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"Ya no se hacen películas como las de ahora"

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La derecha estadounidense tiene una nueva mártir en Hollywood

«La intolerante y vengativa izquierda ataca de nuevo: Hollywood, que se llena la boca reivindicando el respeto a la gente corriente, la tolerancia y la apertura de mentes, ha castigado a una actriz hispana por tener la valentía de enrolarse en el Tea Party«. Así empieza un artículo de TPNN (Tea Party News Network), una web informativa que apoya al ala más radical del partido republicano y que, entre sus innumerables ataques a Barack Obama (a cuyo desprestigio se dedica casi en exclusiva), acaba de publicar  su apoyo a María Conchita Alonso.

María Conchita Alonso, junto a Schwarzenegger en 'Perseguido'

María Conchita Alonso, junto a Schwarzenegger en ‘Perseguido’

Nacida en 1957, Maria Conchita Alonso vivió los primeros cinco años de su vida en su Cuba natal, se mudó con su familia a Venezuela (fue reina de la belleza y llegó a competir en un certamen de Miss Mundo en 1975) y, tras una exitosa carrera como actriz y cantante, saltó a Hollywood en 1984. Si usted roza los cuarenta, se acordará de ella: protagonizó Un ruso en Nueva York, Perseguido, Predator 2, La casa de los espíritus o Colores de guerra. Después, mucho cine irrelevante, un poco de televisión (fue la madre de Eva Longoria en Mujeres desesperadas) y, sobre todo, unos cuantos titulares políticos.

Porque, desde hace tiempo, Alonso está en guerra con todo lo que huela a comunismo. Empezó comparando a Fidel Castro y a Hugo Chávez con Hitler («todos los que votan a Chávez son terroristas», dijo), apoyó al republicano John McCain en las presidenciales de 2008 («crecí en Cuba y Venezuela y me da miedo que Obama imite la economía de esos países y negocie con sus líderes»), publicó una carta a Sean Penn por su apoyo al fallecido líder venezolano (él, al cruzársela un tiempo después en el aeropuerto de Los Ángeles, la llamó «cerda») y, en 2012, se opuso a la reelección de Obama convencida de que convertiría a EE UU en «la nueva Venezuela».

Pero la gota que ha colmado el vaso ha sido su presencia en un anuncio de Tim Donnelly, exmiembro de los Minuteman («cazadores» de inmigrantes en la frontera mexicana a mediados de la pasada década), detenido por intentar subir armado a un avión y, ahora, aspirante a gobernador de California. El anuncio no tiene desperdicio: la actriz (con un chihuahua llamado Tequila en brazos) presenta a Donnelly, le traduce al español tomándose todo tipo de licencias y, tras festejar sus propuestas sobre inmigración y armas, le elogia por «tenerlos bien grandes».

Aunque en tono de humor, el anuncio no ha hecho demasiada gracia a los responsables de Los monólogos de la vagina, texto teatral que Alonso iba a representar en San Francisco. Las protestas de muchos de los inmigrantes que viven en la ciudad provocaron que la actriz fuera despedida de manera fulminante del proyecto.

Es evidente que Alonso no ha sido demasiado oportuna: si quieres triunfar entre los latinos, es mejor que no les llames «inmigrantes ilegales» y exijas que sean expulsados del país. Pero el escándalo también invita a reflexionar… ¿Habría pasado lo mismo si Alonso fuera una defensora feroz de Obama, Castro o Penn? ¿Se debe expulsar a una actriz de una obra de teatro por apoyar a un político determinado? ¿Qué sucedería en España en una situación similar?