan la democracia distribuída. Compartir es una tendencia cool en Silicon Valley. Cooperar es la esencia de la nueva era del crowd sourcing. Los internautas ´amateurs´ están protagonizando una nueva revolución industrial más horizontal y participativa. Los hackers son los científicos de una nueva Ilustración.  El copyleft es la base de la cultura pop y hasta de la Biblia. El procomún,  propiedad colectiva de bienes intangibles y espacios compartidos, tiene una raíz centenaria. El poscapitalismo de las comunidades reales co-construyendo es una solución deseable.  La nueva pluriarquía entierra milenios de torpes e imperfectas oligarquías. Narremos. Comienza la #GuerraNarrativa.

Publicaré diferentes artículos con la etiqueta #guerranarrativa durante los próximos meses. La idea es recopilarlos, junto con otros escritos por otras personas, y publicarlos en formato libro, con licencia copyleft. 

La tecnología que salvará al periodismo se llama contenido

¿Qué forma tendrá el periódico del futuro? ¿Será que el papel va a desaparecer? ¿Los tablets van a substituir los periódicos impresos? Aunque todavía nadie tiene una respuesta clara, algunos investigadores, como el portugués Sebastian Rodriguez Kennedy Bettencourt, están dando un paso adelante. El proyecto Beyond the fold, desarrollado por Sebastian para el Art Center of College of Design (USA), es uno de los más interesantes. Beyond the fold abandona los símbolos del diseño digital, cómo botones e iconos, y crea una nueva forma de navegación.

Beyond the Fold, según palabras del propio Sebastian, es una «aproximación especulativa a los periódicos electrónicos del futuro». El proceso del diseño usa metáforas culturales, experiencias humanas y rituales para crear interacciones llenas de significado. La versión 2.0 del proyecto explora formas de serendipia, los descubrimientos afortunados hechos por casualidad, habituales en la lectura de papel. Además, Beyond the Fold 2.0 crea la sensación de tinta en los dedos (como los periódicos), desarrolla un sistema para leer secciones a (doblando para dentro son locales, para fuera globales) y está experimentando un sistema de visualización de gráficos en 3D.

Aviso para geeks: la tecnología no salvará el periodismo. Cierto que cada vez habrá más superficies para leer noticias, como expliqué en el artículo Nuevas superficies para los medios en TicBeat. Pero el futuro del periodismo depende más de entender los nuevos flujos de la información y la co-creación con los lectores. Los medios tienen que entender mejor que las redes sociales son meras herramientas. Y que lo esencial es crear, alimentar o simplemente entender las comunidades. También que los medios tienen que abrir el código de las historias y no enlatarlas como un producto final comparable con dinero. El periódico del futuro – tecnológico o no – tiene que tener historias propias. Tiene que cocinar conjuntamente noticias con los lectores. Tiene que ser relevante. Tiene que ser creíble. Tiene que ser respetado. 

Aviso para pesimistas: el buen periodismo nunca morirá. Ya existen nuevos modelos de periodismo clásico (Orsai, Revista Números Rojos…) que simplemente han cambiado el sistema de financiación y distribución. Ya existe buen periodismo hecho por los ciudadanos. Y ya tenemos nuevos géneros periodísticos (por definir) escritos colectivamente en tiempo real alrededor de hashtags de Twitter.

Nuevo aviso para geeks: la mejor tecnología para salvar los periódicos es el contenido.

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Historias con código abierto

«El enfrentamiento se produce entre narraciones abiertas y narraciones cerradas. Historias que muestran el funcionamiento de la máquina mitológica e historias que lo esconden. Programas narrrativos open source y propietarios; narradores que se dirigen a otros potenciales narradores y vendedores de historias que buscan sólo compradores». Este texto pertenece al libro Código Fuente, la remezcla (descarga gratuita), publicado por el colectivo Zemos 98. Historias cerradas frente a historias abiertas. Vendedores de productos frente a ofertantes de servicios.

En un capítulo El desenlace, Wu Ming 2 – uno de los escritores italianos del colectivo Wu Ming que publica obras colectivamente con licencia copyleft – sostiene que en nuestros tiempos la distancia entre expertos y aficionados se ha reducido. Al igual que en la Ilustración, cuando científicos y pensadores amateurs recodificaron el mundo,  la relación entre expertos y aficionados, entre escritores y lectores, es más informal. «Hoy cuando contamos una historia – afirma Wu Ming 2 – nos dirigimos a lectores mucho más “meditativos”, menos consumidores y más multiplicadores de contenidos culturales. El mundo de mañana será el resultado de un conflicto/negociación entre los grandes medios de comunicación intentando montar su negocio “a costa de” los usuarios, y la demanda de estos de contenidos siempre más abiertos y maleables: dónde, cuándo y cómo los quieren».

De un lado, el modelo de medios de contenidos pagos de Rupert Murdoch y la industria de entretenimiento que sueña con la obsoleta Ley Sinde; del otro lado medios abiertos como The Guardian o 20 Minutos y el movimiento de la cultura libre. De un lado los medios que segregan al lector-periodista en una sección llamada «Tú reportero» ; del otro, los que construyen la historia con la ayuda de los lectores. «Las empresas – continúa Wu Ming 2 – desean meter en un recinto la inteligencia colectiva en lugar de permitirle existir como forma independiente de creatividad. A su vez, la inteligencia colectiva rompe las empalizadas y se escapa gracias a la acción de los consumidores/multiplicadores que la convierten en algo  imprevisible».

Una pregunta al aire. ¿Qué es el contenido en la era del click, de la sociedad en red?  Jeff Jarvis, autor del influyente blog Buzzmachine,  redefinió intuitivamente el contenido así: «Cuando añadimos tweets, mejoramos el contenido. Cuando hacemos una foto y la subimos a Flickr es contenido. Cuando decimos algo sobre esas fotos — etiquetándolas — es contenido. Cuando hacemos esas cosas en Facebook, que pueden ver nuestra gráfica social, crea un meta capa que añade más contenido”. De acuerdo en parte. Pero yo haría un matiz: eso es contenido con valor añadido. Contenido que está siempre en beta, que no es definitivo. Que muta. Que crece. Que se corrige. El valor añadido, las nuevas capas, llegan a ser tan importantes como contenido original. El pie de página – como en la novela Pálido fuego de Vladimir Nabokov – acaba sustituyendo a la página, aunque de una manera más dulce.

Y llegamos a donde quería: creo que no es suficiente con dejar que el usuario opine, comente, comparta, genere valor añadido. Necesario-pero-no-suficiente. Para ello, usaré un argumento del medievo de la era digital, de Tim O´Reilly, escrito en el año 2006. En Qué es Web 2.0, Tim asegura que en Internet 1.0 existía un modelo de compra / venta de productos cerrados, definitivos, en alfa. Y que en la Web 2.0 apenas existen servicios. La clave está en entender los productos – un programa informático, un periódico, un edificio, un libro – como un servicio. El contenido como un servicio permanente, abierto, prolongable en el tiempo. Y los medios de comunicación lo deberían tener fácil, pues ser un servicio para los ciudadanos siempre fue uno de sus objetivos a alcanzar. Los medios, para reinventarse, deberían pensar en cómo seguir siendo relevantes recuperando su papel de servicio. Pero tienen que entender aquello del 2.0: abrir el contenido desde el pitido inicial, construir plataformas sociales alrededor del contenido, crear narraciones abiertas que involucren la creatividad del individuo, intentar que las redes sociales sean apenas parte de algo mayor, de una comunidad. Mejorar los servicios con la ayuda de los que los disfrutan, de los lectores / ciudadanos.