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"Ya no se hacen películas como las de ahora"

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Una escultura en honor a un crítico de cine

En España sería tan inimaginable como ver dimitir a un político: erigir una escultura a un crítico de cine. Imposible. Porque aquí sabemos que los críticos de cine son como toda «la gente del cine»: unos vagos redomados, sinvergüenzas y canallas.

Y los críticos son los peores de todos, porque encima se quedan dormidos en las películas y huelen a butaca vieja.

Maqueta de la escultura de Roger Ebert, obra del artista Rick Harney (WWW.EBERTSCULPTURE.ORG)

Maqueta de la escultura de Roger Ebert, obra del artista Rick Harney (WWW.EBERTSCULPTURE.ORG)

 

En EE UU, en cambio, están muy bien vistos. Sobre todo uno, Roger Ebert, el único crítico de cine que ha ganado un Pulitzer. Además de escribir durante décadas en el Chicago Sun-Times, Ebert despellejaba películas en televisión, escribió decenas de libros y era adorado en la Red. Hasta la industria le amaba (o le temía, lo que viene a ser lo mismo), dándole una de esas espantosas estrellas del Paseo de la Fama de Hollywood.

¿Los gustos de Ebert? Ahí van algunas de sus películas favoritas: 2001 una odisea en el espacio, Apocalypse Now, Aguirre o la cólera de Dios, Ciudadano Kane, La Dolce Vita, Toro salvaje, El maquinista de la general, Cuentos de Tokio, Vértigo o El árbol de la vida. Echo de menos alguna de Steven Seagal, pero la lista no es mala.

Ebert murió en abril de este año, pero no se han olvidado de él. Un grupo de admiradores capitaneado por su esposa, Chaz, se ha empeñado en erigir una escultura de bronce en Champaign, cerca de Chicago, con su figura. No van mal: en apenas unos días ya tienen la quinta parte del dinero que necesitan. Y, para rematar el homenaje, Scorsese busca fondos para producir un documental sobre su vida. 

¿Se imaginan algo parecido en España? Almodóvar haría una película sobre Carlos Boyero, pero de terror. Y con el público pasa lo mismo: si un crítico dice que una película es buena todo el mundo piensa que es porque le han invitado a comer, y si asegura que es mala será porque no le invitaron.

¿La verdad? Que le habrán invitado a comer pero dirá que la película y la comida eran una mierda, y que en el cine hacía frío.

Porque así son los críticos, gente desagradable y desagradecida. Pero no seamos tan duros con ellos. Critican mucho, es verdad, pero sólo porque así van gratis al cine y les obsesiona poner estrellitas a las cosas. 

 

*Dedicado a mis amigos Fernando Bernal, Nando Salvá, Alejandro Lingenti, Luis Martínez, Gregorio Belinchón, Sergi Sánchez, José Arce, Jordi Costa, Juan Sardá, Rubén Romero, Carlos Gómez, Salva Llopart, Fausto Fernández, Ignacio Estrada y tantos y tantos otros sufridores del sector.

 

‘El consejero’: Todos juntos y revueltos

Una película que comienza con Penélope Cruz y Michael Fassbender practicando sexo oral no puede ser mala.

Una película en la que Cameron Diaz está cubierta de tatuajes y folla con un Ferrari (sí, folla con un Ferrari) tiene que valer la pena.

Y una película escrita por el autor de La carretera y rodada por el padre de Alien o Blade Runner ha de ser una obra maestra.

Pero esto último, por desgracia, no es cierto.

Javier Bardem y Cameron Diaz en 'El consejero' (FOX)

Javier Bardem y Cameron Diaz en ‘El consejero’ (FOX)

Es verdad que El consejero, que se estrena el viernes, no es una mala película. Cuenta con un reparto lujoso. Tiene frases memorables. Y un rollo fronterizo y salvaje, marginal e irresistible, que nos remite a las mejores canciones de Calexico o los más adictivos libros de Don Winslow.

También es verdad que ver a Cameron Diaz hacer guarrerías vale la pena. La rubia está casi irreconocible (tiene el rostro más deformado que Mickey Rourke tras una noche de marcha) pero sigue acumulando morbo. Es la gran vencedora de la fiesta, por encima de los divertidos Brad Pitt y Javier Bardem, de la eficiente Penélope Cruz o del elegante pero algo perdido Fassbender.

Porque ese es el problema, lo que impide que El consejero sea una obra maestra: el caos. Los personajes deambulan por la pantalla sin que muchas veces sepamos muy bien qué les pasa. No es por falta de palabras (a veces sufren una verborragia ridícula), sino porque lo contado y lo sugerido no siempre se ponen de acuerdo. Quizá es que Cormac McCarthy es demasiado hondo para reducir una trama compleja a dos horas. Probablemente es que a Ridley Scott le faltó una dosis de peyote para perderse de viaje con sus personajes.

Este viaje a la locura humana tiene una carrocería imponente y un motor de ocho cilindros, pero se queda sin gasolina a medio camino y nos deja algo tirados en el medio del desierto.