De la nueva sociedad 3.0 organizada horizontalmente en red que ha enterrado la edad contemporánea. ¡Bienvenidos a la edad digital!

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Comienza la #Guerranarrativa

Mira bien el mapa. Bingo: reconoces el río Hudson, la isla de Manhattan. Exacto: Nueva York se llama Now. Ahora entra en el proyecto A more perfect Union, de Luke Dubois. Escoge el mapa del Estado de California. No encuentras las ciudades que buscas. Ya sabes por qué: Acting (actuación) substituye en a Los Ángeles; San Francisco se llama Gay. La explicación es sencilla: Luke Dubois construyó los mapas analizando las palabras más repetidas en las redes sociales. Nueva Orleans, años después del huracán Katrina, continúa llamándose Flood (inundación). De nada serviría que una marca o un Gobierno intentasen imponer una esencia a una ciudad. Nueva York, en la democracia semántica y colectiva de la sociedad en red, no significa exactamente negocios. San Francisco es más que tecnología.

Esta Unión Perfecta de Luke Dubois – prototipo de un nuevo mundo- se rige por otras normas. No sirven los mensajes verticales. Tampoco la propaganda movida por intereses. La historia – este presente que se estudiará en el futuro – no será más un cuento distorsionado por los vencedores. El pasado dejará de ser esa ciencia ficción forjada por filólogos (tesis defendida por Ortega y Gasset en La rebelión de las masas). Y las metarrativas del poder, esas armas de construcción masiva, irán cayendo por el abismo. Todavía existen. Suenan, machaconamente, al otro lado del espejo. La paz en la tierra. Hay un dios verdadero. Hollywood es una gran familia feliz. Pienso luego existo. La historia es progreso. Coca Mola, la sensación de vivir. Las descargas son sinónimo de piratería. Spain is different. Resuenan, desafinadas, dentro del laberinto. Pero empiezan a desvanecerse.

Soy optimista. Cada día tendrán más difícil imponer discursos, eslóganes. Cualquier metanarrativa se desmantela colectivamente a un ritmo asombroso. Y puede hacerse en tiempo real. Internet despedazó en unas horas una trabajada campaña de Loewe. Y es que la vida – gracias a la tecnología, a las redes – empieza a parecerse más a una narración colectiva que a un monólogo. Un Trendsmap sobre las etiquetas de Twitter más usadas dice más de un país que la portada de sus periódicos. De aquí a poco, habrá tecnología para saber en tiempo real la cara semántica de una calle. O el mapa de emociones de cada edificio. Si la historia hubiera estado contada colectivamente en tiempo real, puede que Barcelona fuese sinónimo de anarquismo libertario y no de Gaudí. La Habana no estaría (quizás, quizás, quizás) asociada apenas a barbudos revolucionarios. Tal vez fuese un eco de capitalismo y perfumes caros como los que protagonizaban las páginas de la revista Bohemia en 1959.

Guerranarrativa, sí. Con almohadilla (#), elegancia y mucha paciencia. Estamos en el punto de inflexión. No es una simple batalla de eufemismos. Es una guerra superior. Cierto: el poder-sistema sigue usando la neolengua que denuncia Ignacio Escolar. El copago sanitario es un necesario “ticket moderador”. Abaratar el despido es“flexibilizar el mercado laboral. Pero la neolengua es parte de un entramado mayor. El cuento adulterado del 1% sigue mitificando la propiedad privada. La democracia representativa es un mal necesario. El neoliberalismo, la única opción para salir de la crisis. Descargas=piratería. Compito, luego existo.

El colectivo de escritores italianos Wu Ming aboga por usar las historias como hachas de guerra: «La única alternativa que cabe cuando te imponen una historia es contar mil historias alternativas (…) Si una contra-narración existe, la máquina mitológica nos ayudará a construirla». Sabemos que mienten. Sabemos que manipulan. Sabemos que traicionaron a sus pueblos. Que descuartizaron la esencia de las polis griegas. Que traicionaron la ordenanza de 1523 de su idolatrado emperador Carlos V que ensalza el procomún de las plazas públicas. Sabemos que despedazan los principios de las religiones que imponen. Sabemos que cuando los inversores de Wall Street dejaron de negociar alrededor de un árbol y construyeron un edificio para la Bolsa violaron el espíritu P2P (de tú a tú) del capitalismo. Sabemos que mienten. Que encienden farolas en los días de huelga para aumentar el consumo energético. Mienten. Descaradamente.

Pero son débiles. Sus verdades se desmoronan. El emperador está desnudo. Y nunca fue tan fácil desmantelar una versión oficial. Jaques Derrida, papá de la deconstrucción, sería un tuitero empedernido. Decostruiría, reconstruiría. Deconstruiría versiones oficiales, para luego distribuirlas. Después, un cerebro de neuronas/ciudadanos en red, construirían una narración colectiva indestructible. Se acabó la era de escuchar pasivamente. Narremos. Arranca la era de la #guerranarrativa. Deconstruyamos su imperio de sandeces. Su baraja trucada de sub-principios. Contemos entre todos este mundo en tiempo real que se les escapa. Inventemos microutopías factibles que desmoronen la ridícula ciencia ficción de pasado que intentan imponer al futuro. Las micronarrativas harán explotar sus macromentiras. Inventemos, soñemos. Porque el futuro influye en el presente más que el pasado (gran dicho ciberpunk). Narremos, sí. Pero no sólo con antagonismo.

Co-construyamos nuevos imaginarios para la sociedad en red. Sabemos que la cultura es acción, co-creación, relación, y no un vetusto tocho enciclopédico. Los perroflautas son tecnociudadanos universitarios que investigan la democracia distribuída. Compartir es una tendencia cool en Silicon Valley. Cooperar es la esencia de la nueva era del crowd sourcing. Los internautas ´amateurs´ están protagonizando una nueva revolución industrial más horizontal y participativa. Los hackers son los científicos de una nueva Ilustración.  El copyleft es la base de la cultura pop y hasta de la Biblia. El procomún,  propiedad colectiva de bienes intangibles y espacios compartidos, tiene una raíz centenaria. El poscapitalismo de las comunidades reales co-construyendo es una solución deseable.  La nueva pluriarquía entierra milenios de torpes e imperfectas oligarquías. Narremos. Comienza la #GuerraNarrativa.

Publicaré diferentes artículos con la etiqueta #guerranarrativa durante los próximos meses. La idea es recopilarlos, junto con otros escritos por otras personas, y publicarlos en formato libro, con licencia copyleft. 

Miniplatillos volantes que emiten señal Wi-Fi

Imagina que un día los Gobiernos locales, regionales y centrales de España, en un nuevo estallido social en las plazas, deciden cortar el acceso a Interner 3G de los teléfonos móviles. Imagina que ni siquiera existe señal de Internet Wi-Fi abierta en los quioscos de prensa de Madrid. Peor todavía: los Gobiernos del mundo, tras la aprobación de la tenebrosa ley SOPA, gracias a la letra pequeña, deciden desconectar Internet. La multitud inteligente, el enjambre conectado, tendría un verdadero problema, como ocurrió en la Plaza Tahrir de El Cairo durante la Primavera Árabe, durante el apagón programado de Internet. Sin embargo, la batalla del espectro – imprescindible el libro Reclaim the spectrum de José Luis de Vicente – no es tan sencilla como la imaginan desde arriba.

Paradójicamente, el futuro distópico con el que sueñan los Gobiernos Capa 3G y el Pelotón Anti Ciudadanos de Cristina Cifuentes (la emperatriz en prácticas de Madrid) es una utopía personal, un sueño incompleto que nunca llegará a existir.  El poder-sistema no cuenta con los nodos móviles (pequeñas redes portátiles que emiten señal wifi) o las redes en malla de conexión distribuida. Y muchísimo menos con una legión de pequeños platillos volantes que circulan sobre los manifestantes.Gracias al proyecto Electronic Countermeasures, desarrollado entre el think tank londinense Tomorrows Thougts Today  y Unknown Fields Division, las ciudades del mundo serán una utopía (la nuestra) de señal Wi-Fi en abierto.

El cielo cercano de las ciudades inteligentes tendrá una red nómada de abejas metálicas voladoras inspiradas en técnicas militares creadas para vigilar a la población civil. La sociedad civil se reapropiará, una vez más, de las tecnologías del poder. «En parte con una infraestructura nómada en parte enjambre robótico – aseguran en su web-  hemos reconstruído y programado las abejas para crear su propia red local de Wi-Fi como una forma de Napster aéreo». Los mini platillos volantes se convierten en una red nómada, temporal itinerante y pirata, que genera de nuevo una red humana de intercambio P2P. El enjambre estaría, de nuevo, conectado. El resto de la historia ya la con0cemos: personas intercambiando información, co-creando contenido, presionando el poder, organizándose en red al margen de directrices y órdenes…

Mi web: bernardogutierrez.es Dirijo la consultora futuramedia.net En Twitter soy @bernardosampa

 

Fotografías, memoria colectiva y territorios compartidos

 

¿El pasado de una ciudad puede influir en la vida de sus habitantes? ¿Las vivencias de nuestros antepasados pueden crear nuevos patrones de comportamiento? ¿Se puede reforzar la comunidad utilizando narraciones de otras épocas? El proyecto londinense Historypin brinda un sonoro «sí» a todas las preguntas anteriores. Historypin – un vídeo corto de presentación – es una plataforma que incentiva el uso de fotografías históricas. Gracias a la colaboración de Google Maps y We are what we do (que se define cómo «la compañía sin ánimos de lucro del cambio de comportamiento) cualquier persona puede abrir una comunidad e incentivar la búsqueda, archivo y geolocalización de fotografías de determinado ciudad, barrio o ciudad.

El resultado es un visual e interactivo paseo por calles en las que el pasado se superpone al presente en forma de añejas fotografías en blanco y negro. Historypin tiene un buscador en el que el internauta busca imágenes de un determinado punto del planeta en un año concreto. Además, en su apartado Community, la plataforma tiene un inventario de proyectos desarrollados por colegios, museos, patrocinadores o redes de voluntarios. Un gran logro: la plataforma es un vivero de plataformas. 

Hace unos días, me preguntaba en el artículo Ciudades, procomún y narraciones colectivas sobre cómo el pasado y el futuro se podrían relacionar en los espacios urbanos a través de las comunidades del presente.  En él, insinuaba cómo gracias a la tecnología los ciudadanos tienen la capacidad de crear narraciones colectivas, nuevos imaginarios sobre los espacios compartidos: «Las narraciones serán las articulaciones básicas para esa ciudad relacional de “lugares y redes” de la que habla el antropólogo Michel Agier. Las historias compartidas, en la ciudad fragmentada, deterritorializada, pueden ser una argamasa tan sólida como las relaciones de parentesco«. En el caso de Historypin, las imágenes de ese pasado colectivo, se transforman directamente en una relación de parentesco del presente: ciudadanos creando emociones en comunidad.

Mi web: bernardogutierrez.es Dirijo la consultora futuramedia.net. En Twitter soy @bernardosampa

 

Queremos #chalecosparatuiteros

 

Reniego del chaleco para periodistas que la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, quiere promover entre los profesionales del sector. Lo tunearé. Lo convertiré en un #chalecoparatuiteros. Se lo daré a un parado para que cubra en primera línea la creciente represión policial de España. Se lo regalaré a un estudiante valenciano para que informe desde su teléfono móvil sobre la #primaveravalenciana. Donaré mi chaleco pomposo a un ciudadano que esté reivindicando sus derechos en una plaza pública. Lo revenderé para registrar el dominio Chalecoparatuiteros.es. Ahora, una ronda de argumentos.

Soy periodista. Hace muchos años que soy miembro de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) y de la International Federation of Journalism (IFJ) de Bruselas. Las asociaciones de periodistas son útiles, siempre que luchen por la libertad de expresión, la defensa de la profesión y las condiciones laborales. Defiendo la libre circulación de periodistas por el mundo. Su papel (nuestro papel) todavía es importante. Condeno frontalmente los ataques a periodistas y fotógrafos que se han producido reincidentemente desde el 15 mayo de 2010 en España.

Soy periodista, sí. Pero hace un tiempo que en mi perfil de Twitter he colocado la palabra «posperiodista». El ecosistema informativo ha cambiado radicalmente: la información ya no es monopolio de los medios. Los ciudadanos informan. Muchos compañeros tuiteros cubren mejor las plazas / calles que algunos compañeros periodistas. Y, sobre todo, llegan antes. Sí, señora Cristina Cifuentes, el tuitero @fanetin es más grande que @el_pais en algunos mapas informativos.  Incentivar el uso de chalecos para periodistas es una estrategia tosca. Cifuentes quiere convertir Madrid en Bagdag. Quiere transformar las plazas públicas en un territorio en guerra. Distribuir #chalecosparaperiodistas no es un guiño a la prensa. Es un clave para que la policía reprima su porra fácil frente a los achalecados. Es un guiño para que la policía apenas atice a ciudadanos No Periodistas. La señora Cifuentes ignora la ordenanza de Carlos V de 1523 que define a la plaza como un «lugar de encuentro para todas las funciones sociales, oficiales o de diversión y esparcimiento». Y los chalecos para periodistas son un paso más en la estrategia de criminalización de los movimientos ciudadanos altamente digitalizados que han roto el monopolio informativo de la prensa. El chalequito facilón es otro intento de deslegitimar ese movimiento pacífico (15M) que el PP elogió tanto en su informe para conseguir los Juegos Olímpicos de 2020. El próximo paso será empotrar periodistas en las fuerzas policiales, como hacen los marines estadounidenses en sus guerras. Los beduínos del Sahara o los samis nómadas del Ártico han visto las tétricas escenas de la represión policial en Valencia. Pero Ellos Allá Arriba siguen manipulando, ayudados por los guiñoles de cierta anti-prensa chalecable: los manifestantes son violentos.

Cifuentes, señora de la guerra, becaria de emperatriz: no queremos chalecos para periodistas. No queremos que Madrid sea Bagdag. Queremos las plazas con las que soñó Carlos V, el emperador perroflauta. Queremos que ningún ciudadano sea vapuleado por las fuerzas policiales. Queremos que los periodistas informen. Queremos que los ciudadanos retuiten las plazas en tiempo real. Queremos una #twitternación sin represión. Y si ustedes – FAPE y Delegación del Gobierno – insisten en que me coloque un #chalecoparaperiodistas empezará la batalla del #chalecosparatuiteros. Además, la FAPE perderá un asociado. Y Cifuentes ganará un enemigo (ya que para algunos todos somos enemigos del poder).

No a la guerra. #chalecosparatuiteros ya. 

Este post  y sus reacciones estará asociado al hashtag de Twitter #chalecosparatuiteros

Ciudades, procomún y narraciones colectivas

 

Entre julio y noviembre de 2009, los estadounidenses Joshua Glenn y Rob Walker llevaron a cabo el proyecto Significant objects. El objetivo: probar que un objeto con una historia vale más que un objeto sin ella. Para el experimento invitaron a cien reconocidos escritores, Whitehead, Jonathan Lethem o Bruce Sterling entre ellos. Cada uno debía inventar una historia para un objeto viejo comprado en el portal eBay. El resultado fue contundente: las baratijas compradas en eBay por un total de 128,74 dólares fueron vendidas por un 3.612,51 dólares. El valor añadido de las historias fue donado posteriormente a causas sociales. ¿Cuánto cuestan unas mini botas de metal? 3 dólares. ¿Cuánto valen las botas si pertenecieron a unos soldados aventureros de Sicilia que se embarcaron en la Guerra Civil de Estados Unidos (historia inventada por Bruce Sterling)? 86 dólares. La narración de la epopeya, la emoción generada, cuestan 83 dólares.

Los significant objects de Rob Walker no sólo marcaron un punto de inflexión entre historias y objetos. Ampliando el ángulo, remezclando imaginarios, me atrevo a decir que los objetos+narraciones son una verdadera bomba para las ciudades del siglo XXI. Marcel Duchamp revolucionó las artes plásticas atribuyendo valor a objetos cotidianos (objects trouvés). De la misma manera, la tecnología móvil —smart phones, realidad aumentada, códigos QR— va a dinamitar los objetos compartidos con nuevas capas de subjetividades. Un objeto que acumule varios niveles de información adquiere un nuevo valor. Y esa nueva realidad aumentada y compartida — cuya única herramienta es un teléfono móvil, un código y un lector de códigos— puede modificar las relaciones humanas,  el espacio público y el eje  pasado-futuro de las ciudades.

Precisamente fue Bruce Sterling, una de las voces más aclamadas de la ciencia ficción, quién entrevió este nuevo universo de objetos-con-historias. Bruce, en Shaping things,  hablaba de spimes, “objetos sociales con historias escondidas”, “objetos localizados en el espacio y el tiempo, siempre asociados a una historia”.  Hoy en día no hace falta tener imaginación ni vocación visionaria para convivir con estos spimes. Si colocamos nuestra historia sobre cualquier objeto gracias a Stickybits, estamos creando “objetos sociales con historias escondidas”. Pero me gusta más hablar del proyecto británico Tales of  things, “las historias de las cosas”.

Sigue leyendo este artículo que he publicado en el blog del estudio Ecosistema Urbano